Antes de nada...



Ni el Jardín de Balamb, ni Moltres ni muchos de los personajes, situaciones, lugares, objetos y conversaciones y que aparecen en este blog me pertenecen y en ningún momento doy ninguno de ellos por propio.
Por lo tanto, no plagio nada. Yo solo soy dueño de este blog.

21 de junio de 2010

VIII: Reflexión

Habían pasado unos días desde nuestra visita a la Caverna de las Llamas. La alerta y el miedo que me atenazaban al principio habían empezado a remitir hasta ceder su lugar al tedio de siempre.

Leta, Kei y yo habíamos recibido un aprobado raspado en la prueba. Supuse que Ryuzaki había intercedido por nosotros debido a la aparición de Moltres, porque, en mi opinión, nos merecíamos haber suspendido por quedarnos inconscientes, aunque el monstruo legendario inesperado no hubiera sido culpa nuestra. Me dolía más recibir un aprobado por pena que un suspenso, por mucho que Leta y Kei estuvieran en desacuerdo, y cuando me comunicaron la nota me pasé unos días apático y desganado. Me gustaría achacar a eso mi suspenso en historia de aquella semana, pero si había suspendido es porque era un vago y nada más. Al menos sí aprobé el siguiente examen de filosofía, aunque por los pelos.

En cuanto a Moltres, estábamos siguiendo el consejo de Ryuzaki de no mencionárselo a nadie, y lo habíamos aplicado también a la existencia del collar. Leta y Kei decidieron que era yo quien debía guardarlo. Para mí que les daba miedo tenerlo a su cargo, pero, muy a mi pesar, tuve que aceptar. Al fin y al cabo, fui yo quien lo derrotó.
Había escondido el collar tanto como me fue posible: lo tenía guardado en una cajita envuelta en varias cintas debajo de mi colchón. Sé que era un sitio muy evidente en el que mirar si alguien lo buscaba, y que cuatro telas mal puestas no bastarían para controlar al terrible pájaro si se despertaba en mitad de la noche, pero no se me ocurría una forma mejor de esconderlo. Habría sido más fácil desprenderse de él, y en más de una ocasión había pensado entregárselo al director para que se encargara como considerase más oportuno, pero algo me decía que era mejor conservarlo. Podría necesitarlo en el futuro.

Por otro lado, aunque no estaba dedicando a mis estudios todo el tiempo que debía, lo compensaba yendo a entrenar con Kei. El combate en la cima de la caverna me hizo darme cuenta de que era mucho más débil de lo que pensaba, y me aterraba pensar lo que podría haber ocurrido si no hubiera entrado en Trance. Por eso empecé a esforzarme más de la cuenta. Ya me estaba preparando para los hechizos de nivel 3 y casi alcanzaba a usar Hielo++ sin necesidad de Trance. Tampoco me quedaba atrás en mis progresos con Electro+. Quizá lo que me había dicho mamá Rede de mi poder mágico no fuera del todo cosa de Moltres.

–Deja de tirar rayos, que también te van a examinar de Piro en algún momento –me decía Kei de vez en cuando.
–Siempre puedo invocar al pájaro como último recurso –replicaba yo en tono de broma.

Kei contestaba con un gruñido y yo me reía.

Aquel día no era distinto. Era viernes y estábamos entrenando después de clase. Era fácil reservar la zona de entrenamiento en fin de semana, porque varios estudiantes salían del Jardín. Hasta solían pasarse los instructores a entrenar.
Aquella tarde, apenas habíamos despachado un pequeño grupo de monstruos cuando aparecieron dos grat, unas criaturas vegetales que parecían un bulbo con patas, boca enorme y cuatro largas ramas terminadas en hojas, que movían como si fueran extremidades.

–Venga, churra, a por estos dos y se acabó por hoy.
–¿Qué? ¿Tan pronto?
–Sí, hoy tengo un poco de prisa.
–Ah, ¿sí? ¿Y a qué se debe?
–He quedado.

¿Que tú qué? ¿Con quién?
–Anda, calla y vamos a por esas cosas.
–¡Hielo++!

Kei se lanzó a por ellos espada en mano. Yo canalicé la energía de hielo y lancé un gran bloque del gélido elemento que no llegó al nivel 3, pero notaba que cada vez me acercaba más.

Es difícil explicarle la diferencia entre Hielo, Hielo+ y Hielo++ a alguien que no usa magia. Pongamos que hay una de esas atracciones de feria en las que tienes que golpear un blanco con un martillo todo lo fuerte que puedas. Tu fuerza con los brazos sería tu poder mágico y la puntuación que obtengas determina el hechizo que consigues. Desde fuera, lo único que ves es un golpe y un indicador que va subiendo. Pero, si el indicador se detuviera entre el 6 y el 7, daría igual que se quede rozando el 7 o que se pare a medio camino entre los dos, porque solo te llevas el premio de 6 puntos; no hay premio por sacar 6,5.
Con la magia es un poco lo mismo. Puedes ver más fuego o más hielo, pero la única forma de reconocer el nivel de un hechizo es tener conocimientos mágicos. O sufrirlo en tus propias carnes, supongo.

