Antes de nada...



Ni el Jardín de Balamb, ni Moltres ni muchos de los personajes, situaciones, lugares, objetos y conversaciones y que aparecen en este blog me pertenecen y en ningún momento doy ninguno de ellos por propio.
Por lo tanto, no plagio nada. Yo solo soy dueño de este blog.

21 de junio de 2010

VIII: Reflexión

Habían pasado unos días desde nuestra visita a la Caverna de las Llamas. La alerta y el miedo que me atenazaban al principio habían empezado a remitir hasta ceder su lugar al tedio de siempre.

Leta, Kei y yo habíamos recibido un aprobado raspado en la prueba. Supuse que Ryuzaki había intercedido por nosotros debido a la aparición de Moltres, porque, en mi opinión, nos merecíamos haber suspendido por quedarnos inconscientes, aunque el monstruo legendario inesperado no hubiera sido culpa nuestra. Me dolía más recibir un aprobado por pena que un suspenso, por mucho que Leta y Kei estuvieran en desacuerdo, y cuando me comunicaron la nota me pasé unos días apático y desganado. Me gustaría achacar a eso mi suspenso en historia de aquella semana, pero si había suspendido es porque era un vago y nada más. Al menos sí aprobé el siguiente examen de filosofía, aunque por los pelos.

En cuanto a Moltres, estábamos siguiendo el consejo de Ryuzaki de no mencionárselo a nadie, y lo habíamos aplicado también a la existencia del collar. Leta y Kei decidieron que era yo quien debía guardarlo. Para mí que les daba miedo tenerlo a su cargo, pero, muy a mi pesar, tuve que aceptar. Al fin y al cabo, fui yo quien lo derrotó.
Había escondido el collar tanto como me fue posible: lo tenía guardado en una cajita envuelta en varias cintas debajo de mi colchón. Sé que era un sitio muy evidente en el que mirar si alguien lo buscaba, y que cuatro telas mal puestas no bastarían para controlar al terrible pájaro si se despertaba en mitad de la noche, pero no se me ocurría una forma mejor de esconderlo. Habría sido más fácil desprenderse de él, y en más de una ocasión había pensado entregárselo al director para que se encargara como considerase más oportuno, pero algo me decía que era mejor conservarlo. Podría necesitarlo en el futuro.

Por otro lado, aunque no estaba dedicando a mis estudios todo el tiempo que debía, lo compensaba yendo a entrenar con Kei. El combate en la cima de la caverna me hizo darme cuenta de que era mucho más débil de lo que pensaba, y me aterraba pensar lo que podría haber ocurrido si no hubiera entrado en Trance. Por eso empecé a esforzarme más de la cuenta. Ya me estaba preparando para los hechizos de nivel 3 y casi alcanzaba a usar Hielo++ sin necesidad de Trance. Tampoco me quedaba atrás en mis progresos con Electro+. Quizá lo que me había dicho mamá Rede de mi poder mágico no fuera del todo cosa de Moltres.

–Deja de tirar rayos, que también te van a examinar de Piro en algún momento –me decía Kei de vez en cuando.
–Siempre puedo invocar al pájaro como último recurso –replicaba yo en tono de broma.

Kei contestaba con un gruñido y yo me reía.

Aquel día no era distinto. Era viernes y estábamos entrenando después de clase. Era fácil reservar la zona de entrenamiento en fin de semana, porque varios estudiantes salían del Jardín. Hasta solían pasarse los instructores a entrenar.
Aquella tarde, apenas habíamos despachado un pequeño grupo de monstruos cuando aparecieron dos grat, unas criaturas vegetales que parecían un bulbo con patas, boca enorme y cuatro largas ramas terminadas en hojas, que movían como si fueran extremidades.

–Venga, churra, a por estos dos y se acabó por hoy.
–¿Qué? ¿Tan pronto?
–Sí, hoy tengo un poco de prisa.
–Ah, ¿sí? ¿Y a qué se debe?
–He quedado.

¿Que tú qué? ¿Con quién?
–Anda, calla y vamos a por esas cosas.
–¡Hielo++!

Kei se lanzó a por ellos espada en mano. Yo canalicé la energía de hielo y lancé un gran bloque del gélido elemento que no llegó al nivel 3, pero notaba que cada vez me acercaba más.

Es difícil explicarle la diferencia entre Hielo, Hielo+ y Hielo++ a alguien que no usa magia. Pongamos que hay una de esas atracciones de feria en las que tienes que golpear un blanco con un martillo todo lo fuerte que puedas. Tu fuerza con los brazos sería tu poder mágico y la puntuación que obtengas determina el hechizo que consigues. Desde fuera, lo único que ves es un golpe y un indicador que va subiendo. Pero, si el indicador se detuviera entre el 6 y el 7, daría igual que se quede rozando el 7 o que se pare a medio camino entre los dos, porque solo te llevas el premio de 6 puntos; no hay premio por sacar 6,5.
Con la magia es un poco lo mismo. Puedes ver más fuego o más hielo, pero la única forma de reconocer el nivel de un hechizo es tener conocimientos mágicos. O sufrirlo en tus propias carnes, supongo.

Los grat no nos duraron ni un minuto. Casi me daban pena, a pesar de que solo fueran hologramas.

–Ale, a casita –dijo Kei una vez terminado el combate.
–Conque tienes una cita...
–No, no es una cita, y no lo digas en voz alta. No quiero que se entere todo el mundo.
–Mis disculpas, soldado.

Volvimos a la habitación. Kei guardó su espada en la funda y se metió en la ducha. Mientras, traté de poner un poco de orden en mi lado del escritorio. Yo cualquier cosa con tal de no estudiar...

