Antes de nada...



Ni el Jardín de Balamb, ni Moltres ni muchos de los personajes, situaciones, lugares, objetos y conversaciones y que aparecen en este blog me pertenecen y en ningún momento doy ninguno de ellos por propio.
Por lo tanto, no plagio nada. Yo solo soy dueño de este blog.

30 de mayo de 2010

VI: Fuego infernal




–¿Eso es lo que yo creo que es? –preguntó Leta con pánico en la voz.
–¡¿Qué es?! –preguntó Kei.

Detrás de nosotros había aparecido un pájaro anaranjado de casi dos metros de altura. Aleteaba con fuerza hasta que se posó en el suelo con sus dos patas, terminadas en garras puntiagudas. Tenía un pico afilado y dos largas alas envueltas en llamas. También tenía llamas en la cola y en la parte superior de su cabeza. Se encontraba a muy poca distancia de nosotros y nos miraba con auténtica ira. No era un pájaro cualquiera.

–¡Es un espíritu legendario! –chillé–. ¡¡¡Es Moltres!!!

Había leído sobre ellos de niño, interesado por las historias que circulaban, pero me resultaba imposible hacer caso a mis ojos. No podía ser un espíritu legendario de verdad.

–¿Y por qué está aquí? –preguntó Leta.
–Esto es un truco –dijo Kei, convencido–. Como el cambio de recorrido en la cueva y los monstruos nuevos. No es un espíritu legendario de verdad.
–¡¿Qué dices?! –grité.
–Lo habrán invocado los profes o será otra simulación, y cargárselo es parte de la prueba –dijo Kei.
–¡A mí no me suena nada de eso! –contesté.

Moltres chilló una vez más y descargó un chorro de llamas sobre nosotros.

–¡Escudo! –lanzó Leta rápidamente.
–¡Aqua! –lancé yo, y apagué parte de las llamas con una lluvia improvisada.

Antes de esperar a nuestro contraataque, Moltres nos volvió a atacar de la misma forma. Sentí un calor abrasador en los brazos a pesar del Escudo de Leta.

–¡Leta! ¿Puedes analizarlo? –le grité.
–¡Libra!

Kei avanzó desde atrás para ganarle tiempo a Leta.

–¡Rompemagia!

Su espada brilló de un tono azul pálido, pero Moltres paró el golpe con un ala. El impacto le hizo poco daño, pero un aura azulada cubrió su cuerpo como le había pasado al bom de antes. El fuego de su cuerpo pareció perder intensidad.

–¡Leta, es para hoy! –le dije.
–¡Lo estoy intentando, pero no consigo información!
–¿Qué?
–El hechizo no funciona. ¡Lo siento!
–Tampoco hace falta –dijo Kei–, está claro lo que hace: volar y echar fuego.

Como si estuviera esperando a que lo dijera, Moltres empezó a batir las alas y se alzó en el aire.

–Vale, gracioso, ¿y ahora qué? –dijo Kei.
–Tú eres el único que puede atacar a distancia, Div –dijo Leta.
–Sí, pero... No creo que vaya a poder yo solo con él.

Moltres embistió contra nosotros y echamos cuerpo a tierra. Le noté pasarnos por encima, a pocos centímetros. En ese momento se me ocurrió que la zona en la que nos encontrábamos estaba bastante elevada con respecto al exterior, así que no podíamos jugárnosla con las distancias, exactamente igual que dentro de la caverna. Era un combate muy peligroso.

–¡Chicos, no os caigáis! –les grité.
–¡No pensaba hacerlo! –replicó Kei.
–¡No, lo decía porque...! Da igual. ¡Hielo!

Lancé un bloque de hielo a Moltres, pero extendió un ala para rebotarlo y se perdió en la distancia.

–¡Eso no vale! –le gritó Leta.
–A ver cómo rebotas esto, listillo. ¡Electro!

Un rayo cayó sobre la cabeza de Moltres y pareció aturdirlo. Perdió altura y Kei aprovechó la oportunidad para atacarle de nuevo. La respuesta de Moltres fue empezar a batir las alas con intensidad, lo que provocó una ola de calor que me hizo clavar una rodilla en el suelo.

–Chicos... Estoy empezando a pensar que este combate es opcional –dijo Leta.
–¿Os vais a rendir ya? –les dije, aunque yo era el primero que estaba deseando retirarse.
–No seas capullo y vámonos –dijo Kei–. Como mínimo vamos dentro para ganar tiempo y pensar una estrategia.
–¿Qué pasó con lo de que no era de verdad?
–Lo retiro.
–¡Rápido! –nos llamó Leta–. ¡No puede seguirnos al interior de la cueva!

Moltres agitó las alas y se lanzó contra nosotros a toda velocidad, sin darnos tiempo a esquivar. Rodé por el suelo y al levantarme vi que, como si nos hubiera entendido, se había posado sobre la entrada a la cueva, nuestra única salida. Se me cayó el alma a los pies.

–¡Ahora sí que la hemos cagado! –gritó Kei.
–¡Necesitamos ayuda! –gritó Leta–. ¡¿Alguien puede oírnos?! ¡¡Seymour!!
–¡¡¡SIMOOOOOOOOR!!! –gritó Kei–. Interferir en la prueba, decía. ¡Vamos a morir por su culpa!

No quise volver a burlarme de él por lo que había dicho antes. Leta no dejaba de lanzar y renovar Coraza, Escudo, Pestañeo y Revitalia a todo el equipo. Yo hacía lo posible por contrarrestar los constantes chorros de fuego de Moltres con mi hechizo Aqua, lo que no me dejaba tiempo para atacar. Por desgracia, Kei no podía acercarse por temor a que un picotazo o un golpe de las alas lo tiraran por el precipicio. Lo único que podía hacer era coger piedras y tirárselas, pero no parecía buena idea provocar al pájaro de fuego. ¿Qué demonios estaba haciendo ese Seymour?

–¡SEYMOUR! –grité–. ¡NECESITAMOS AYUDA!
–¡Aquí viene otra vez! –gritó Kei–. ¡ROMPEMAGIA!

Su espada brilló con un resplandor azulado y cayó con fuerza sobre Moltres, que rugió y golpeó a Kei con un ala.

–¡Kei, cuidado! ¡Cura+!
–Gracias. ¡Vamos, Div, hay que enseñarle quién manda!
–¿Estás loco? ¡Va a matarnos!
–¡No si lo matamos nosotros primero! ¡Sable Mágico, venga!

Aunque tenía mis dudas al respecto, lancé Hielo sobre la espada de Kei, quien atacó de nuevo a Moltres con todas sus fuerzas sin mostrar ningún temor por sus ataques. Más que valiente resultaba un tanto temerario, pero, dada la situación, nuestra única opción era arriesgarnos.
Su espada golpeó a Moltres en un ala y, en previsión de su siguiente movimiento, lancé Aqua un segundo antes de que él lanzara lo que podría considerarse el equivalente a Piro++.
No podíamos hacer mucho más que contenerle. El Moltres auténtico era un espíritu legendario, una criatura inmortal de leyenda, por lo que esta invocación, simulación o lo que fuera que habían creado los profesores no podía quedarse muy atrás. Sin embargo, nuestro equipo empezaba a cansarse lenta pero irremediablemente. Solo podíamos resistir su ataque, pero no derrotarlo ni escapar de él.

–¡Ya está, Div! ¡Ya sé qué hay que hacer! ¡Tienes que lanzar Hielo++ a Blackrose!
–¿Qué dices? ¡Ese hechizo es demasiado fuerte para mí!
–¡Los ataques normales no le hacen nada, ya lo estás viendo! Y nosotros nos estamos cansando muy deprisa. ¡Hay que cargárselo de un solo golpe o nada! ¡Como con los bom!
–¡Pero yo no puedo...!
–¡No tenemos otra opción!

Antes de tener tiempo de reaccionar, Moltres rugió, se elevó unos metros y comenzó a agitar las alas para generar una nueva onda ígnea que me tiró al suelo como si fuera un fardo. Sentí un inmenso ardor en el cuerpo y un fuerte escozor en la piel y en los ojos. Una corriente de aire rojo lo rodeaba todo y me impedía ver con claridad. ¿Kei y Leta también habrían caído al suelo como consecuencia del ataque, o habrían conseguido esquivarlo? No tenía manera de saberlo, mis ojos solo veían rojo alrededor.
El ataque no cesaba. Me arrastré como pude detrás de una roca para usarla a modo de barrera y valorar la situación. Era imposible que los profesores nos estuvieran haciendo pasar por aquello de forma voluntaria. No sabía si querían poner a prueba nuestra fuerza o si esperaban que demostrásemos la inteligencia de retirarnos a tiempo en lugar de buscar pelea con un enemigo demasiado fuerte. Pero que sobrepasara nuestro nivel de fuerza y que nos tapara la salida significa que no podíamos hacer ni lo uno ni lo otro. No entendía nada de lo que estaba pasando. Lo único que pensé que iba a morir. Sentí una angustia en el pecho que me impedía respirar y se me llenaron los ojos de lágrimas.

–¡No, Div! –me dije–. Eres un Seed, ¡tienes que ser fuerte! Tiene que haber algo que puedas hacer.
Úsalo si estás en apuros –recordé de pronto.

