Antes de nada...



Ni el Jardín de Balamb, ni Moltres ni muchos de los personajes, situaciones, lugares, objetos y conversaciones y que aparecen en este blog me pertenecen y en ningún momento doy ninguno de ellos por propio.
Por lo tanto, no plagio nada. Yo solo soy dueño de este blog.

2 de julio de 2010

IX: Intereses

¿... Disfrutando de las vistas? –preguntó una voz.

Sentí un escalofrío y pegué un respingo que hizo que el collar se me cayera de las manos. No había visto a nadie más en el patio al entrar, ¿me había seguido alguien? ¿El imbécil de Belazor? Giré la cabeza para ver quién era...

–Tranquilo... Mi deber es protegerte, no hacerte daño.

No pude evitar ponerme nervioso. Me resultaba conocida aquella voz que inspiraba miedo. No la identifiqué del todo hasta que vi su cara.



–¡Seymour!
–Es un honor que recuerdes mi nombre. Siento haberte asustado, no era mi intención.
–No... No pasa nada.

La vez que nos acompañó a la Caverna de las Llamas se me heló la sangre cada vez que le oía hablar, y esta ocasión no era distinta. Sentía deseos de mirar a mi alrededor, de apartar mis ojos de los suyos, que me ponían la piel de gallina, pero algo dentro de mí me decía era mejor no quitarle los ojos de encima, que podía interpretarlo como una muestra de debilidad... y que tenía que parecer fuerte delante de él.

–¿Qué estás haciendo aquí? –le pregunté intentando disimular el miedo.
–He venido a disculparme.
–¿A disculparte? ¿Por qué?
–Por mi falta de precaución cuando fui vuestro escolta, ¿por qué si no? No sabes cuánto lamento no haber podido protegeros durante el ataque que sufristeis en la Caverna de las Llamas. Vuestras vidas corrieron peligro por culpa de mi imprudencia. He venido a presentarte mis disculpas.
–No pasa nada. Solo hacías tu trabajo... Hay que alegrarse de que no ocurriera nada grave.
–Pero podría haber ocurrido. ¿Qué habría pasado si no hubieras llegado a despertarte? ¿Y si no hubieras sido lo bastante fuerte para derrotar a Moltres y hubiera acabado con vosotros?
–¡¿Qué?!

El corazón se me paró cuando mencionó a Moltres. Pensé que así es como debía sentirse un asesino cuando le detienen, cuando su vida se desmorona por completo. No obstante, Seymour, ajeno a mi reacción, seguía hablando.

–... En cuanto oí su chillido, atravesé la caverna tan rápido como me fue posible, pero los arimanes se encontraban completamente fuera de control. Había centenares de ellos. Esa es la razón por la que tardé tanto en llegar hasta vosotros.
–Pero... Moltres... No sé a qué te refieres... –intenté disimular, aunque era consciente de lo mal que lo estaba haciendo.
–Al espíritu legendario al que os enfrentasteis, por supuesto.
–Nosotros no... No vimos ningún... Quiero decir, no era...
–Ah, te aseguro que su chillido es inconfundible. Además, he visto ese collar que tienes. Es él... ¿no es cierto?
–No... Eso era una... Estaba fumando, por eso estaba aquí fuera –puse el zapato sobre el collar y lo arrastré para fingir que apagaba una colilla–. Es que en el Jardín está prohibido.
–No es necesario que mientas. Pero puedes estar tranquilo, cuentas con mi silencio.
–De... De acuerdo...
–Cuando te vi tirado en el suelo, temí haber llegado tarde –continuó Seymour–. Afortunadamente, has demostrado ser más fuerte que él. Es un consuelo.
–Gracias. Pero si viste a Moltres podrías habérselo dicho a alguien...
–Eso habría hecho que cundiera el pánico. Imagina cuál habría sido tu reacción si te hubieran dicho que un ser de las leyendas existe y se ha materializado no muy lejos del lugar donde vives.
–Bueno... Visto así...
–En cualquier caso, no llegué a verlo. Parece ser que fuisteis más rápidos que yo, y no he tenido constancia de que tú fueras su legítimo dueño hasta este preciso momento.
¿Su legítimo dueño?