Saqué un par de libros de clase por si viéndolos fuera de la mochila me animaba a cogerlos, pero dejé encima de ellos otro libro un poco menos educativo. Había terminado una novela llamada Mensajero Oscuro y ahora había tirado por algo un poco más animado: El Hombre de la Ametralladora. Trataba de un soldado muy optimista y extrovertido que formaba parte de un ejército con fama de sanguinario. Era tan irónico como sugiere el título.
Para sentir que estaba haciendo algo útil antes de perderme entre las páginas, comprobé en la agenda las fechas de los siguientes exámenes y tomé un par de notas. En eso, Kei salió del baño.

–Me piro –dijo.
Qué rapidez.

Se había puesto unos vaqueros, zapatos negros y una chaqueta del mismo color. También se había atado una bandana en la frente, por delante de ella colgaba el largo mechón de su flequillo. Suspiré.

–Estás monísimo –le dije con ironía.

–Te den, capullo.
–¿Adónde vas? ¿Tienes un permiso para salir del Jardín?
–Pos claro. Voy a Balamb, pero vuelvo esta noche. No me esperes despierto, soldado.
–Usad gomita...

Kei volvió a gruñir, esta vez con especial fuerza, y yo me reí mientras oía sus pasos alejándose por el pasillo. ¿Qué iría a hacer? Había deducido que tenía una cita, pero quizá solo iba a encontrarse con un amigo. Al fin y al cabo, toda su vida había transcurrido antes de venir al Jardín de Balamb, así que tendría amigos de antes. En cualquier caso, el mero hecho de que hubiera quedado con alguien ya me daba envidia.


Mi mente voló al pasado, al orfanato. Pensé en muchos de mis antiguos compañeros, tantos que podría haber hecho una lista con más de veinte nombres. No me había llevado bien con todos, pero me acordaba de cada persona con la que había compartido estancia. Algunos habían tenido la suerte de encontrar una familia, pero eso siempre significaba el fin de nuestra relación. Nunca volvían a visitarnos al orfanato, ni nos escribían. Era como si solo hubieran estado de paso, como si supieran que encontrarían una vida mejor y podrían olvidarse de todo lo anterior. ¿Era esa la razón por la que no había vuelto a saber nada de ellos?
Pero eso no era todo. También notaba más débil la relación con mis hermanos del orfanato que sí estaban en el Jardín. Con la excepción de Leta, que seguía siendo mi mejor amiga, ya no me llevaba igual con nadie. Mako a veces nos acompañaba en las comidas, pero le sacábamos cuatro años, y ella, como es natural, prefería juntarse con gente de su curso. También llevaba meses sin hablar con Schío, un luchador de mi clase del que había sido inseparable de pequeño. Y no mencionemos cómo estaba el tema con Belazor...
De repente me sentí abatido, como si todo el mundo siguiera adelante y yo me hubiera quedado atrás. ¿Estaba mal rememorar tanto mi infancia? ¿Era normal distanciarse de la gente y estaba siendo un ingenuo por negarme a aceptar esa parte de la realidad, o había otro motivo para que toda esa gente nunca se pusiera en contacto, para que nunca quisieran hablar conmigo...? ¿Buscarían alguna vez mi nombre en las listas del Jardín, en censos o en cualquier parte, aunque fuera solo por curiosidad, sin intención de retomar el contacto? ¿Habrían invertido siquiera un segundo de su tiempo en preguntarse cómo estaba aquel chico bajito de pelo violeta?

Intenté evadirme de aquella espiral depresiva mediante la lectura. Cogí mi libro nuevo y me tumbé en la cama, de cara a la pared. La historia me absorbió tanto que, cuando me quise dar cuenta, eran las ocho y media y ya había oscurecido. Aún no me había duchado desde que volví del entrenamiento, así que dejé el libro y me metí en la ducha para intentar eliminar el estrés de la semana.

Abrí el grifo y el agua caliente me cubrió el cuerpo. Intenté olvidarme del tema y mis pensamientos fueron a parar a Moltres.

Como ya he explicado, imperaba la ley del silencio: solo tres personas conocíamos el paradero del collar y no pensábamos irnos de la lengua con nadie, pero me asaltaban dudas constantemente. Por ejemplo, ¿sería legal tener un espíritu legendario en mi posesión? Al ser criaturas de leyenda, no tenía ni idea de si había leyes o decretos que regularan el tema, o si debería entregárselo a las autoridades o a alguien más capacitado que yo y que pudiera controlarlo. Tampoco podía buscar libros sobre el tema porque... Bueno, por poder sí que podía, pero temía que alguien me viera y sospechara, que comenzaran a hacer preguntas y descubrieran el pastel. Quizá el mero hecho de haberlo mantenido en secreto pudiera interpretarse como ocultación de información o posesión ilegal y ya estuviera metido en un lío sin saberlo. O quizá solo estaba siendo paranoico.
Por otra parte, y aunque soy consciente de cómo suena... había empezado a valorar la posibilidad de invocarlo (está claro que adoro el riesgo). Pero había varias pegas. En primer lugar, tendría que hacerlo en secreto, en un lugar en el que nadie me viera, y no podía salir del Jardín sin una buena excusa. ¿Y qué iba a hacer, pedir permiso para salir un fin de semana e irme a un bosque? El resplandor de Moltres podía verse a kilómetros de distancia durante la noche, y llamar a un monstruo de fuego en un bosque sonaba a la peor idea que había tenido en mi vida. Además, aunque encontrara el lugar y el momento para hacerlo, no sabía cómo realizar la invocación ni cómo hacer que desapareciera después. Ni siquiera sabía si se iba a dejar controlar por mí. Por último, no tenía nada que ganar invocándolo; solo el subidón de cuando crees que te van a pillar haciendo algo que no debes. Había formas más fáciles y mucho menos peligrosas de replicar esa sensación de adrenalina que dejar libre al monstruo legendario que casi nos mata.