Metí la mano en el bolsillo y encontré el objeto que me había dado Ryuzaki. Era un anillo. No sabía de qué iba a servirme, pero me lo puse y el aire a mi alrededor cambió. Ya no veía rojo ni notaba calor, solo una fuerte corriente de aire. Alcé la vista y vi que Moltres seguía agitando las alas, ajeno a mi recuperación.
Recorrí toda la plataforma con la mirada y vi a Leta y Kei tendidos en el suelo. No se movían.
No sabía si solo estaban inconscientes o algo peor, pero me desesperé al ver a mis amigos en peligro. Sentí una furia como no había sentido antes en mi vida. Miré a Moltres con odio, con rabia. Quería acabar con él. Iba a destruirlo igual que él había intentado destruirnos a nosotros.
Concentré en Estrella Fulgurante toda la rabia que sentía y el miedo que me atenazaba. Noté un calambre en las manos: saltaban chispas de mi cuerpo.

–Es todo o nada –dije–. ¡HIELO++!

Moltres no vio los cristales de hielo que estaban apareciendo por todo su cuerpo hasta que lo cubrieron casi por completo, como había hecho antes con la espada de Kei. Cuando se dio cuenta, ya era tarde. El peso del hielo le hizo perder el equilibrio y cayó al suelo de un golpe. Desde su nueva posición, intentó escupir llamas sobre su propio cuerpo en un intento inútil de derretir el hielo que le apresaba. Me acerqué a él y apunté sobre su cabeza.

–¡HIELO++! –repetí.

Moltres giró la cabeza al escucharme, pero un enorme bloque de hielo cayó sobre su cabeza y le impidió realizar acción alguna.

–¡No he terminado! ¡Electro+!

El hielo sobre el cuerpo de Moltres se estaba derritiendo por el calor que desprendía, así que la sacudida eléctrica tuvo que ser desgarradora. Chilló de dolor y sufrió varios espasmos antes de que sus movimientos comenzaran a perder intensidad.

Generé un último bloque de hielo, que cayó sobre la cabeza del monstruo cuando ya estaba comenzando a desvanecerse.
Se me cayeron los brazos a los lados del cuerpo y jadeé durante un rato, incapaz de hacer nada más. Había derrotado al espíritu legendario.
Ahora que el peligro había pasado y que la adrenalina empezaba a bajar, me vinieron mil preguntas a la cabeza. ¿Quién había invocado a Moltres? ¿Formaba parte de la prueba? ¿Cómo había sido capaz de derrotarle yo solo? ¿De verdad había lanzado una magia de nivel 3? ¿Y Leta y Kei estaban bien...?

–¡Leta...! ¡Kei...!

Vi sus cuerpos tirados en el suelo y recé por que solo estuvieran inconscientes. Me apoyé en Estrella Fulgurante para no caer al suelo, pero estaba agotado. El esfuerzo me había dejado al límite de mis fuerzas. Me dolía todo el cuerpo, me temblaban las piernas y no podía ver bien.
Deseé acercarme a ellos y comprobar si corrían peligro, pero no fui capaz. Me caí de rodillas al suelo. Cubrí con la mano el anillo que me había dado Ryuzaki... y todo se volvió oscuro.

28 de mayo de 2010

V: La Caverna de las Llamas

La alarma del despertador comenzó a sonar. Era el día de nuestra prueba.

Kei y yo nos vestimos y preparamos nuestras armas. Al ponerme la camiseta, me rocé las heridas del brazo. Habíamos ido a la zona de entrenamiento todos los días que encontramos huecos libres y, como consecuencia, más de un arimán y más de dos habían acabado hincándome las garras. Por mucho que fueran hologramas, el daño era de verdad, pero las heridas no eran tan graves como para molestarme ni impedirme usar magia.
Kei había demostrado una gran habilidad y resistencia física en los combates. Dominaba las técnicas rompedoras y daba unos golpes de miedo. Parecía capaz de tirar abajo una pared de un solo espadazo.

Habíamos practicado lo del Sable Mágico y nos salía relativamente bien, pero solo me atrevía a probarlo con el hechizo Hielo. Aún no me veía capaz de usar Electro por si el calambre le llegaba a Kei hasta las manos, ni con Hielo+, por si no conseguía contener un hechizo tan fuerte y le acababa haciendo daño. Ya me costaba concentrar toda la energía de un hechizo de nivel básico sin llegar a lanzarla...
Además del Sable Mágico, había dedicado un rato de práctica cada día para todas las magias que conocía. Ya había dominado Piro, Hielo+, Electro+, Aqua, Aero y Aspir. No esperaba necesitar nada más que Hielo, pero Aspir me podía servir para recuperar mi energía mágica en caso de necesidad. Era una suerte que nos tocara ir a la Caverna de las Llamas y no a una "Caverna de los Hielos", porque mi punto fuerte era precisamente Hielo, mientras que Piro era mi punto débil.

Leta había resultado completamente ilesa tras los entrenamientos y era muy rápida lanzando Coraza, Escudo y Pestañeo para protegernos y, sobre todo, Esna y Cura, para posibles heridas y aturdimientos. También conocía Libra, para identificar enemigos, y en caso de necesidad podía defenderse usando el bastón como si fuera un bate.
Confieso que estaba nervioso, más de lo que quería admitir. Antes de salir de la habitación, Kei dedicó un rato a sacar brillo a su espada y, para intentar calmar los nervios, yo hice lo mismo con el cristal de mi bastón, Estrella Fulgurante. Era hermano del bastón de Leta, que se llamaba Estrella Angelical. Los compramos juntos, el mismo día, en la misma tienda. Qué recuerdos. Le conté a Kei el origen de nuestros bastones.

–El día que lo compré pensaba que se rompería si daba golpes fuertes con él. No es que lo use demasiado en el cuerpo a cuerpo, pero los pocos golpes que ha dado los ha aguantado bien.
–Pues Blackrose, mi espada... es una herencia familiar. Tiene más años que mi padre y yo juntos, pero nunca se ha desgastado, mellado ni oxidado.
–Eso mola. ¿Es mágica o algo?
–No que yo sepa.

Nos reunimos con Leta para desayunar. También se la veía nerviosa, pero estaba más impaciente que otra cosa. Por su parte, Kei parecía muy tranquilo.
Después del desayuno, nos reunimos en el vestíbulo con Ryuzaki y el director Cid. Era la primera vez que le veía desde que empezó el curso. Normalmente se encerraba en su despacho y se pasaba días o semanas enteras sin salir. O eso, o salía cuando nadie se daba cuenta.

–Buenos días, alumnos.
–Buenos días, director –le saludamos y nos pusimos firmes.
–Comencemos pasando lista. ¡Mago blanco!
–Maga –puntualizó Leta–. ¡Presente!
–¡Los otros dos!
–Presentes –contestamos Kei y yo.
–Hala, pues ya estamos. Ahora a esperar a que llegue vuestro escolta.
–¿Vamos a tener un escolta? –preguntó Leta.
–Pues claro, pequeñaja. ¿Qué quieres, que me denuncien por falta de seguridad en el Jardín?

Leta se rio. Kei tenía cara de estar flipando un poco con el director.

–No te lo he dicho, pero es un poco peculiar –le susurré.
–Ya me estoy dando cuenta, ya.
–No os preocupéis –continuó el director–. El escolta que ha contratado el Jardín es un mago rojo profesional. No corréis ningún peligro. Mientras no os tiréis de cabeza a la lava o algo así, claro. ¡Jo, jo, jo!
–Te noto nervioso –susurró Ryuzaki a mi espalda.
–Lo estoy –contesté.
–No tienes nada que temer. Si ahora estás así, te dará un ataque con el examen de graduación.
–No me lo recuerdes.
–Supongo que no sirve de nada insistir, pero, a menos que no sepas lanzar Hielo, no deberías tener ningún problema.
–¿Hielo? Sé lanzar Hielo+ –presumí.
–Atención, aspirantes, vuestro escolta ha llegado –nos informó el director.

Oí que algo se deslizaba a mi espalda y me giré para ver qué era. Era un hombre que vestía con una larga túnica de color añil que se arrastraba por el suelo. Llevaba una cinta verde muy ancha atada sobre la cintura y una gruesa chaqueta negra que dejaba su pecho al descubierto. Se veían caracteres tatuados en sus pectorales y un extraño collar con varias cuentas. Y después vi su cara. Era pálido, con los ojos azules y las venas de la frente muy marcadas. Tenía el pelo del mismo tono azul gélido y formaba tres extraños ganchos: dos le caían a los lados de la cara, y el tercero, mucho más pequeño, hacia delante. Me recordó un poco al mechón de Kei, aunque salvando las distancias.
Hizo un extraño saludo al director girando los brazos e inclinándose. Lanzó una curiosa mirada a Ryuzaki y después nos miró a nosotros. Sentí un escalofrío.

–Mi nombre es Seymour Guado –se presentó–. Es para mí un honor el poder escoltar a tres de los futuros aspirantes a Seed, la élite de nuestro ejército.

Tenía una voz suave, fría y muy artificial, como si intentara hipnotizarnos al hablar. Me daba la impresión de que era una persona que medía muy bien sus palabras para decir exactamente lo que quería decir.
 
–Es un profesional de eficacia probada, chicos –nos aseguró el director mientras le daba unas palmadas en la espalda a Kei.
–Partiremos en cuanto estéis preparados –dijo el tal Seymour.
–Pues... ¿Estamos, chicos? –dijo Leta.
–Sí. En marcha.

Noté que me metían la mano en el bolsillo y moví la mía como defensa por acto reflejo, aunque no me podían estar robando, porque no tenía nada dentro. Sentí una mano muy fría al tacto. Era Ryuzaki, que estaba depositando dentro un objeto.

–Úsalo si estás en apuros –susurró.
–¿Qué?
 
Me palpé el bolsillo para confirmar que había algo dentro, pero no me detuve a mirar lo que era.
 