Bajé un poco la guardia, pero no demasiado. Ahora éramos cuatro los conocedores del secreto del collar, y no sabía hasta qué punto podía fiarme de Seymour. Aunque, por otra parte, tenía ante mí una forma de obtener información.

–Entonces... ¿tú conoces a los espíritus legendarios?
–Estoy familiarizado con ellos.
–¿Podría... preguntarte sobre el tema?
–No veo inconveniente.
–De acuerdo... Primero me gustaría saber cómo se invoca un espíritu legendario. O sea, yo no quiero invocarlo... Es para... saber cómo evitarlo si llega el caso.
–Qué pregunta tan curiosa –rio y sentí que se me erizaban los pelos de la nuca–. Bien, para realizar una invocación se requieren tres elementos: un medio, un pacto y un sacrificio. El medio es un objeto físico, como el collar que tú tienes.
–Sí... –suspiré de nuevo por mi falta de cuidado.
–El pacto es un vínculo que te une al espíritu, una muestra de respeto. Si bien existen espíritus menores que pueden ser convocados sin complicaciones, para los espíritus mayores se requiere un pacto entre invocador y espíritu que asegure que puedas controlarlo. Una de las formas de adquirir ese pacto es derrotar al espíritu, como tú bien lograste. Bajo la existencia de un pacto, el espíritu te obedecerá.
–¿Y... el sacrificio? –pregunté algo temeroso.
–El sacrificio es simplemente una alta cantidad de magia –cuando lo dijo, suspiré aliviado–. Una invocación consume tanta energía como varios hechizos simultáneos. Harás bien en emplearlas con cautela.
–No... No voy a usarlo. No creo que... lo necesite.

Seymour se rio de nuevo, como si supiera lo que estaba pensando.

–En cualquier caso, ¿puedo saber qué haces aquí? Está claro que fumar no... ¿No es un poco tarde para un alumno? Además, comienza a hacer frío.
–Ya, bueno... A veces me gusta venir aquí a... pensar.
–La presión de los jóvenes aspirantes a Seed... ¿Realmente merece la pena? Habrá gente que cuente contigo. Vidas que dependerán de ti... Si fracasas, aquellos a quienes tenías que defender no tendrán que preocuparse una segunda vez. Casi podría decirse que se salvarían al dejarlos morir –rio de forma siniestra–. Pero serás tú quien tenga que cargar con el peso de la culpa, de almas a las que no has podido salvar. ¿Estarás dispuesto a pagar el precio?
Tampoco tienes que ponerte tan dramático.
–Sí... –contesté–. Es el camino que he elegido.
–Y el camino que seguirás... –volvió a reír.
–Eso espero.
–He oído que lanzaste Hielo++ ahí arriba.
–¿Dónde?
–En la caverna, en el combate contra Moltres. Es toda una hazaña para un estudiante que apenas ha comenzado su sexto año.
–Gracias... Pero estuve inconsciente un día entero por culpa de esa "hazaña".
–Durante el viaje de vuelta, no parabas de agitarte en sueños. En concreto mencionaste un nombre que llamó mi atención... Gárland...

Se me detuvo el corazón por segunda vez en menos de cinco minutos. El nombre de Gárland tenía una conexión conmigo, pero no sabía cuál. Solo recordaba que era un hombre con armadura... y de pronto tuve la sensación de que era alguien terrible a quien no debía mencionar. Al menos, no delante de Seymour. Como si fuera otro secreto que debía guardar y por el que pudieran condenarme. Opté por hacerme el tonto, o intentarlo.

–¿Gárland? –repetí.
–Así es.
–No me suena...
–Ah, ¿no? Tal vez fuera yo quien lo interpretara mal.
–¿Qué es Gárland?
–Yo mismo trato de obtener respuesta a esa pregunta. Para empezar, no se trata de qué, sino de quién.

En ese momento estuve seguro de que Gárland y yo nos habíamos conocido en algún momento y lugar. ¿Pero dónde? ¿Solo en mis sueños? Podía reproducir en mi cabeza una imagen de la reluciente armadura plateada con absoluta claridad, y la sonrisa que se dibujó en la boca de Seymour me hizo sentir como si él también la estuviera visualizando.