Salí del baño y me vestí para ir a cenar, pero, antes de salir, un venazo me hizo sacar el collar de Moltres de su escondite. Levanté el colchón, desaté las cintas que lo aprisionaban y abrí la caja. La joya brillaba como una vela encendida. Saqué el collar sosteniéndolo por el hilo y rocé la piedra con los dedos. Me la acerqué a un ojo, como si pudiera ver a Moltres si me fijaba bien.

Unos golpes en la puerta hicieron que casi me muriera del susto. Me guardé el collar en un bolsillo por instinto, pensando que me habían pillado, que iba a ir a la cárcel, que...

–¿Dívdax? Soy Belazor.
Pues casi prefería la cárcel. 

–¿Qué quieres? –le pregunté.
–¿Vas a ir a cenar?
–No, estaba pensado en morirme de hambre esta noche –le contesté sin cortarme.
–Es que había pensado que po-podíamos compartir mesa... Hace mucho que no habla, hablamos, y...
–Ya tengo otros planes.
–Ah... Pues... Ya nos veremos.

Se quedó callado, como esperando a que dijera algo más. Cuando se dio cuenta de que la conversación había terminado, se marchó. ¿Qué quería ahora ese pesado? ¿Todavía seguía empeñado en querer hablar conmigo? Creía haberle dejado claro que no pensaba aguantarle más tiempo.

Empecé a hacer cálculos para pensar la mejor forma de evitarle. Me habría gustado hacer tiempo hasta que se fuera de la cafetería, pero le conocía y sabía que era capaz de esperarme el tiempo que fuera necesario. Además, cerraban a las 22:00, y no pensaba quedarme sin cenar solo por no verle, de modo que el mejor plan que se me ocurrió era sentarme en la mesa más alejada que encontrara, comer todo lo rápido que pudiera sin atragantarme y largarme de allí cuanto antes.

Nada más llegar a la cafetería, hice una búsqueda rápida por las mesas. Encontré a Belazor con varios compañeros de su curso y aparté la mirada inmediatamente, para que no lo considerase una invitación. También vi a Leta en una mesa con dos amigas suyas. No tenía mucha relación con ellas, así que no quería acoplarme. Iba a darme por vencido cuando encontré una mesa vacía con solo dos sillas.

Apenas había dado un paso hacia ella cuando un chico con una larga melena apareció de la nada y se sentó con una bandeja de comida. Era el supuesto dragontino, el nuevo compañero de habitación de Belazor. No recordaba haberle visto en bastante tiempo, eso o que no me había fijado en él. 
Por un momento pensé en dar el paso, olvidarme de la vergüenza de conocer gente nueva y sentarme a hablar con él, pero pensé que ver a sus dos compañeros de habitación juntos habría atraído la atención de Belazor. Al final tomé la decisión de acoplarme con Leta y sus dos amigas, y recé por que Belazor no se nos acercara.

Afortunadamente, no lo hizo. Leta me preguntó por Kei y le dije simplemente que había salido, no quise mencionar la cita para no vulnerar su intimidad. Las tres hablaron de los próximos exámenes y de otras nimiedades, yo apenas participé en la conversación. Cené más rápido de la cuenta porque tenía la sensación de que estaba molestando y me despedí de ellas tan pronto como terminé.
Miré de la forma más sutil que pude hacia la mesa de Belazor para confirmar que seguía allí. El que ya se había ido era el dragontino.
 

–Veo que tú tampoco tragas a Belazor –susurré para mí.

Salí de la cafetería, pero no volví directamente a mi habitación. En lugar de eso, me dirigí al patio interior. Estaba desierto, como era natural un viernes a la hora de cenar. Pasé por delante de la fuente, que ya estaba apagada, y crucé el camino de losas hasta llegar a los árboles. Me agaché para poder cruzar entre las ramas y llegué hasta mi vista privilegiada. Mi querido promontorio.
 

Me apoyé en un árbol. Me llegaban la brisa y el aroma del mar. Se podía ver Balamb a lo lejos. Era una ciudad pequeña, que había prosperado en gran parte gracias al Jardín.
Me asaltó una duda: ¿Kei había cogido su llave de la habitación? ¿Llegaría en condiciones, o habría bebido? El toque de queda en el Jardín era a medianoche, ¿lo sabría? Le amonestarían si tardaba más en volver.
No era el único que se había ido; muchos de los internos solían pedir permisos para salir, sobre todo los fines de semana. Era el caso de Schío, que tenía novia en Balamb. Tenían muy pocas horas para verse durante la semana y trataban de aprovecharlas al máximo.
Todas las parejas repetían el mismo esquema: cenaban juntos, tenían su rato personal, muchos besos, "te quiero mucho"... Todos la misma basura.

Cuando empezaba a hacer calor, y como si quisieran restregarme que a mí nadie me quiere, salían a dar paseos por la playa.
Juntos.
Dados de la mano.
Diciéndose cuánto se querían.
Y demostrándolo con caricias y frases cursis.

–Qué asco.


Era consciente de que la tirria que les tenía a las parejas venía de no haber tenido una antes, pero saber el motivo no hacía que me sintiera mejor. Me daba miedo pensar que podía quedarme solo, pero la gente a mi alrededor hacía su vida con su pareja y yo me quedaba atrás. Odiaba el amor, a las parejas y que me clavasen toda esa mierda en la cabeza a la menor oportunidad.

Se levantó una brisa fría. Pegué los brazos al cuerpo para conservar el calor y me metí las manos en los bolsillos. Al hacerlo, noté algo dentro. Era el collar de Moltres.
Me maldije a mí mismo por haberme olvidado de guardarlo de nuevo en su sitio, pero la sensación de culpa me duró poco tiempo. Lo saqué y lo sostuve delante de mis ojos, hipnotizado por su belleza. Realmente brillaba como una llama. ¿Qué era esa cosa, y por qué nos la habíamos encontrado nosotros? ¿Por qué me había elegido a mí?