–¡Partid ahora, mis vaLIENtes aLUMnos! –gritó el director Cid, enfatizando especialmente en ciertas sílabas y levantando los brazos como si le hablara al cielo–. ¡En busca del poder y la valentía! ¡MIS LIBERI FATALES! Pua, ja, ja, ja, ja, ja...
–Ese tío está ido de la olla –me dijo Kei mientras salíamos.
–A ver, tiene sus cosas, pero mala persona no es.

Salimos del Jardín y comenzamos a recorrer las vastas praderas de color verde que rodeaban el paraje. Se veía Balamb unos kilómetros al oeste, pero caminábamos en dirección contraria. La Caverna de las Llamas se encontraba al este del Jardín.

–¿Has escoltado a todos los que han hecho la prueba? –preguntó Leta a Seymour.
–Así es, y ninguno ha sufrido accidentes ni heridas dignas de mención. Vosotros sois el último grupo que realiza la prueba.
–¿Qué hay que hacer? –preguntó Leta, pícara, aun sabiendo que no obtendría información nueva.
–Completar la prueba. Me temo que no puedo hablar de los detalles.

Tardamos unos veinte minutos en llegar. A medida que nos acercábamos, el verde que cubría el suelo empezaba a desaparecer y daba paso a un terreno completamente rocoso. Más adelante, al llegar a la apertura a la cueva, el calor del interior nos arrolló. Tuve que apartar la cara y frotarme los ojos.

–Hemos llegado a la Caverna de las Llamas –anunció Seymour–. Yo me quedaré aquí. Si os encontráis en apuros, no tenéis más que avisarme, y acudiré de inmediato.
–¿Y ya está? Qué útil que eres, churra.
–Me limito a actuar como estipula mi contrato. De todos modos, aunque tuviera a bien acompañaros al interior, los pasillos son realmente estrechos. ¿Has pensado en lo que ocurriría si necesitáis retroceder? Podríais chocar conmigo y caer a la tórrida lava. Dudo que ni siquiera yo pudiera salvaros de eso.
–Ya, pero... Al menos podías seguirnos desde lejos, para vigilar y eso... –propuso Leta.
–Se consideraría una interferencia en vuestra prueba –declaró Seymour tajantemente–. Mi contrato no deja lugar a dudas: es mi obligación permanecer aquí. Ese ha sido mi modelo de actuación con todos los grupos a los que he escoltado hasta el momento.
–Bueno, vale ya de protestar –dije–. Vamos dentro.

Cogí aire y entré en la Caverna de las Llamas, seguido de Leta y detrás de Kei. La verdad es que, más que entrar, lo que quería era alejarme de Seymour y de su frialdad. No entendía que Leta hubiera estado hablando con él tan tranquilamente. A mí me ponía la piel de gallina.
La gruta era prácticamente igual que en la simulación. No tenía mucha altura, pero era tan larga que no se veía el final. Había un sendero de roca de apenas tres metros de ancho. Lava fundida descendía como un río a ambos lados del sendero, desprendiendo un calor sofocante. Enseguida me empezó a picar todo el cuerpo. A pesar de los días de entrenamiento, el calor de la caverna real parecía mucho mayor que el que habíamos sentido antes.

–Div –dijo Kei–, lánzame Aqua.
–Como si fuera tan sencillo. Puedo matarte con el impacto o llenarte los pulmones de agua.
–¿Es una amenaza?
–No, una descripción del hechizo.
–¡Revitalia! –lanzó Leta sobre Kei.
–Pero ¿qué haces? –protestó este–. ¡Guarda las fuerzas para el final!
–Pero si acabamos de entrar y ya estamos muertos... –se justificó.

También me lanzó el hechizo a mí y, por último, sobre sí misma. Una brisa envolvió mi cuerpo para refrescarme y despejarme la mente, aunque el aire caliente me quemaba los pulmones. Aguantaba el calor mucho peor de lo que pensaba. Comenzamos a avanzar, aún acalorados, y no tardó en aparecer ante nosotros un arimán, esta vez uno de verdad.

–¡Toma hostia! –gritó Kei, que se lanzó para atacarle por un lateral.
–¡Hielo! –lancé al otro lado.

El monstruo no se vio venir los dos ataques y, cuando esquivó el espadazo de Kei, se metió sin darse cuenta en la trayectoria de mi hechizo.

–¡Qué sincronización, chicos! –nos felicitó Leta.
–Pues aún no has visto nada. ¡Div!
–¿Ahora?
–Seh, vamos a lucirnos un poco.

Extendí los brazos y apunté a la espada de Kei con las manos. Comenzaron a aparecer gotas por la superficie, pero, después de unos segundos, no ocurrió nada. Kei se vio obligado a romper la conexión para darle el golpe de gracia al arimán, que aún no estaba acabado.

–¿Qué pasa, Div? ¿Algún problema?
–Eso parece... Pero no entiendo por qué. Acércame la espada.

Kei se dio la vuelta y extendió la espada delante de mí. Coloqué las manos sobre ella y empecé a canalizar magia. Una vez más, lo único que conseguí fue que aparecieran varias gotas, no la fina capa de hielo que había sido capaz de crear en nuestros entrenamientos.

–No lo entiendo –dije–. ¿Qué hay de distinto esta vez?
–A lo mejor es por el calor –opinó Leta–. Aquí hace tanto calor que el hielo se derrite.
–Sí, pero en la zona de entrenamiento también hacía calor...
–Tanto como aquí no creo –intervino Kei–. El calor de aquí es más intenso.
–Tiene razón –afirmó Leta–, en los entrenamientos del Jardín hacía calor, pero no tanto.
–Pero sí que he podido usar Hielo perfectamente...
–Porque esos bloques son más gordos, no se derriten tan fácil.
–Puede que sea eso –suspiré.

Estaba un poco decepcionado por no poder usar nuestra técnica combinada, pero no había tiempo para lamentarse, porque en ese momento llegaban otros cuatro arimanes que emitían horribles chillidos.

–¡Coraza! –nos lanzó Leta–. ¿Por qué hay tantos?
–No es culpa suya –contesté–. Somos nosotros los que estamos invadiendo su territorio, al fin y al cabo. Mantened la calma.

Leta se apartó mientras Kei y yo despachábamos a los monstruos. Teníamos muy poco margen de maniobra, ya que un paso en falso o un golpe mal dado podrían hacernos tropezar y caer a la lava. Por suerte, el entrenamiento nos había enseñado a pelear en fila. Aun así, siempre impresiona más que el río de lava que tienes al lado sea de verdad.

–Menos mal que era una prueba sencilla –dijo Kei–. Los monstruos son unos mierdas, pero pueden matarnos con poco que nos den.
–Razón de más para salir de aquí cuanto antes –sentencié.

El calor empezaba a agobiarme de nuevo. Cuanto más nos acercábamos al corazón de la cueva, mayor calor hacía, como es natural. Estaba sudando por los cuatro costados y tenía la boca seca. Kei se encontraba en mejor forma que yo, y Leta se mantenía con fuerza. Me pareció notar una brisa de aire fresco.

–No es necesario, Leta –le dije.
–¿Qué?
–Que no hace falta que vuelvas a lanzarme Revitalia.
–No te he tirado Revitalia.
–No finjas.
–Niños, no os peleéis –intervino Kei.
–No nos estamos peleando –dijo Leta–. Pero Div, de verdad que no te he tirado ningún hechizo ahora.
–¿De verdad?
–Sí.
–Qué raro.
–¿Por qué, qué pasa?
–Es que me ha parecido notar aire fresco, como cuando has usado el hechizo antes. Bueno, fresco del todo no estaba, pero entiéndeme. Templado, por lo menos.
–Eso puede ser cualquier cosa –dijo Kei–. Igual estás sudando tanto que empiezas a tener frío.
–No sé...
–¿Qué es eso? –preguntó Leta, temerosa.

Señaló a la lava, donde algo parecía agitarse. Apareció un bulto sobre la superficie que se elevó un metro. Era una roca gigante que chorreaba lava. Pronto vimos su forma real: una roca incandescente con dos diminutos brazos y cara de pocos amigos.

–No me jodas –dijo Kei–. ¿Y eso ahora qué es?
–¡Libra! –conjuró Leta–. Es un bom, un monstruo de fuego.
–Eso estaba claro –dijo Kei.
–Si recibe muchos ataques seguidos... ¡explota! –chilló Leta.
–¡¿Qué?! –gritamos Kei y yo al unísono.

El bom se lanzó hacia nosotros y se interpuso entre Kei y yo. Le hice una señal a Kei para indicarle que iba a fingir un ataque. Envolví con la mano el bastón de mi cetro y lo levanté mientras empezaba a brillar con una luz blanca. El bom centró su atención en mí y avanzó para golpearme, y en ese momento Kei le asestó un tajo por la espalda. El monstruo chilló y se giró hacia Kei. Aproveché la distracción para liberar la magia de mi bastón y le lancé un hechizo Hielo. El cuerpo del monstruo comenzó a emitir vapor por el cambio de temperatura y se giró una vez más hacia mí, mientras su expresión se volvía aún más furiosa y... ¿aumentaba de tamaño?

–Se está haciendo más grande, ¿verdad? –comenté.
–Eso parece –dijo Kei.
–¡Espejo!

Leta me lanzó una barrera protectora en el preciso instante en el que el bom me lanzaba una bola de fuego, que rebotó en el hechizo e impactó contra él, aunque no pareció que le hiciera efecto.

–Los monstruos de fuego se regeneran con el fuego –dije–. Hay que enfriarlo.