Los grat no nos duraron ni un minuto. Casi me daban pena, a pesar de que solo fueran hologramas.

–Ale, a casita –dijo Kei una vez terminado el combate.
–Conque tienes una cita...
–No, no es una cita, y no lo digas en voz alta. No quiero que se entere todo el mundo.
–Mis disculpas, soldado.

Volvimos a la habitación. Kei guardó su espada en la funda y se metió en la ducha. Mientras, traté de poner un poco de orden en mi lado del escritorio. Yo cualquier cosa con tal de no estudiar...

Saqué un par de libros de clase por si viéndolos fuera de la mochila me animaba a cogerlos, pero dejé encima de ellos otro libro un poco menos educativo. Había terminado una novela llamada Mensajero Oscuro y ahora había tirado por algo un poco más animado: El Hombre de la Ametralladora. Trataba de un soldado muy optimista y extrovertido que formaba parte de un ejército con fama de sanguinario. Era tan irónico como sugiere el título.
Para sentir que estaba haciendo algo útil antes de perderme entre las páginas, comprobé en la agenda las fechas de los siguientes exámenes y tomé un par de notas. En eso, Kei salió del baño.

–Me piro –dijo.
Qué rapidez.

Se había puesto unos vaqueros, zapatos negros y una chaqueta del mismo color. También se había atado una bandana en la frente, por delante de ella colgaba el largo mechón de su flequillo. Suspiré.

–Estás monísimo –le dije con ironía.

–Te den, capullo.
–¿Adónde vas? ¿Tienes un permiso para salir del Jardín?
–Pos claro. Voy a Balamb, pero vuelvo esta noche. No me esperes despierto, soldado.
–Usad gomita...

Kei volvió a gruñir, esta vez con especial fuerza, y yo me reí mientras oía sus pasos alejándose por el pasillo. ¿Qué iría a hacer? Había deducido que tenía una cita, pero quizá solo iba a encontrarse con un amigo. Al fin y al cabo, toda su vida había transcurrido antes de venir al Jardín de Balamb, así que tendría amigos de antes. En cualquier caso, el mero hecho de que hubiera quedado con alguien ya me daba envidia.


Mi mente voló al pasado, al orfanato. Pensé en muchos de mis antiguos compañeros, tantos que podría haber hecho una lista con más de veinte nombres. No me había llevado bien con todos, pero me acordaba de cada persona con la que había compartido estancia. Algunos habían tenido la suerte de encontrar una familia, pero eso siempre significaba el fin de nuestra relación. Nunca volvían a visitarnos al orfanato, ni nos escribían. Era como si solo hubieran estado de paso, como si supieran que encontrarían una vida mejor y podrían olvidarse de todo lo anterior. ¿Era esa la razón por la que no había vuelto a saber nada de ellos?
Pero eso no era todo. También notaba más débil la relación con mis hermanos del orfanato que sí estaban en el Jardín. Con la excepción de Leta, que seguía siendo mi mejor amiga, ya no me llevaba igual con nadie. Mako a veces nos acompañaba en las comidas, pero le sacábamos cuatro años, y ella, como es natural, prefería juntarse con gente de su curso. También llevaba meses sin hablar con Schío, un luchador de mi clase del que había sido inseparable de pequeño. Y no mencionemos cómo estaba el tema con Belazor...
De repente me sentí abatido, como si todo el mundo siguiera adelante y yo me hubiera quedado atrás. ¿Estaba mal rememorar tanto mi infancia? ¿Era normal distanciarse de la gente y estaba siendo un ingenuo por negarme a aceptar esa parte de la realidad, o había otro motivo para que toda esa gente nunca se pusiera en contacto, para que nunca quisieran hablar conmigo...? ¿Buscarían alguna vez mi nombre en las listas del Jardín, en censos o en cualquier parte, aunque fuera solo por curiosidad, sin intención de retomar el contacto? ¿Habrían invertido siquiera un segundo de su tiempo en preguntarse cómo estaba aquel chico bajito de pelo violeta?

Intenté evadirme de aquella espiral depresiva mediante la lectura. Cogí mi libro nuevo y me tumbé en la cama, de cara a la pared. La historia me absorbió tanto que, cuando me quise dar cuenta, eran las ocho y media y ya había oscurecido. Aún no me había duchado desde que volví del entrenamiento, así que dejé el libro y me metí en la ducha para intentar eliminar el estrés de la semana.

Abrí el grifo y el agua caliente me cubrió el cuerpo. Intenté olvidarme del tema y mis pensamientos fueron a parar a Moltres.