¿... Disfrutando de las vistas? –preguntó una voz.

Sentí un escalofrío y pegué un respingo que hizo que el collar se me cayera de las manos. No había visto a nadie más en el patio al entrar, ¿me había seguido alguien? ¿El imbécil de Belazor? Giré la cabeza para ver quién era...

16 de junio de 2010

VII: Llamada

Lo que yo quiero es...

Abrí los ojos y volví a cerrarlos al momento porque había demasiada luz. Los abrí lentamente, hasta que se acostumbraron, y me encontré tumbado sobre un colchón blando en una sala muy iluminada.

Miré a mi alrededor e identifiqué el lugar. Estaba en la enfermería del Jardín. Por la luz interior parecía que era de día, pero la ventana que había detrás de la cama indicaba que fuera había oscurecido.
Me palpé el cuerpo para comprobar cómo de herido estaba. Moví un poco los brazos, los doblé y los estiré para examinarlos en busca de heridas. Destacaban un par de ampollas por encima de la piel enrojecida. Mi vello brillaba por su ausencia. Menuda forma de depilación... No llevaba puesta la camiseta, debía de haber quedado destrozada. Así vi que tenía una ampolla más en el pecho, justo debajo del cuello.
Noté que una mano me pesaba más que la otra. La giré y vi que tenía puesto un anillo. Era un sencillo aro de plata con una joya naranja de forma redonda. Volví a cerrar los ojos y me tapé la cara con el brazo para que no me molestara la luz. Fue así como noté que tenía húmedas las mejillas. ¿Había estado llorando?

La doctora Kadowaki se dio cuenta de que me había despertado, porque se levantó y se acercó a mi cama. Era una mujer entrada en los cincuenta, de rostro severo. Llevaba recogido en un moño el pelo, de color castaño oscuro, pero que ya empezaba a clarear. Me incorporé un poco para hablar con ella.

–¿Qué tal te encuentras? –me preguntó.
–Me... Me duele la cabeza –pude decir, no sin cierta dificultad.
–Te dolerá unos días –aseguró ella–, alguien te ha clavado las garras con mucha fuerza. Intenta no tocarte la venda. Hiciste un gran esfuerzo, pero ya tienes mejor aspecto –sacó una pequeña linterna del bolsillo y me examinó los ojos–. Mm, pupilas normales... Te llamas Dívdax, ¿verdad?
–Sí, Dívdax Palazzo. Sexto grado.
–¿Y se puede saber qué has hecho para quedarte inconsciente todo el día?
–Yo... recuerdo la prueba y... ¡AH! ¡Leta! ¿Leta y Kei están bien?
–¿Tus compañeros? Sí. Tenían quemaduras de primer grado como las tuyas, pero nada grave. Te digo yo que lo de las pruebas físicas no nos trae más que disgustos...
–¿Dónde están?
–Eso ya no lo sé. Espera, avisaré a alguien.

Se acercó a su mesa y marcó un número.
Al mismo tiempo, escuché sonar un teléfono móvil y vi que Ryuzaki acababa de entrar en la enfermería. La doctora Kadowaki, de espaldas a él, no se había enterado. Ryuzaki se sacó el móvil del bolsillo y contestó.

–¿Sí?
–¿Ryuzaki? Habla la doctora Kadowaki. Preséntate en la enfermería para que...
–Gracias por el consejo –colgó y se acercó a mi cama.

La doctora reparó entonces en su presencia. Suspiró sonoramente y se sentó en su puesto mientras Ryuzaki corría la cortina de delante de mi cama.

–Explícame exactamente lo ocurrido –dijo al momento.
–Leta y Kei... ¿Están bien?
–Los dos están bien. Ahora explícame exactamente lo ocurrido –repitió.
–Fuimos a la caverna... Llegamos... a la parte exterior... pero apareció...
No le puedes contar lo de Moltres –pensé–. No te va a creer. Tendrás que inventarte otra cosa.
–Apareció un monstruo gigante. No sé de dónde salió... Intentamos pedir ayuda a Seymour, pero no vino. Lancé Hielo++ al monstruo varias veces y lo derroté... Y después no recuerdo nada más.
–Excepto por la última parte, tu historia coincide con la de tus compañeros. Vayamos por partes. ¿Qué es la “parte exterior” de la caverna?
–Después de un rato dentro... el terreno se elevaba... y daba a una salida al aire libre.
–¿Dentro de la caverna?
–Sí. Era como una terraza. No salía en las simulaciones...
–Entiendo. Siguiente punto. ¿Cómo era ese monstruo gigante?
–Era... Era gigante, usaba fuego...
–Cálmate y defínemelo.
–Era un...

Suspiré. Tenía que contarle la verdad. Lo que habíamos visto no tenía sentido, pero era inútil intentar ocultarlo. Bajé la voz para que no nos oyera la doctora.

–Ryuzaki... ¿Puedo confiar en ti?
–Eso tendrás que decidirlo tú mismo.

Cerré los ojos. No me hacía especial ilusión recordar al monstruo que casi nos mataba, pero intenté ser profesional.