Kei ya estaba volviendo a la carga. Intentó clavarle la espada desde abajo, pero el cuerpo del bom era demasiado duro.

–¡Quítate de debajo, loco! –le advertí. El bom estaba volviendo a aumentar de tamaño.
–Tenía que intentarlo, ¿no?

El bom ya medía aproximadamente un metro cúbico o, mejor dicho, esférico. Parecía capaz de explotar a la menor oportunidad a pesar del daño nulo que le habían hecho nuestros ataques. Leta utilizó Espejo también en Kei y sobre sí misma, por precaución.

–¿Qué hacemos?
–Tengo una idea –intervino ella–. Kei, cuando yo te diga, le atacas.
–¡Pero si le ataco va a explotar! –dijo mientras bloqueaba con la espada una nueva carga del bom.
–¡Confía en mí! Div, tú en cuanto veas que se hincha, usa Aero.
–De acuerdo.

Me eché un paso atrás mientras el bom comenzaba a brillar para utilizar un nuevo hechizo de fuego.

–¡Ahora, Kei!
–¡Gerónimo!

Kei pegó un salto y descargó un golpe en diagonal contra el bom. Su cuerpo volvió a hincharse, parecía estar llegando al límite.

–¡Te toca, Div!
–¡Aero!

Puse todas mis fuerzas en generar una corriente de aire que empujó al bom sobre la lava y lo apartó de nuestro lado.

–¡Coraza!

Solo alcancé a ver a Leta lanzar una barrera antes de tener que apartar la mirada y cubrirme la cara con el brazo para protegerme de la explosión. El estruendo llenó la caverna y todo se quedó en silencio durante un segundo. Abrí los ojos para ver qué había pasado.
Sorprendentemente, tanto Leta como Kei habían salido ilesos de la explosión.

–Pero, ¿qué? ¿Cómo lo has hecho? –pregunté a Leta.
–Muy fácil. Sabía que con un ataque más iba a explotar, por eso le he dicho a Kei que atacara y a ti que usaras Aero para alejarlo.
–Y nos has protegido con Coraza, ¿verdad?
–No. Le he tirado Coraza al bom para contener la explosión al otro lado.
–Qué buena, tú –dijo Kei, que se acercó y le chocó la mano.
–Fantástico, Leta. Eres la mejor.
–Ji, ji. Gracias –se rio.

Como respuesta al ruido de la explosión, varios arimanes empezaban a acercarse. Comenzamos a combatir contra ellos y habíamos despachado a la mitad cuando una nueva figura comenzó a surgir de la lava.

–¿Otro? –me quejé.
–No protestes, que ahora tenemos estrategia –dijo Kei.
–Es cierto.

Rematé a los dos arimanes que aún revoloteaban a nuestro alrededor con un hechizo Electro directo a sus alas que les hizo perder el equilibrio y caer a la lava. Puse cara de disgusto al ver la suerte que corrieron. Por su parte, el bom ya estaba junto a nosotros. La forma de derrotarle era hacer que explotara y evitar el daño, porque la alternativa era derribarlo en tres golpes, pero eso era imposible con nuestra fuerza actual.

–¡Rompeespíritu! –gritó Kei.

Al impactar contra el bom, el golpe le quitó el color, como si hubiera apagado su fuego. La técnica Rompeespíritu reduce la resistencia mágica del objetivo. A pesar del cambio, el bom no parecía haber sufrido graves daños y empezó a hincharse.

–¡Pues claro! –dije–. ¡Kei! ¡Levanta tu espada!
–Estaba esperando a que lo pillaras –alzó la espada en el aire.
–¡Hielo!

Una vez más, intenté concentrar toda mi magia en el filo de su hoja.

–¡Está funcionando, Div, sale escarcha! ¡Sigue así!
–¡Hielo! –repetí.

Sentía que la capa de hielo se hacía cada vez más gruesa y cubría una mayor parte del arma. Contuve el hechizo hasta que se produjera el impacto. Kei se lanzó contra la criatura y en ese momento liberé la magia. El hechizo Hielo tuvo el mismo efecto que uno de mis hechizos, pero sumado a la fuerza física de Kei y a su técnica rompedora, el daño era más del doble. Esta vez el bom sí parecía dolorido y se echó atrás mientras aumentaba de tamaño por segunda vez.

–Así sí –dijo Kei.
–Hay que repetirlo. ¡Vamos!
–¡Hielo!

El bom no parecía dispuesto a permitirnos repetir el golpe, porque se lanzó hacia Kei, pero rebotó en el último momento contra una Coraza de Leta. Cuando arremetió contra ella, lo único que golpeó fue una copia de luz.

–Qué rápida es esta chica –decía Kei.
–Chicos, cuidado, un golpe más y explota –nos avisó Leta.
–O uno más y muere –contesté.
–Así se habla –terció Kei.
–¡Ataca, vamos! –le grité.

Pegó un rugido salvaje y cargó por tercera vez contra el bom. Ante el impacto, su cuerpo de roca comenzó a agrietarse y se le cayeron pequeños fragmentos mientras se hinchaba por última vez. Su expresión de furia aumentó y puso los ojos en blanco.

–No jodas, ¿no ha sido suficiente? –temió Kei.
–¡A cubierto! ¡Coraz...!
–¡No, mirad! –dije.

El bom había perdido toda la vitalidad y su cuerpo cayó inerte al suelo con un fuerte impacto. Empezó a desvanecerse ante nuestros propios ojos y en su lugar solo quedó una pequeña piedra de color rojo. La recogió Leta, que era la que estaba más cerca.

–Es un trozo de bom, ¿no? –pregunté.
–Eso creo –dijo Leta.
–Quédatelo –la invité–. Tiene el mismo efecto que un hechizo Piro, así podrás defenderte.
–De poco le va a servir rodeada de monstruos de fuego –dijo Kei.
–Bueno, pues guárdatelo para cuando lo necesites.

Leta se guardó la piedra en un bolsillo.

–Lo que no entiendo es por qué salen de repente dos bom si no había ninguno en los entrenamientos –dijo Kei.
–Bien pensado –contesté–. A lo mejor es para reservarnos alguna sorpresa y que no lo pudiéramos practicar todo de antes...
–Pues macho, son jodidos de matar y encima explotan, más valía que hubieran puesto como entrenamiento a estos y no a los ojos con alas.
–Hablando de ojos con alas...

De uno de los rincones de la cueva se nos acercaba volando una nueva bandada de arimanes. Había más de diez. No pude ocultar un poco de miedo en la cara.

–Son muchos, corred –les advertí.
–Pero qué dices, si nos hemos cargado muchos más de esos –contestó Kei.
–Sí, pero no tantos a la vez. ¡Corred!
–Creo que estás exagera...

Las palabras no llegaron a salirle de la boca porque vio cuatro nuevos bom emerger de entre la lava.

–Una polla –fue su respuesta.
–¿Corremos ahora o no?

Empecé a correr sin esperar a su respuesta, pero me siguieron enseguida. Leta nos cubrió de barreras protectoras, pero había tantos monstruos que no pudo evitar que varios llegaran a atacarnos. Uno de los arimanes me clavó sus garras en la cabeza y tuve que apartarlo de un puñetazo. Me hizo bastante daño, pero no me noté sangrar.
Intenté identificar la zona en la que nos encontrábamos. No podía detenerme a mirar porque nos perseguía más de una docena de monstruos, pero ya deberíamos haber recorrido más de la mitad de la cueva. Me pregunté si a Leta y Kei les alegraría saber que ya llevábamos la mitad o si les deprimiría escuchar que aún quedaba otra mitad, así que no dije nada.
Volví a sentir la misma brisa fresca de antes. Ya iba a decirle algo feo a Leta cuando me pareció ver un resplandor a lo lejos que pensé que podría ser el cráter.

Pues sí que me oriento mal –pensé–. Resulta que estamos en el final.

Ya estaba pensando en plantarme en seco con Kei para defendernos del ataque y que Leta avanzara sola hasta el final, cuando me di cuenta de que no era el cráter lo que teníamos delante, sino una elevación del terreno. El camino empezaba a ganar altura y se veía un boquete en el techo de la cueva.

–Eso es... ¿una salida? –pregunté.
–Pero si no había salida –dijo Leta.
–¡Da igual, es nuestra única oportunidad! –grité–. ¡Vamos, deprisa!

Leta fue la primera en salir, yo la seguí y Kei se quedó en la salida para contener a los monstruos.

–¿Una ayudita?
–Tengo una idea –dije.

Me acerqué y lancé un hechizo Electro que me aseguré de que golpeara a todos los monstruos, incluidos los bom.

–¿Tú estás seguro de esto? –me preguntó Kei.
–No, así que mejor apártate. ¡Otro Electro! Y ahora... ¡Aero! ¡Leta, barrera!
–¡Coraza!

El hechizo de Leta tapó la apertura un segundo después de que mi hechizo de aire empujara a los monstruos hacia abajo. Se oyeron varias explosiones y, de nuevo, silencio. Después de asegurarme de que el suelo no se fuera a venir abajo, me asomé a la cueva. Parecía que mi estrategia había funcionado: los bom se habían llevado a todos los arimanes con su ataque kamikaze. Una vez supe que estábamos a salvo, me giré para ver dónde nos encontrábamos.

La luz del sol me deslumbró al principio, pero comencé a respirar con más calma. El aire puro del exterior me refrescó los pulmones, que los notaba en carne viva.
Estábamos en una plataforma circular de unos cinco metros de diámetro. De ahí tenía que venir la brisa que había notado dentro de la caverna. Apuntando al mar había un pequeño altar de piedra sobre el que descansaban tres objetos. Kei se acercó y levantó uno en el aire. Eran medallas con la insignia del Jardín de Balamb.