–¿Te encuentras bien? –me preguntó con un tono que no denotaba preocupación alguna.
–Sí, sí.
–Se hace tarde. Quizá deberías retirarte a tu habitación.
–Sí, será lo mejor.

Eché a andar de vuelta al interior del Jardín.

–Espera. Te dejas esto.

Me di la vuelta y vi a Seymour recogiendo el collar de Moltres del suelo. Lo observó con especial interés, como si se tratara de una compleja obra de arte que intentara descifrar. Sentí miedo al ver el collar entre sus dedos.

–No creo que alguien tan joven como tú deba tener esto. Es una enorme responsabilidad.

Extendió la mano y lo dejó caer sobre la palma de la mía. Tenía unas uñas largas y afiladas, tanto que pensé que podría rajarme la piel solo con rozarme.

–... No obstante, y como ya he dicho, te guardaré el secreto. Cuida bien de Moltres. Y que él te cuide del peligro.
–No tengo pensado buscar más peligros.
–El peligro no se busca; él te encuentra a ti. Cuanto más te alejes de él, con más fuerza acudirá.
–De... acuerdo...

Cogí el collar y me alejé lentamente, con la mirada de Seymour clavada en mi nuca. En cuanto entré en el pasillo del Jardín y supe que ya no podía verme, eché a correr y no paré hasta llegar a mi habitación. Cerré de un portazo.

–Eres imbécil, Div, lo más imbécil que ha pisado nunca este Jardín –me dije–. ¿Cómo cojones no te has dado cuenta de que llevabas el collar encima?

Aunque le había sonsacado información sobre las invocaciones, Seymour me había aterrorizado, y no descartaba que fuera a delatarme, de modo que decidí que lo mejor era quitarme de encima a Moltres cuanto antes. No quería seguir cargando con el collar como si fuera un cadáver y tuviera que temer por mi vida cada vez que alguien descubriera que lo tenía.
Si Kei hubiera estado en la habitación, me habría gustado pedirle su opinión, pero el collar era mío, por lo que la decisión también. Me di la vuelta, decidido a salir de la habitación para hablar de inmediato con el director Cid, explicarle lo ocurrido y entregarle el collar. Tal vez fuera comprensivo y no me castigara...
Puse la mano en el pomo y lo giré, pero me quedé congelado. Seymour seguía en el Jardín, y tenía muy claro que no quería cruzarme con él una segunda vez.
Respiré hondo e intenté calmarme para armarme de valor, pero no me atrevía a girar el pomo del todo. Desistí y lo devolví a su posición original. No me gustaba ceder al miedo y echarme atrás, pero me dije que una noche más no me haría daño. Me desharía de Moltres al día siguiente. Además, en sábado me encontraría poca gente en el Jardín y el director estaría más libre.

Cogí el collar, lo metí de nuevo en su caja y recogí las cintas, que se habían quedado tiradas en el suelo antes de irme a cenar. Las até con toda la fuerza que pude y les hice tantos nudos como era físicamente posible. Una vez hecho esto, busqué celo, gomas elásticas, esparadrapo y cualquier cosa que hubiera en la habitación y que me permitiera sellar el collar aún más. Para terminar, lo metí en un calcetín viejo, le hice un nudo y lo guardé en un cajón. A lo largo del proceso, pensé varias veces en tirar el collar por el váter, pero aquello me parecía aún más irresponsable.

Me acosté temeroso. Casi pensé en esperar a que volviera Kei para hablar con él, pero no quería preocuparle. Era la primera vez que salía desde que empezó el curso y no quería que pensara que me estaba haciendo la víctima para llamar su atención. El pobre tenía derecho a divertirse.
Apagué la luz convencido de que dejar entrar la oscuridad no era una buena idea. Cada vez que crujía algo en la habitación pensaba que había alguien más conmigo, cada vez que se movía algo en el exterior pensaba que me estaban acechando. No dejaba de sudar. Los segundos se convertían en minutos, los minutos en horas.

Menudo Seed estás hecho –me dije–. Eres un cobarde. Un chiste.

Aquella noche tardé en dormirme y mis sueños estuvieron plagados de pesadillas angustiosas.