–Era un pájaro gigante con fuego en las alas. Creo que lo llaman... Moltres. Apareció cuando llegamos al exterior y nos bloqueó la salida... Pensaba que íbamos a morir.
–¿Conoces los espíritus legendarios, Dívdax?
–Muy poco. He leído sobre ellos... pero no pensaba que existieran de verdad.
–Entonces sabes lo que es Moltres. No te estoy llamando mentiroso, pero ¿estás seguro de que esa criatura era el mismo Moltres de las leyendas?
–No lo sé... Solo pudimos... Solo pudimos defendernos de sus ataques... Pero cuando le gané... No sé si fue muy difícil o muy fácil para ser un espíritu legendario.
–Y dices que lo has derrotado, ¿no es así?
–Se cayó al suelo, dejó de moverse y su cuerpo se desvaneció... Diría que sí.
–Utilizaste varios hechizos Hielo++, ¿correcto? ¿Habías hecho algo parecido en el pasado?
–No. Todavía no había conseguido usar Hielo++ ni una sola vez. A veces todavía me cuesta usar Hielo+... No entiendo cómo lo hice.
–Si lo que me dices es cierto, has estado expuesto a una gran tensión. En situaciones así, el cuerpo libera su potencial oculto y somos capaces de realizar acciones que de otra forma no seríamos capaces. Es lo que se llama entrar en Trance.
–¿Entonces... la prueba consistía en entrar en Trance? ¿Por eso estaba ahí Moltres?
–Ni lo uno ni lo otro. La prueba consistía en recoger las medallas, enfrentarse a un monstruo especial y volver al Jardín. Pero ese monstruo en nada se parece al que me has definido.
–Pero entonces...
–¿Y dices que Seymour no hizo nada? –me cortó.
–Se quedó en la entrada cuando pasamos a la caverna. Dijo que acompañarnos sería... interferir en la prueba.
–¿Le viste actuar de forma extraña durante vuestro viaje?
–Nunca antes he estado con un guardaespaldas, pero creo que no. Hablamos muy poco.
–Entiendo.
–¿Qué ha pasado, Ryuzaki? ¿Cuánto tiempo llevo aquí?
–Deja que te ponga al corriente de la situación. Salisteis del Jardín a las 0900. Debisteis de llegar a la caverna en torno a las 0930. A las 1203 exactamente, Seymour volvió al Jardín cargándote a sus hombros, con tus dos amigos a su lado. Según su declaración, tardabais demasiado tiempo en volver y decidió entrar a buscaros. Fue cuando os encontró, os curó y os trajo hasta aquí. Ahora mismo son las –miró su reloj– 1956.
–Pero ¿qué pasa con Moltres?
–Esa es la parte que me preocupa. No es lógico que te hayas inventado una mentira tan inverosímil, pero comprenderás que tampoco es fácil creerte. Ten en cuenta que la criatura que conocemos como Moltres es afín al fuego; cualquier otro enemigo de la cueva os habría podido causar los mismos daños. No obstante, si es cierto como si no, debo pedirte que no compartas esa información con nadie hasta que se la comunique al director y decidamos que decidamos cómo proceder. Es mejor que no le hables de nadie a Moltres. Es por precaución.
–De acuerdo. ¿Pero... entonces... la prueba...?
–Los examinadores han comprobado vuestras armas para determinar vuestra actuación. Tu compañera maga blanca ha demostrado un impecable dominio de magia protectora y de curación, aunque acabarais inconscientes los tres. En cuanto al guerrero y a ti, habéis hecho gala de una gran destreza al combatir, especialmente con el Sable Mágico. Pero recuerda que la prueba incluía la parte de volver al Jardín.
–Así que hemos suspendido... –me entristecí.
–Yo no he dicho eso. Me limito a recordarte las instrucciones, pero no formo parte de la junta de evaluación. Solo puedo decirte que esperes a conocer su veredicto.
–Ya...

No pude ocultar mi decepción. Habíamos entrenado tanto y habíamos utilizado estrategias tan eficaces en la caverna... No era justo. Ni siquiera había sido culpa nuestra. Bajé la vista al suelo. Al hacerlo, reparé de nuevo en el anillo.

–Ah, el anillo –me lo quité y lo sostuve ante sus ojos–. Me ha salvado, pero... ¿no se supone que está mal? Es injusto. Los demás grupos no han tenido esta ventaja.
–¿Por qué iba a ser injusto? En ningún momento se estipuló que no se permitiera llevar equipamiento ni accesorios. Fuiste previsor y decidiste llevarlo contigo.
–Pero...

Recordé que, tras ponérmelo, me había alzado ante el ataque de Moltres como si no lo notara. ¿De dónde había sacado Ryuzaki un objeto así, capaz de anular la magia de un espíritu legendario? ¿Y por qué me lo había dado justo antes de enfrentarme a uno?

–Ryuzaki... ¿Por qué me has dado el anillo?
–Descansa –me cortó–. Ahora hay alguien que quiere verte.

Sin darme tiempo para responder, abrió la cortina y se dirigió a la puerta de la enfermería. Leta y Kei se acercaron corriendo. Me tapé el anillo con la mano para que no lo vieran. Cuando me quise dar cuenta, Ryuzaki ya se había ido.

–¿Estás mejor? –me preguntó Leta, visiblemente preocupada.
–Ya ves que sí. ¿Y vosotros?

Me fijé en ellos. Kei tenía rasponazos en los brazos y una venda en la frente. Leta había salido bastante mejor parada, solo le veía una ampolla en el dorso de la mano.

–Nada grave –sentenció Leta.

–Me alegro... Siento haberos preocupado.

–Que no se vuelva a repetir, soldado –dijo Kei haciendo el saludo militar, a lo que correspondí–. Descanse. Y póngase esto.

Me dio una de mis camisetas, debía de haberla cogido de mi cajón. Al recordar que no llevaba ninguna, me sentí un poco avergonzado, pero la aproveché para taparme las manos y quitarme el anillo.