–¿Esto significa que hemos ganado?
–Supongo que sí... –me acerqué y cogí la mía. Leta hizo lo mismo.
–Pues entonces, misión cumplida. Podemos volver cuando queráis.
–Ay, espera un poco, que estoy agotada.
–Ja, ja, vale. Sin prisas.

Nos sentamos en el suelo unos minutos.

–Pues no entiendo lo de la salida –dijo Leta.
–¿Qué no entiendes? –preguntó Kei.
–Les estuve preguntando a Garbel y Danika, que hicieron la prueba la semana pasada, y no me han dicho que hubiera ninguna salida –dijo Leta–. Había que meterse hasta el fondo de la cueva y luego darse la vuelta, pero sin descansos en medio.
–En las simulaciones igual, era todo recto.
–A lo mejor nos hemos desviado –dije.
–Pero si solo había un camino –argumentó Kei.
–Pero las medallas están aquí –dijo Leta–, así que este tiene que ser el camino correcto, ¿no?
–Igual cada grupo tiene que recorrer un camino distinto. ¿No se supone que los profes son magos expertos? A lo mejor pueden cambiar la estructura de la cueva, o vete a saber.
–Eso también explicaría que los monstruos estén tan alterados.
–Joder, ya ves. Menudo cambio de pegarnos con cuatro arimanes a huir de diez.
–¿Y los bom? –añadió Leta–. Eso sí que era peligroso, pensaba que nos iban a matar.
–Pues ya sabéis: hay que estudiar más biología –me reí.
–Luego en cuanto vuelva –dijo Kei con sarcasmo.
–Bueno, creo que ya estoy mejor –anunció Leta mientras se ponía en pie–. ¿Nos vamos, o alguien necesita curación?
–Yo no –dijo Kei.
–Yo sí, que me han clavado las garras mientras escapábamos. ¿Te importa?
–Claro que no. ¡Cura!

Noté un cosquilleo desagradable en las partes donde había clavado las garras el arimán seguido de una sensación de bienestar. Me palpé con la mano; aún me dolía un poco al tacto, pero no me había manchado las manos de sangre, así que la herida no parecía grave.

–Gracias, Leta.
–¿Cómo lo hacemos para volver? –preguntó Kei–. ¿Seguimos corriendo o luchamos?
–Buena pregunta... Espero que los monstruos no sigan ahí –Leta se asomó a la apertura de la cueva.
–Supongo que depende de cuántos haya –dije.
–Vale, entonces, si son menos de cuatro, luchamos. Si aparece un cuarto o un bom, salimos por piernas. ¿Va?
–Va –contestamos Leta y yo.

Cogimos nuestras armas y dimos un paso hacia la entrada, dispuestos a cruzar la cueva a toda velocidad, cuando se escuchó un chillido a nuestras espaldas que me puso los pelos de punta.

–Mierda. ¿También hay monstruos aquí arriba? –protesté.

No era un grito como el de los arimanes, sino algo más grave y que provenía de una criatura más grande. Me giré rápidamente, bastón en mano y confirmé que lo que había a mi espalda no era un arimán ni tampoco un bom. Era una criatura tan grande e inesperada que, por primera vez en mi vida, me sentí completamente insignificante.

27 de mayo de 2010

IV: Entrenamiento

–Y bueno... ¿Có' se llaman...? Los... Lo' e'toicos...

Estábamos en otra insufrible clase de filosofía. Era una de las peores clases del curso, teniendo en cuenta que el profesor era gangoso y ponía el mínimo interés en que sus palabras fueran inteligibles. Aunque tampoco es que yo pusiera mucho empeño en intentar entenderlas. Se oían cuchicheos (y más que cuchicheos) por toda la clase, pero la única medida que tomaba el profesor era pedir silencio cada tres minutos, con resultados más bien nulos.
Ya llevaba una semana viviendo con Kei. La verdad es que estaba muy sorprendido con él. Le había imaginado como el típico tío inconstante, sin interés y que se dedicaba a montar bulla, pero todo lo contrario. Hablaba poco en clase, tomaba apuntes y llevaba bastante al día los deberes, cosa que no se podía decir de cierto mago negro que yo me sé.

–Psss... –me susurró –Eh, churra.
–¿Qué pasa?
–¿Cuándo es lo de la cueva?
–¿Qué cueva? ¿La Caverna de las Llamas?
–Sí.
–Pues no sé... Espera que miro –cogí mi agenda y empecé a pasar hojas–. El... viernes.
–¿Qué dices, este viernes?
–No, el de la semana que viene.
–Ah, coño. Igual nos conviene ir luego a la zona de entrenamiento, ¿te hace?
–Vale.

La prueba de la Caverna de las Llamas era obligatoria para todo aspirante a Seed de sexto grado. Se organizaban grupos de tres alumnos y el objetivo era trabajar en equipo para llegar hasta el final de la cueva y recuperar un objeto que los profesores habían dejado allí dentro. Era tan sencilla como parecía, pero a todo el mundo le ponía bastante nervioso. Es lo que tenía que fuera el primer examen práctico de nuestra vida. Nuestro grupo lo componíamos Leta, Kei y yo.

No hay nada que temer –pensé–. Entre mi magia Hielo y los golpes de Kei, podemos fundir a todo monstruo que se nos cruce por delante. Y Leta siempre puede reforzar nuestros ataques y protegernos del daño.

Después de las clases, consulté la lista de gente que iba a la caverna para confirmar que lo había apuntado bien. Efectivamente, nos tocaba el viernes de la semana siguiente. Me pasé por la zona de entrenamiento antes de comer y, por suerte, encontré un hueco disponible a las 17:30. Lo reservé sin dudarlo y se lo comenté a Leta y Kei durante la comida. Decidimos reunirnos a esa hora en la puerta de la zona de entrenamiento para entrenar durante al menos una hora y empezar a prepararnos.

Antes de que llegara la hora, ya estábamos los tres plantados y preparados en la puerta. Leta y yo llevábamos nuestros bastones. Kei iba con una espada larga y de color oscuro.

–Es nuestro primer entrenamiento los tres juntos, ¡qué emoción! –dijo Leta.
Bueno, ¿y cómo soléis hacerlo? –nos preguntó Kei.
–¿El qué?
–El combate. ¿Cómo lo hacéis?
–Pues... no sé, ¿combatiendo? No sé a qué te refieres.
–Digo que si tenéis una estrategia especial o algo.
–Ah, no. La verdad es que no...
–Div utiliza magia y yo curo siempre que hace falta –explicó Leta–. Así que los dos atacamos desde la retaguardia.
–Entonces voy yo en primera línea, ¿no? Va.

Mientras hablábamos, se abrió la puerta de la zona de entrenamiento y salió el conserje.

–Os ha sido asignada la zona D1 –nos dijo–. ¿Cómo queréis que la configure?
–Es para practicar la prueba de la Caverna de las Llamas –expliqué.
–Entendido, os programaré el recorrido estándar. Tened cuidado dentro.
–Que tenga cuidado él, a ver si se va a romper –susurró Kei.
–Descuida, lo tendré. Tomad esto –le entregó a Leta tres botellas diminutas con un líquido verdoso–. Son pociones, por si surge la necesidad.
–No te preocupes, sé usar Cura –dijo Leta.
–Más vale prevenir –insistió él.
–Gracias, este... Eh... –me quedé cortado–. No me acuerdo de tu nombre.
–Dirígete a mí como Ryuzaki –contestó–. Es por precaución.
–¿Eh? –no sabía cómo tomarme eso–. Está bien... Gracias, Ryuzaki.
–De nada. Ya sabéis que tenéis interruptores rojos a la entrada de cada zona. Pulsadlos si tenéis problemas.
–Muy bien.

Volvió a entrar en la zona de entrenamiento y me sorprendí mirándole ensimismado durante más tiempo del debido. Cuando desperté del trance, seguí a los tres al interior.

Nada más entrar, había un pasillo estrecho prácticamente a oscuras, como el de las antesalas de los cines. En mitad del color negro que nos rodeaba, destacaban unos pequeños carteles del tamaño de la palma de una mano que brillaban en la oscuridad para indicar los nombres de las salas.

–Vaya sitio más raro, tú –comentó Kei.
–¿No es como te lo esperabas? –preguntó Leta–. Las salas de entrenamiento del Jardín funcionan con hologramas.
–¿Y no es más fácil poner una zona de entrenamiento de verdad?
–No, porque entonces habría monstruos en el Jardín. Habría que darles de comer y podrían reproducirse y escaparse.
–Además, los hologramas son mucho más avanzados de lo que piensas –intervine–. Pueden simular cualquier tipo de escenario y condición, como desiertos, montañas, lluvia, nieve... Así se puede entrenar para cualquier circunstancia.
–Bueno, ya veremos. ¿En cuál nos tocaba?
–D1.
–Entonces es esta.

Ahora que se me habían adaptado los ojos a la oscuridad, pude ver el contorno de Kei delante de mí, que señalaba uno de los letreros. Puso la mano en el pomo, pero le detuve.

–Espera a que el conser... A que Ryuzaki nos dé la señal.
–¿Que también es el jefe de esto o qué?
–No, solo el supervisor –contestó su voz desde un altavoz que me imaginé que estaba en el techo–. La sala está lista, podéis comenzar.
–No jodas, ¿nos va a estar mirando o qué?
–Bueno, alguien tiene que vigilar –contesté–. Hay muchos grupos a la vez aquí dentro, es por nuestra seguridad.

No sabía exactamente qué tamaño tenía cada sala, pero podían simular sin problema entornos tan grandes como el Jardín entero. Incluso imitaban la temperatura y la humedad. Los sensores y la maquinaria que hacían funcionar la zona de entrenamiento estaban tan avanzados que era fácil perder la noción de la realidad y pensar que estabas en un barco hundiéndose, en mitad de una montaña o en cualquier otro lugar.
En aquel momento, la sección D1 de la zona de entrenamiento replicaba la Caverna de las Llamas a la perfección. O eso suponía, porque nunca había estado en la caverna real. Ante nosotros se abría una cueva de roca cobriza con un camino estrecho que avanzaba en medio de un río de lava. Había distintas formaciones rocosas a nuestro alrededor, sobre todo estalagmitas con las puntas cortadas. Lo único en la sala que recordaba que no estábamos en una cueva de verdad era un diminuto botón circular de color rojo disimulado entre las rocas de la pared por la que acabábamos de entrar. El calor que desprendía la lava era tan real que empecé a sudar casi al instante.

–Pero esto no tiene gracia si sabes que no es real –dijo Kei.
–Sí, pero no te fíes –le advirtió Leta–. El daño sí es real.
–Prueba a darle a esa roca con la espada –le reté.

Señalé una roca alta que había a su lado. Kei, sin pensárselo dos veces, sacó la espada y le asestó un golpe fuerte. Noté su sorpresa cuando la espada impactó contra roca sólida y empezó a tambalearse.

–Eso es que aquí hay una columna –razonó Kei.
–Entonces mira esto –le dije.

Me saqué un pañuelo de papel del bolsillo, estiré el brazo sobre la lava y lo dejé caer. En cuanto entraron en contacto, el pañuelo desapareció con una combustión espontánea.

–¿Pero qué coño...? No le habrás tirado Piro, ¿no?
–No soy tan bueno como para lanzar magia no verbal.
–¿No verbal? ¿Eso qué es?
–Hacer magia sin tener que gritar el nombre en alto.
–Entonces, ¿esto es real? ¿Y el sitio al que nos quieren mandar también es así?
–Exacto.
–Pero esto es una locura, es peligroso de verdad.
–Ya lo sabemos, no nos pongas más nerviosos –dijo Leta medio en broma medio en serio.
–Por eso hay un mago blanco en cada equipo, para que no haya accidentes –expliqué.
–Bueno... Voy abriendo camino –dijo Kei–. No os quedéis muy atrás.

Kei comenzó a caminar. Yo le seguí, Leta cerraba la marcha. Ella iba siempre la última porque era la que tenía menos capacidad ofensiva. Si los monstruos llegaban hasta mí, aún podía utilizar hechizos para defenderme, al contrario que ella.

–¿Pero hasta dónde llega esto? –preguntó Kei.
–¿Ya te estás cansando? –me reí.
–No, es que no me creo que la sala sea tan grande.

Estaba señalando el camino de delante. La senda de roca se volvía más sinuosa y estrecha a medida que avanzaba, pero desde nuestra posición no se llegaba a ver el final.

–Recuerda: hologramas. En realidad no estamos avanzando, pero esta sala llega tan lejos como la cueva de verdad.
–No te preocupes, que no te vas a dar con una pared, si es lo que te preocupa –dijo Leta.
–Bueeeno...

Nos disponíamos a retomar la marcha cuando un chillido hizo eco por la zona.

–Monstruos –dijo Kei.

No tardó en aparecer ante nosotros un arimán, una fea criatura de color verde amarillento que consistía en un ojo muy grande con alas y diminutas garras.

–¡Atrás! –nos advirtió Kei.

Espada en mano, se lanzó contra la criatura y le acertó en el ala con un golpe. La criatura chilló y se echó atrás, pero después arremetió con fuerza contra él.

–¡Hielo! –conjuré.

Un bloque de hielo salió disparado de la punta de Estrella Fulgurante contra el monstruo, que se tambaleó y perdió altura. Kei no desperdició la ocasión y le lanzó un golpe en picado con la espada, que se clavó al monstruo y lo perforó. Emitió un chillido desgarrador mientras se desvanecía.

–Ay, pobre –dijo Leta.
–¿Te recuerdo que no son reales? –soltó Kei con sorna. Los tres nos reímos.

Continuamos avanzando y al poco rato nos cortaron el paso dos arimanes más. Kei levantó la espada y arremetió contra uno de ellos, pero el monstruo lo esquivó y le lanzó un ataque sónico desde el lateral. Kei se llevó la mano libre a la cabeza, visiblemente aturdido.

–¡Aero! –lancé.

Envolví al monstruo en una corriente de aire que lo elevó sin control. Cuando Kei volvió en sí, saltó y lo golpeó con fuerza con la hoja de la espada en lugar de con el filo, como si el arimán fuera una pelota y su espada fuera un bate. Lo alejó varios metros con el golpe.

–No sabía que podías hacer eso –dije.
–Haber preguntao' –contestó.
–¡Socorro! –chilló Leta.

Me di la vuelta como un resorte. Nos habíamos olvidado del segundo arimán, que había evitado el destino de su compañero y ahora rodeaba a Leta.

–¡Electro!

De mi bastón salió disparado un rayo que impactó instantáneamente contra el arimán. Chilló mientras perdía el vuelo y Leta lo golpeó con el bastón. Kei llegó corriendo desde detrás y le propinó un corte diagonal ascendente que lo levantó por el aire y lo hizo caer contra la lava. Se consumió con un chisporroteo como el que hace la carne a la parrilla y dejó un olor a podrido en el aire.

Sin mediar palabra, Kei siguió adelante y corrimos detrás de él. El camino cada vez era más estrecho, ya no cabíamos dos juntos, sino que teníamos que avanzar en fila india.

Aparecieron tres monstruos más. Esta vez se lanzaron directamente hacia Leta, posiblemente porque la consideraban la menos peligrosa de los tres.

–¡Coraza! –conjuró ella rápidamente.

Un escudo protector apareció alrededor de su cuerpo y repelió a los monstruos. Volví sobre mis pasos y lancé dos hechizos Hielo contra ellos mientras Kei descargaba sobre un golpe vertical que partió en dos al tercero.

–¡Pestañeo! –gritó Leta.

Esa era una de las magias que más gracia me hacía. Pestañeo creaba ilusiones ópticas y hacía que el enemigo se confundiera al atacarnos. Ahora teníamos delante a tres falsas Leta, además de la original. Los monstruos a los que había atacado con Hielo ya se habían recuperado del impacto y atacaron a las copias falsas, que se desvanecieron con el ataque. Aproveché su confusión para repetir el hechizo contra uno de ellos mientras Kei despachaba al que quedaba.

–Leta, has estado muy rápida lanzando Coraza. Bien hecho.
Je, je, gracias... Kei, tú eres un bestia con la espada.
–¿Verdad? ¡Venga, a por más bichos de esos! –gritó antes de echar a correr eufórico.

Después de más de media hora de combates, terminamos por abrirnos paso hasta llegar a lo que parecía el final de la cueva. El camino terminaba en una plataforma circular con un cráter en el centro que resplandecía tanto que había que apartar la vista. De su interior irradiaba un calor aún más intenso que el del resto de la cueva. Enormes picos de roca de hasta cinco metros lo rodeaban, lo que le daba un aspecto imponente. Me sequé el sudor de la frente con la mano: estaba empapada.

–Pues... ya está, ¿no? –dije.
–Sí, esto tiene que ser el final –opinó Leta.
–Pues na', nos damos la vuelta cuando queráis. Podemos cargarnos a unos cuantos más por el camino.

Habíamos acordado entrenar durante una hora, pero no había más reservas, así que estuvimos hasta pasadas las 19:00. Cuando nos dimos cuenta de la hora que era, nos dimos prisa en volver a las habitaciones, pues aún teníamos deberes pendientes antes de la cena.
Las pociones de Ryuzaki no fueron necesarias después de todo, así que nos guardamos una por cabeza para futuras necesidades. Al final, los únicos daños que hubo que lamentar fueron un par de arañazos que me había hecho en el brazo por no medir bien las distancias, y que a Kei le dolía la cabeza por los ataques sónicos, pero Leta nos había sanado con Cura y Esna, respectivamente.

–Buen entrenamiento, soldados –nos felicitó Kei–. ¿Mañana más?
–¿Tan pronto quieres repetir? Yo estoy molida –se quejó Leta.
–Bueno, podemos volver en dos días si queréis.
–Kei tiene razón. Tenemos que prepararnos bien para la prueba.
–Vaaale... Pero mañana no, por favor, que voy a tener agujetas de hoy –cedió Leta–. Me voy a pegar una ducha. ¿Nos vemos en la cena?

Nos despidió con la mano y se nos adelantó en dirección a los dormitorios.

–Oye, Div, se me ha ocurrido una cosa que podíamos probar.
–Dime.
–He pensado... ¿Se puede hacer que lances un hechizo contra mi espada para que cuando yo ataque se suelte tu hechizo y hacer el daño de los dos ataques a la vez?
–¿Cómo? ¿Sable Mágico?
–Exacto.
–Bueno... No suena imposible. Lo que me preocupa es no poder contener la magia el tiempo suficiente y acabar haciéndote daño a ti.
–Mañana volvemos tú y yo y probamos, ¿va?
–Venga. Pero no prometo nada.
 