–Gracias. ¿Qué ha pasado? ¿Vosotros qué recordáis?
–Todo menos lo importante –contestó Kei.
–Exacto... –comenzó Leta–. Nos acordamos de llegar a la cima de la caverna y de pelearnos con Mol...
–Con moltones de bichos –la interrumpió Kei.
–Ah, es verdad... Digo, ¡sí, eso! –rectificó Leta, que se acercó y me susurró al oído–. Ryuzaki nos ha pedido que no digamos nada de Moltres a nadie.
O sea, que habría dado igual que intentara ocultárselo, porque ya lo sabía de antes –me dije. Me sentí un poco idiota conmigo mismo.
–Nadie se lo iba a creer de todas formas –añadió Kei–. Yo lo último que recuerdo es cuando echó a volar y nos atacó desde el aire. Luego me desperté y ya no estaba, pero Leta y tú seguíais tirados en el suelo. La desperté primero a ella, porque es la que sabe curar, y se levantó enseguida, pero tú no.
–Probé con un montón de hechizos, pero no reaccionabas. Estaba muy preocupada. Entonces llegó Seymour y nos preguntó qué había pasado.
–A buenas horas llegó el amigo –intervino Kei.
–Te recogió del suelo y volvimos aquí con él.
–¿Y llevo desde entonces en esta cama?
–Sí.
–Entiendo...
–Ah, por cierto... Encontramos una cosa antes de que llegara Seymour.

Kei miró alrededor para asegurarse de que no había nadie cerca aparte de nosotros tres y se plantó junto a la rendija de la cortina. Leta extendió el brazo hacia mí. Entre sus dedos colgaba un collar de un hilo muy fino, casi invisible, del que pendía una joya naranja de forma ovalada. Desprendía tanta luz que parecía que hubiera encendido una cerilla.

–¿Qué es? –pregunté, perplejo.
–Estaba en el suelo cuando nos despertamos –dijo Leta–. Creo...
–Creemos que es Moltres –dijo Kei con el tono más serio que le había oído usar hasta entonces.
–¿Qué has dicho?
–Ten cuidao’, quema al tocarlo.

Leta me dio el collar. Lo sujeté por el hilo con cuidado para no quemarme y rocé la joya con la yema del dedo. No noté nada. Lo deposité sobre la palma de mi mano, pero no sentía ningún calor desprenderse del collar.

–No quema –dije.
–¿Cómo no va a quemar?
–Que no, que está normal.
–A nosotros nos quemó al tocarlo –aseguró Leta.
–Vale, te lo creo. Ahora explicadme eso de que Mo... –bajé la voz–. De que está aquí dentro.
–Mis viejos decían que los invocadores y esa gente cogían su poder de joyas o cosas por el estilo –explicó Kei–. A nosotros se nos apareció ese bicho delante y al despertarnos ya no estaba, pero sí había una joya. Blanco y en botella...
–¿Pero de verdad creéis que esto...?
–No lo sabemos –dijo Leta–. Y creo que prefiero no saberlo.
–Pero yo... Yo no quiero esto. Es peligroso.
–Lo sabemos, lo hemos hablado.

Estiré el brazo para alejar el collar de mí todo lo posible, como si fuera una bomba.

–Ha estado a punto de matarnos, no quiero que se vuelva a repetir, ¡no quiero que volvamos a estar en peligro, ni que destroce el Jardín ni que...!

Leta me tapó la boca con la mano porque había empezado a hablar muy alto. Intenté tranquilizarme, pero seguía demasiado tenso, tanto que me había incorporado de la cama sin darme cuenta.

–Ya iba a darle yo un capón –dijo Kei.
–Tranquilo, Div. A ver, tampoco es que yo sea una experta en invocación, pero se supone que hace falta una cantidad de magia muy alta para hacer invocaciones. Tan alta que hasta a ti te costaría.
–Vale... –dije, ahora más tranquilo gracias a ese dato–. Eso tiene sentido.
–Por eso. El verdadero peligro sería dejarlo tirado y que lo pueda coger cualquiera.
–¿Y a Ryuzaki le ha parecido bien que me deis el collar?
–Ryuzaki no sabe lo del collar –me susurró Leta.
–¿No se lo habéis contado? Podemos confiar en él. Me parece... Me parece que nos cree.
–Yo sí que le creo a él. Una nueva cara le creaba –declaró Kei.
–No, de momento esto solo lo sabemos nosotros tres –me confirmó Leta–. Pensábamos que era mejor que decidieras tú.
–¿Por qué tengo que decidir yo? ¿Y por qué me lo tengo que quedar?
–Porque te corresponde a ti.
–¿A mí por qué?
–A ver, el que se ha tirado todo el día inconsciente eres tú. Algo harías para cargártelo, porque supongo que no se volvió volando a su nido. Además, el collar nos quema a Leta y a mí, pero a ti no.
–Suena lógico... ¿Entonces ese monstruo... me ha elegido?
–Hablando del tema, Div, ¿qué fue lo que hiciste?
–¿Eh?
–Has estado varias horas inconsciente. ¿Qué te hizo Mol...? –Leta se llevó la mano a la boca para callarse.
–O qué le hiciste tú –puntualizó Kei.
–Bueno, yo... Ryuzaki cree que he entrado en Trance. Por eso he gastado tanta energía. Conseguí derrotar a Mol... Conseguí derrotarle, pero pagué un precio muy alto. Siento haberos preocupado.
–No pasa nada. Mañana será otro día.
–¿Sabéis algo de nuestra nota?
–No, pero más vale que no nos suspendan –dijo Kei.
–No sería justo, esto no formaba parte de la prueba –se quejaba Leta–. Tenemos que pedir que nos la repitan o algo así.
–Ya se verá –dije, tajante. No me apetecía escuchar pucheros, por muy de acuerdo que estuviera con ellos.
–Bueno, yo me piro, que pronto va a ser hora de cenar. Me alegro de ver que estás bien y eso. ¿Te espero para cenar?
–No, por si acaso tengo que pasar aquí la noche. Aunque creo que me darán el alta en breve.
–Ojalá que sí. Luego nos vemos –se despidió Leta.