Reservamos hora para el día siguiente y volvimos a nuestra habitación. Echamos a suertes quién se iba a duchar primero y pasamos el resto de la noche con nuestros respectivos deberes hasta que llegó la hora de cenar. Me sentía realizado con el entrenamiento. Nunca estaba de más la oportunidad de volver a practicar los hechizos.

16 de mayo de 2010

III: Anamnesis

Recuerdo que estaba en un salón de enormes dimensiones. Había dos hileras de columnas a ambos lados. Frente a mí, una alfombra roja cubría una rampa que conducía hasta un trono apenas visible tras la figura que se erguía ante mí. Se trataba de un hombre enfundado en una imponente armadura que no permitía ver ni un centímetro de su piel, y de la que destacaba su casco que recordaba a una calavera con dos largos cuernos. Llevaba una capa violeta que ondeaba a pesar de que no había corriente.

Nos miramos durante unos segundos sin mediar palabra, como esperando a que ocurriera algo. Finalmente, levanté una ballesta y le apunté con ella. El hombre se rio, como si se burlara de mí.

–¿Qué te hace tanta gracia? –le pregunté.

El hombre comenzó a hablar, pero no decía palabras, sino que emitía un extraño pitido.

Abrí los ojos. Un pitido de lo más irritante me estaba perforando los oídos.

–Puta alarma de los cojones, os odio a ti y a ella –protesté.
–Sabes que tengo que levantarme a esta hora –replicó Belazor.
–Eres gilipollas. Las clases empiezan a las 8:30, ¿para qué necesitas levantarte a las 6? Y, encima, también me despiertas a mí.
–Es que, si la pongo más ba-bajo, no la escucho.
–No es mi problema. Juro que os destruiré a tu alarma y a ti.
–¿Por qué estás tan enfa-fa-fadado... desde por la mañana?
–Te dedicas a despertarme todos los días con tu manía estúpida, ¡¿cómo no voy a...?!
 
Respiré hondo. Había más gente durmiendo en las habitaciones contiguas y no quería fastidiarles como Belazor me fastidiaba a mí, de modo que me resigné y me giré en la cama para darle la espalda. Le escuché abrir sus cajones y entrar al baño. Poco después, empezó a correr el agua de la ducha. Tuve que reprimirme para no entrar con mi bastón y lanzarle un hechizo Electro. Ganas no me faltaban, desde luego.
Me costaba mucho dormirme y una vez me desvelaba era misión imposible volver a conciliar el sueño hasta la noche siguiente. Si al menos supiera utilizar Morfeo, un hechizo de sueño, podría evitar esos problemas y dormirme plácidamente hasta la hora que quisiera. Pero nooo, me tocaba estar en pie de guerra a las 6 día sí y día también por culpa del imbécil de mi compañero de habitación...

Tenía algo en la cabeza, pero no recordaba qué era. ¿Estaba relacionado con mi sueño? Sé que había soñado algo raro, salía un hombre de acero en un templo, pero no recordaba de los detalles.

–Tú y tu mierda de alarma –protesté para mí.

Exasperado, me levanté para no perder el tiempo en la cama. Preparé la mochila para las clases del día y me vestí. Aun así, no eran ni las 6:15. Qué mierda.
En vista de que no había mucho más que hacer en mi habitación, y con las pocas ganas que tenía de verle la cara a Belazor, cogí la llave y salí en dirección al patio.

–Has madrugado –me saludó una voz.

Pegué un salto en el sitio por la sorpresa. Se trataba del conserje.

–Disculpa si te he sobresaltado. Buenos días.
–Pues cómo serán los malos –contesté de mala gana.
–¿Ha ocurrido algo?
–El tonto de... –respiré hondo–. Ha sido culpa de Belazor.
–¿Continúa con su manía de poner la alarma excesivamente pronto?
–Sí. ¿Cómo lo sabes?
–Suelo oírla en mis patrullas diarias por el pasillo.
–Entonces ya lo sabes.
–Si estás a disgusto, tal vez pueda conseguir que dejes de sufrir a causa de su alarma.
–¿Cómo vas a...? No, déjalo. No es necesario.
–¿Has salido de tu habitación en busca de algo, o solo querías alejarte de tu compañero?
–Necesitaba... despejarme.
–Si quieres mi opinión, te aconsejo buscar una actividad extraescolar. He visto unas cuantas generaciones de estudiantes pasar por aquí y la gestión del estrés es vuestro mayor problema. Es importante saber calmar la mente, ya que el curso puede llegar a resultar agotador.
–Y que lo digas. Y eso que acaba de empezar...
–Además, tú siempre has sido un buen estudiante con gran talento para la magia. Solo necesitas tener un poco de paciencia y seguir esforzándote. Cuando el curso acabe, te convertirás en Seed y podrás dejar atrás todo esto.
–Ojalá lo consiga.
–Que no te quepa duda.
–¿A qué viene todo esto?
–¿A qué te refieres?
–A estos... ánimos y consejos que me estás dando. ¿Por qué?
–Bueno... Podríamos decir que son solo eso, consejos.
–Entiendo... Gracias.
–No tienes por qué darlas.

Noté que me sonrojaba y bajé rápidamente la vista al suelo, más sorprendido que avergonzado por mi reacción.

–Eeeh... Bueno, yo... creo que voy a... eeh... Hace un poco de frío, así que mejor me quedo en... Hasta luego.

Me di la vuelta y traté de acertar con la llave en la cerradura, pero se negaba a encajar. Después de los diez segundos más vergonzosos de mi vida, conseguí entrar y cerrar a mi espalda.
¿Por qué me había puesto tan nervioso? No era más que el conserje, un personaje irrelevante en mi vida. Respiré hondo hasta que conseguí tranquilizarme.
 
–No pasa nada –me dije–, tranquilízate.

Por suerte, a Belazor aún le quedaba un buen rato en el baño, así que me ahorré que empezara a preguntarme qué estaba haciendo y dónde me había ido. No me apetecía nada hablar con él, pero tampoco podía seguir durmiendo, así que levanté la persiana, giré mi silla hacia un rincón y me senté a leer. Cuando por fin salió del baño, ignoré todo lo que me dijo hasta que por fin desistió de intentar hablar conmigo. 

Fui a desayunar en cuanto abrió la cafetería, luego volví a mi habitación a por la mochila y me dirigí a clase. Entré en el aula unos minutos antes de que sonara el timbre. El profesor de filosofía aún no había llegado, así que me senté mientras el resto iba llegando poco a poco. Mis compañeros eran unos alumnos tan responsables que se quedaban hablando a voces en el pasillo en lugar de sentarse y prepararse para la clase, que es lo que me gustaría que hicieran. Bravo por el sistema educativo vigente. Al meter la mano en la mochila, me acordé de mi estuche olvidado. Busqué en la cajonera de la mesa y me alivió ver que seguía allí. Saqué mi carpeta y los apuntes de los días anteriores, cogí un boli y empecé a garabatear en el margen. Sonó el timbre que indicaba el comienzo de las clases, pero el profesor tardó otros cinco minutos más en dignarse en aparecer.
 
–¿Dónde nos quedamos el otro día?
 
Unos golpes en la puerta impidieron que llegara la respuesta. Se abrió y entró la jefa de estudios junto a un... Bueno, no sé si sería más apropiado decir chico u hombre. Parecía de mi edad y tenía un rostro jovial, pero era mucho más alto que yo, me sacaba al menos dos cabezas. Tenía los ojos marrones y el pelo moreno, lo llevaba corto excepto por un mechón notablemente más largo que crecía de su flequillo. Llevaba camiseta, pantalones y botas de colores oscuros, con una chaqueta de cuero rojo. "Mola", fue la impresión que me dio al verle.

–Disculpa que interrumpa un segundo –le dijo la jefa de estudios a nuestro profesor antes de dirigirse a nosotros–. Os informo de que a partir de ahora vais a tener un nuevo compañero en clase. Su nombre es Keiichi Snake y está especializado en combate con espadas y cuerpo a cuerpo.

El tal Keiichi alzó el brazo e hizo el saludo militar. Me reí, pero tosí y conseguí apagar la carcajada. Otros no se esforzaron ni en disimularla.

–Otra cosa más –añadió la jefa de estudios–. ¿Quién de vosotros es Dívdax?
–Yo –levanté la mano un poco intimidado.
–Acompáñanos un momento, ¿vale?
–Vale...

Me levanté sin saber muy bien lo que iba a decirme. Me puse algo nervioso, pensé que iban a sancionarme o a castigarme, aunque no recordaba haber hecho nada malo. ¿Tal vez Belazor se había quejado de mí? Si acaso, debería ser yo el que se quejara de él, ¿no?

La jefa de estudios sujetaba la puerta del aula, como indicándome que tenía que salir. El chico nuevo también salió, y la jefa nos imitó y cerró la puerta a nuestras espaldas.

–Mira, Dívdax, va a haber un pequeño cambio de organización durante los próximos meses. A partir de ahora, Keiichi va a ser tu compañero de habitación. ¿Te parece bien?
–¿Qué? ¿Y eso?
–Acaban de llegar dos nuevos estudiantes al Jardín: Keiichi es de sexto grado y el otro es un chico de cuarto. Ya sabes que procuramos que en las habitaciones vayáis siempre a la par, pero tu compañero y tú habéis sido un poco la excepción, os sacáis dos años. Como da la casualidad de que tú eres de sexto y tu compañero es de cuarto, hemos pensado cambiar de habitación a tu compañero y juntaros a los cuatro por curso. Además, así le puedes ayudar y guiarle un poco por el Jardín.
–Eeeh... Vale, de acuerdo –no estaba muy seguro de si sentirme aliviado por librarme de Belazor o asustado por tener un desconocido de metro noventa en mi habitación.
–Tranqui, churra, que no te voy a comer ni nada –dijo el nuevo.
–No, si no es por ti. Es que ha sido muy repentino. Pero vamos, que por mí vale...
Es más; por mí perfecto. Adiós, Belazor.
–¿Sí? Estupendo. Muchas gracias por tu colaboración, Dívdax. Ahora avisaremos a tu compañero y ya luego hacemos el traslado tranquilamente. Ya podéis entrar a clase.