Me dio un beso en la mejilla y salieron de la enfermería, dejándome solo con mis pensamientos. Había preferido no contarles nada del anillo. Me daba vergüenza reconocer que había derrotado a Moltres gracias a eso... Aunque, con anillo o sin él, mi victoria ya era motivo suficiente de orgullo, ¿no? ¿Se habrían creído de verdad que había derrotado a un espíritu legendario yo solo? Y ese collar que me habían dado... ¿Era realmente Moltres?

Lo levanté para mirarlo con más detenimiento, pero escuché pasos y, como no tenía bolsillos, me senté encima del collar para esconderlo.
La doctora Kadowaki descorrió la cortina para hacerme unas pruebas. Me auscultó, me tomó la temperatura y me dio un vaso de zumo para comprobar que lo toleraba bien.
No era consciente de la sed que tenía hasta que aquel dulce líquido rozó mis labios. Quise tragarme el vaso entero de una sentada, pero al mismo tiempo tenía tanta sed que quería saborearlo y que no terminara nunca.

Después de un cuarto de hora, la doctora me hizo caminar un poco por la clínica. Coloqué el collar debajo de la almohada, porque no pensaba que las sábanas pudieran ocultar el brillo, y me calcé las zapatillas de la enfermería. No tenía problemas para moverme, así que la doctora consideró que estaba lo bastante bien como para irme. Me vestí, metí el collar y el anillo en un bolsillo de mi pantalón y salí de la enfermería. Pero no tuve tiempo de seguir pensando en el collar, porque alguien me esperaba en el pasillo.
Era una mujer sencilla, de piel pálida, cuerpo delgado y con una larguísima cabellera negra. Llevaba un vestido de color oscuro que le cubría hasta los tobillos, lo justo para dejar al aire un par de zapatos abiertos. Era mi madre.

–Hola, cariño –me saludó.
–Mamá Rede...

Sí, soy huérfano, sé que Redea no es mi madre de verdad, pero era lo más parecido a una madre que había tenido y que iba a tener nunca. Leta, Belazor y todos sus hijos adoptivos la llamábamos por aquel apelativo.
Se acercó a mí y me abrazó. Había pasado mucho tiempo desde que me abrazaban con tanto cariño (“Demasiado tiempo”, me sorprendí al pensar), pero supongo que parte de hacerse mayor es rechazar las muestras de cariño de la gente a la que quieres, de modo que me quedé plantado, con los brazos colgando inmóviles a los lados del cuerpo, por culpa de unas convicciones estúpidas que me impedían corresponder a su abrazo. Me daba... vergüenza.

–Me he enterado de tu accidente. Estaba a punto de entrar en la enfermería para verte. No te pregunto si estás mejor porque salta a la vista.
–Gracias. Siento que hayas tenido que venir por mi culpa...
–No digas eso. Hoy venía al Jardín de todas formas, pero no me habría importado venir solo por ti. Me alegro de que te hayas recuperado tan rápido.
–Yo también.
–¿Qué tal está Belazor?
–No lo sé. Ya no es mi compañero de habitación.
–Ah, es cierto, me lo comentó Cid. ¿Y qué tal con tu nuevo compañero?
–Bien. Es un poco gamberro, pero es buen chico.
–Me alegro. ¿Y cómo está la pequeña Leta?
–Bien, como siempre. Es increíble con la magia curativa.
–Siempre habéis tenido mucho talento mágico, tanto ella como tú. De hecho, estoy notando que tu magia ha subido de nivel –dijo, genuinamente sorprendida.
–¿Qué? ¿De verdad?
–Quizá no te des cuenta, pero las magas experimentadas podemos sentir el poder mágico de la gente que hay a nuestro alrededor. Y el tuyo, Dívdax... ha aumentado en gran medida desde la última vez que nos vimos. Te lo garantizo.
–Vaya, gracias... –sonreí de forma inconsciente.
–Siento especialmente un gran aumento de afinidad por el elemento fuego. Es... abrumador, cariño.
–¿Fuego? Pero si Piro es...
–Sí, sé lo que vas a decir. Piro es el hechizo que peor se te ha dado siempre. Pero noto que ahora lo dominas mucho mejor, y eso me reconforta. Has sabido compensar tu punto más flaco.
–¿En serio? Pues no he...
Moltres. El poder que siente es el de Moltres –me dije, y con ello volvió la decepción.
–Oh. Sí, claro. He practicado mucho en los entrenamientos.
–Y ha dado fruto. Voy a subir a ver a Cid. Espero tener tiempo de ver a Leta y a Belazor más tarde. Si no, dales recuerdos de mi parte.
–Se los daré.
–Gracias. Me alegro de haber tenido tiempo de verte, aunque hayan sido solo unos minutos.
–Yo también, mamá.

La acompañé hasta el vestíbulo, me dio un beso en la mejilla y subió las escaleras con elegantes pasos. Pulsó el botón del ascensor y se montó.

–Nos vemos pronto, tesoro.
–Sí. Hasta pronto.

Me quedé mirando las puertas cerrarse hasta que su sonrisa dejó de ser visible y me quedé solo.

Me invadían tantos sentimientos que no sabía por dónde empezar. Tenía el orgullo henchido y herido a partes iguales, me sentía decepcionado conmigo mismo a varios niveles, estaba preocupado por mi nota en la prueba, satisfecho y triste a la vez por la visita inesperada de mi madre, aterrado por culpa del collar de Moltres...

–Será mejor que te tranquilices, Div –me dije–. Ha sido un día muy largo y estás hecho un lío. Tienes que poner en orden tus pensamientos si no quieres volverte loco.

Me acerqué a un banco libre del vestíbulo y me senté. Hice un repaso mental de todo lo que había ocurrido a lo largo del día.

Esta mañana salí de mi habitación con Kei, nos reunimos con Leta y nos preparamos para la prueba de la Caverna de las Llamas. El director Cid nos despidió aquí mismo, en el vestíbulo. Apareció un mago llamado Seymour, que tenía el pelo azul y las venas de la cara muy marcadas. Se suponía que iba a ser nuestro escolta para la prueba. También estaba Ryuzaki, que me dio un anillo especial.
»Fuimos andando hasta la caverna, Leta pidió a Seymour que nos acompañara dentro, pero dijo que su contrato no se lo permitía. Dentro, nos enfrentamos a varios arimanes e incluso a un par de bom, unos monstruos de roca ígnea que no había visto antes y que explotan después de atacarlos. Se acumularon tantos que tuvimos que huir, fue entonces cuando encontramos un camino que daba a la cima de la caverna.
»En el exterior nos esperaban las medallas de la prueba. Descansamos un poco antes de volver, pero quizá no deberíamos haberlo hecho, porque apareció Moltres... o algo que pensamos que era Moltres. Aquella criatura, que se supone que es un espíritu legendario, nos atacó sin que pudiéramos defendernos ni huir. Me puse el anillo que me había dado Ryuzaki y me volví inmune al fuego. Cuando vi que Leta y Kei estaban inconscientes, entré en Trance y derroté a Moltres con magia más fuerte de la que he usado nunca. Luego estaba en un castillo que... No, aquello era parte de mi sueño. No era yo quien corría.
»Me he despertado en la enfermería, donde Ryuzaki me ha pedido que le explicase lo que nos había pasado. Leta y Kei ya habían hablado con él y le habían contado lo de Moltres, pero nos pidió que guardáramos el secreto. No ha querido hablar más del tema ni decirme por qué me dio el anillo.
»Mis compañeros están bien, y al salir he hablado con mamá Rede, que había venido a verme porque estaba preocupada. Me ha dicho que notaba un aumento enorme de energía de fuego en mi interior, pero sé que es imposible. Tiene que ser el poder de Moltres lo que ha notado.
»Hoy han pasado varias cosas extrañas. Primero, la Caverna de las Llamas no era igual que en las simulaciones. Había monstruos distintos y hasta el recorrido era distinto del que teníamos practicado. Nadie nos había hablado de la salida al exterior.

»Tampoco sabemos de dónde ha salido Moltres ni por qué Ryuzaki quiere que no hablemos del tema. Probablemente no quiere que cunda el pánico en el Jardín. Aun así, es muy extraño que me diera un anillo con tanto poder, y precisamente hoy. ¿Sabía lo que iba a pasar? Y, si lo sabía, ¿por qué no nos advirtió en lugar de darme un anillo?
»El collar de Moltres también me preocupa. Me he puesto muy contento al ver a mamá Rede, pero me preocupa que lo que haya detectado en mí sea el poder de Moltres. Eso me entristece, como si le estuviera ocultando algo, y también me decepciona, porque significa que el aumento de poder que ha notado no es cosa mía, sino de Moltres. Pero sobre todo me da... miedo. Significa que Moltres está de verdad dentro del collar. No sé cómo se hace para invocarlo, pero pensar que Moltres pueda salir de la joya en cualquier momento y atacarme, arrasar el Jardín y provocar el caos no es una imagen que me guste mucho. Por ahora haré caso de lo que me ha dicho Leta y pensaré que hace falta mucha magia para invocarlo. Intentaré documentarme sobre el tema y, si no encuentro nada, tal vez le entregue el collar a alguien más responsable que yo.

En ese momento volvió a venirme mi sueño a la cabeza. Había sido muy perturbador, una historia en la que casi me moría... ¿O no era un sueño? Recordaba detalles que lo hacían parecer muy lejano e irreal, pero al mismo tiempo una parte de mí lo revivía como si hubiera sido de verdad... ¿Por qué me sentía así al recordarlo? Tanta pena... y tristeza... Las imágenes del castillo explotando flotaban ante mis ojos con total claridad y me inspiraban ese sentimiento.

Después de lo de Moltres, es normal que haya tenido una pesadilla así. Seguro que estoy en shock y mi cerebro ha convertido el combate en esas imágenes. Eso será: estuve a punto de morir al enfrentarme a Moltres y eso me aterra, por eso creo metáforas inconscientemente en forma de pesadillas.

A veces me asombraban mis propias conclusiones, no por lo acertadas o no que pudieran ser, sino por lo disparatado. En cualquier caso, tenía cosas más importantes de las que preocuparme que un sueño. Por lo pronto, tenía que regresar a mi habitación. Tal vez consiguiera descansar un poco después de aquel horrible día.

Volví en mí y me encontré en un Jardín de Balamb que parecía estar completamente desierto. Nunca me había fijado en lo vacío que estaba sin gente. No había absolutamente nadie en los pasillos, ni siquiera se oían voces, y eso que tenía que ser casi la hora de cenar. Volvió a entrarme miedo, como si alguien me estuviera observando. Empezaba a pensar que se trataba algún tipo de broma pesada.
Crucé el vestíbulo tan tenso que seguro que habría pegado un salto solo con escuchar una mosca. Volví a mi habitación y casi me sorprendió ver a Kei dentro. Pensaba que también se habría esfumado.

–¿Ya estás aquí? –me saludó–. Justo iba a ir a cenar. ¿Estás bien? Parece que has visto un fantasma.
–No lo descarto –dije.
–¿Eh?
–Nada... Vamos a cenar.

Estaba tan cansado que apenas tenía hambre, solo me apetecía tumbarme en mi cama y dormir diez horas del tirón... pero confieso que me daba un poco de miedo quedarme solo. Prefería ir a la cafetería con Kei y asegurarme de que había más gente, de que no fueran a desaparecer. A lo mejor estaba siendo paranoico, pero ¿qué culpa tengo? Después de aquel día de locos, me habría esperado cualquier cosa.

Por suerte, la gente del comedor me demostró que el silencio de antes eran imaginaciones mías. La noche transcurrió sin incidentes y conseguí dormir sin pesadillas.