Me habría gustado presentarme como es debido, pero delante de la jefa de estudios me daba vergüenza, así que entramos otra vez en el aula. El profesor, después de dar la bienvenida al nuevo, le colocó en un asiento libre justo delante de mí. Apenas hizo nada en toda la clase. Pero yo tampoco, la verdad. Tenía la cabeza en otra parte, como de costumbre.
Al terminar la hora, me acerqué a la mesa del nuevo para hablar con él. Me costaba mucho hablar con gente que no conocía, pero, ya que íbamos a ser compañeros de habitación hasta que terminara el curso, pensé que era mejor coger confianza cuanto antes. Me paré junto a su mesa y levantó la vista al verme.

–Hola –le saludé.
–Hola –repitió.
–Esto... Como nos han puesto en la misma habitación, quería presentarme en condiciones. Me llamo Dívdax, pero puedes llamarme Div. Soy mago negro.
–Yo soy Keiichi, pero llámame Kei. Manejo la espada. Encantao'.

Me tendió la mano y se la estreché. Me hizo un poco de daño con el apretón, vi que no era mentira lo de que se especializaba en el cuerpo a cuerpo.

–Bueno, y... ¿Qué horario tienes? –le pregunté.
–Supongo que el mismo que tú, ¿no?
–Sí, qué pregunta más tonta... Pues... nada, cuando acabe la última hora, si quieres te espero y te acompaño a la habitación, que no creo que te hayan dado la llave.
–Oye, que si lo de cambiarte de compañero es un problema a mí no me importa irme con el otro chaval nuevo.
–No, no. No es un problema. De hecho... –me pensé bien lo que quería decir, no quería parecerle el tipo de persona que critica a todo el mundo–. Digamos que tenía ganas de perder de vista a mi compañero de habitación.
–Juas. Has tenido suerte entonces.
–Pues sí, un poco sí –sonreí.

El resto del día transcurrió con especial lentitud. Casi toda la clase se acercó a hablar con Kei. Parecía que todos querían ser amigos del nuevo, enseñarle el Jardín y de todo.

Al terminar las clases, tardé más en recoger a propósito para esperar a que se pasaran las aglomeraciones de la escalera. Cuando vi que Kei me estaba esperando, cogí la mochila y me levanté rápidamente.

–¿Te han enseñado las instalaciones? –le pregunté.
–Qué va, de pasada solo.
–Vale. En la planta de abajo hay un mapa, pero, como tenemos las mismas clases, de momento te haré de guía.
–Aro.
–¿Eh?
–Digo que sí, que claro.

No acababa de entender la forma de hablar de Kei, pero me imaginé que ya me acostumbraría. Bajamos las escaleras y empezamos a recorrer el pasillo. Yo empecé a señalar cada zona.

–Por aquí delante se va al pórtico, que lleva a la salida del Jardín. Después tenemos la enfermería... jefatura de estudios... la cafetería... y, por último, los dormitorios. Al otro lado están la zona de entrenamiento y la biblioteca.
–¿Tenéis una zona de entrenamiento? Mola. ¿Está abierta?
–Supongo que sí... Pero primero hay que reservar hora.
–Ah, va. Otro día, entonces. De momento tengo que ir a por mis cosas.
–¿Dónde están?
–Guardadas en jefatura.
–¿Quieres que te ayude con ellas?
–No, pero dime cuál es nuestra habitación, para no liarme.
–La 215.
–Va. Pues ahora te veo.

Kei se fue a jefatura a por sus cosas y yo fui a la habitación. La puerta no estaba cerrada cuando llegué. Al abrir vi a Belazor recogiendo sus cosas, había llenado su cama de ropa.

–¿Por fin te han expulsado? –le pregunté.
–No, me cambian de habitación.
–¿Serás capaz de detectar mi sarcasmo por una sola vez en tu vida?
–Te "voyachar" de menos –balbuceó, incapaz de vocalizar bien.
–Ni que me fuera a otro país. Puedes ahorrarte las formalidades.
–No son formalidades... Es la verdad.
–Lo que tú digas.
–¿Todavía sigues... cabreado por lo de esta, esta mañana?
–En parte.
–Lo siento, sabes que, que yo me levanto a esa hora.
–Sí, ya, cuéntaselo a tu nuevo compañero. A ver si tus tonterías le hacen tanta gracia como a mí.

Dio la batalla por perdida y dirigió la vista al suelo. En esto llegó Kei, llamó a la puerta y entró con una bolsa de deportes de color gris y una funda enorme a su espalda.
 
–Permiso –dijo.
–Hola. So-soy Belazor.
–Kei. Encantao'.
–Cuida bien de Div, es un poco...
–Div sabe cuidar de sí mismo, gracias –le corté.
–Aquí tienes mi llav...
–No se la des –le volví a cortar.
–¿Por qué?
–Porque es la hora de comer. Si le das la llave ahora, cuando salgas no vas a poder cerrar la puerta.
–Ah... Tienes razón.
–Acompáñame y te enseño el comedor –le dije a Kei.
–Ahí, ahí, a lo importante.

Salimos de la habitación y dejamos solo a Belazor, que seguía recogiendo. Ni me molesté en decirle que no hacía falta que recogiera ahora, que tenía toda la tarde para hacerlo, que primero fuera a comer. Si era tan cabezota como para perderse la hora de la comida, era su problema.

–Pues sí que hay buen rollo –comentó Kei.
–Si a ti te despertara todos los días a las seis de la mañana, tampoco te llevarías bien con él.
–¿A las seis? No jodas, ¿pero las clases no empiezan a las ocho y pico?
–Sí.
–¿Entonces pa' qué tan pronto?
–Buena pregunta. Si te enteras de por qué lo hace, me lo dices.
–¡Hola, chicos! –nos saludó una voz jovial.
–Hola, preciosa –saludé a Leta.
–Bueno, que no nos hemos presentado en clase –le dijo a Kei–. Soy Leta. Encantada.

Hizo amago de estirarse para darle dos besos, y Kei se tuvo que doblar para que Leta le llegara a la cara. Si a mí me sacaba dos cabezas, a Leta le sacaba tres.

–¿Qué, qué tal tu primer día? –le preguntó Leta.
–Pos bien, hay poco que contar.
–Has llegado en un momento un poco rollo, estamos con el temario fuerte.
–Ya me he dao' cuenta.
–Al final del trimestre tenemos los exámenes finales y ya se acabó la teoría, ¿no?
–Creo que sí –tercié.

Mientras nos servían la comida y buscábamos mesa, estuvimos explicándole el funcionamiento del Jardín, de las clases, le advertimos sobre algunos profesores, lo típico. Él, por su parte, nos habló del Jardín en el que estudiaba antes, y nos explicó que sus padres habían tenido que trasladarle por su trabajo.

–¿Entonces vienes de otro Jardín? –le preguntó Leta.
–Sí, del Jardín de Arcadia.
–¡Pero si eso está lejísimos!
–Me lo vas a decir a mí. He tenido suerte de que me aceptaran en este.
–Bueno, tampoco llevamos mucho curso –comenté–. Menos de un mes.

Seguimos hablando cuando mi mirada se clavó en la de otro chico. Vestía de negro, con muñequeras y tobilleras naranjas que destacaban sobre el resto de su ropa. Tenía el pelo largo y rizado. Era el chico del día anterior. Le miré durante un buen rato, pero no pareció darse cuenta. Debía de ser el nuevo compañero de habitación de Belazor, el supuesto dragontino.
Recordé que el día anterior me había venido su cara a la cabeza con absoluta claridad, como si le conociera de antes. Pero ¿dónde le había visto?

–¿Gár... land? –pregunté.
–¿Qué?
–¿Qué dice este? –preguntó Kei.
–Eh... –me di cuenta de que seguía en mi mesa–. No, nada. Es solo que... acabo de acordarme de... Nada, es igual.

Leta y Kei reanudaron su conversación y yo volví a mirar al chico de negro y naranja, pero esta vez él también me estaba mirando. ¿Cómo describir su mirada? ¿Sorpresa? ¿Acaso me había oído?
Fingí que solo le había mirado por casualidad: dirigí la vista a varios sitios distintos y finalmente la bajé a mi plato. Recordé el sueño que había tenido por la mañana: la sala gigante con las columnas, el hombre de la armadura y su nombre... ¿Cómo le había llamado? Algo que empezaba por G... Ya se me había olvidado. Pero estaba convencido de que ese era el nombre del guerrero de mi sueño. Lo sabía por algún motivo, me lo decía el instinto. Aun así... ¿por qué me había venido a la cabeza mirando a ese chico?

Genial. En apenas unas horas, ya tenía la cabeza llena de cosas: sueños extraños, nombres que surgían en mis pensamientos, un nuevo compañero de habitación... El lado bueno era que me había librado de Belazor, gracias a Arceus.

Si estás a disgusto, tal vez pueda conseguir que dejes de sufrir a causa de su alarma–, recordé.

O tal vez no había sido gracias a Arceus. Tenía que darle las gracias al conserje la próxima vez que le viera.