Como ya he explicado, imperaba la ley del silencio: solo tres personas conocíamos el paradero del collar y no pensábamos irnos de la lengua con nadie, pero me asaltaban dudas constantemente. Por ejemplo, ¿sería legal tener un espíritu legendario en mi posesión? Al ser criaturas de leyenda, no tenía ni idea de si había leyes o decretos que regularan el tema, o si debería entregárselo a las autoridades o a alguien más capacitado que yo y que pudiera controlarlo. Tampoco podía buscar libros sobre el tema porque... Bueno, por poder sí que podía, pero temía que alguien me viera y sospechara, que comenzaran a hacer preguntas y descubrieran el pastel. Quizá el mero hecho de haberlo mantenido en secreto pudiera interpretarse como ocultación de información o posesión ilegal y ya estuviera metido en un lío sin saberlo. O quizá solo estaba siendo paranoico.
Por otra parte, y aunque soy consciente de cómo suena... había empezado a valorar la posibilidad de invocarlo (está claro que adoro el riesgo). Pero había varias pegas. En primer lugar, tendría que hacerlo en secreto, en un lugar en el que nadie me viera, y no podía salir del Jardín sin una buena excusa. ¿Y qué iba a hacer, pedir permiso para salir un fin de semana e irme a un bosque? El resplandor de Moltres podía verse a kilómetros de distancia durante la noche, y llamar a un monstruo de fuego en un bosque sonaba a la peor idea que había tenido en mi vida. Además, aunque encontrara el lugar y el momento para hacerlo, no sabía cómo realizar la invocación ni cómo hacer que desapareciera después. Ni siquiera sabía si se iba a dejar controlar por mí. Por último, no tenía nada que ganar invocándolo; solo el subidón de cuando crees que te van a pillar haciendo algo que no debes. Había formas más fáciles y mucho menos peligrosas de replicar esa sensación de adrenalina que dejar libre al monstruo legendario que casi nos mata.

Salí del baño y me vestí para ir a cenar, pero, antes de salir, un venazo me hizo sacar el collar de Moltres de su escondite. Levanté el colchón, desaté las cintas que lo aprisionaban y abrí la caja. La joya brillaba como una vela encendida. Saqué el collar sosteniéndolo por el hilo y rocé la piedra con los dedos. Me la acerqué a un ojo, como si pudiera ver a Moltres si me fijaba bien.

Unos golpes en la puerta hicieron que casi me muriera del susto. Me guardé el collar en un bolsillo por instinto, pensando que me habían pillado, que iba a ir a la cárcel, que...

–¿Dívdax? Soy Belazor.
Pues casi prefería la cárcel. 

–¿Qué quieres? –le pregunté.
–¿Vas a ir a cenar?
–No, estaba pensado en morirme de hambre esta noche –le contesté sin cortarme.
–Es que había pensado que po-podíamos compartir mesa... Hace mucho que no habla, hablamos, y...
–Ya tengo otros planes.
–Ah... Pues... Ya nos veremos.

Se quedó callado, como esperando a que dijera algo más. Cuando se dio cuenta de que la conversación había terminado, se marchó. ¿Qué quería ahora ese pesado? ¿Todavía seguía empeñado en querer hablar conmigo? Creía haberle dejado claro que no pensaba aguantarle más tiempo.

Empecé a hacer cálculos para pensar la mejor forma de evitarle. Me habría gustado hacer tiempo hasta que se fuera de la cafetería, pero le conocía y sabía que era capaz de esperarme el tiempo que fuera necesario. Además, cerraban a las 22:00, y no pensaba quedarme sin cenar solo por no verle, de modo que el mejor plan que se me ocurrió era sentarme en la mesa más alejada que encontrara, comer todo lo rápido que pudiera sin atragantarme y largarme de allí cuanto antes.

Nada más llegar a la cafetería, hice una búsqueda rápida por las mesas. Encontré a Belazor con varios compañeros de su curso y aparté la mirada inmediatamente, para que no lo considerase una invitación. También vi a Leta en una mesa con dos amigas suyas. No tenía mucha relación con ellas, así que no quería acoplarme. Iba a darme por vencido cuando encontré una mesa vacía con solo dos sillas.

Apenas había dado un paso hacia ella cuando un chico con una larga melena apareció de la nada y se sentó con una bandeja de comida. Era el supuesto dragontino, el nuevo compañero de habitación de Belazor. No recordaba haberle visto en bastante tiempo, eso o que no me había fijado en él. 
Por un momento pensé en dar el paso, olvidarme de la vergüenza de conocer gente nueva y sentarme a hablar con él, pero pensé que ver a sus dos compañeros de habitación juntos habría atraído la atención de Belazor. Al final tomé la decisión de acoplarme con Leta y sus dos amigas, y recé por que Belazor no se nos acercara.

Afortunadamente, no lo hizo. Leta me preguntó por Kei y le dije simplemente que había salido, no quise mencionar la cita para no vulnerar su intimidad. Las tres hablaron de los próximos exámenes y de otras nimiedades, yo apenas participé en la conversación. Cené más rápido de la cuenta porque tenía la sensación de que estaba molestando y me despedí de ellas tan pronto como terminé.
Miré de la forma más sutil que pude hacia la mesa de Belazor para confirmar que seguía allí. El que ya se había ido era el dragontino.
 

–Veo que tú tampoco tragas a Belazor –susurré para mí.

Salí de la cafetería, pero no volví directamente a mi habitación. En lugar de eso, me dirigí al patio interior. Estaba desierto, como era natural un viernes a la hora de cenar. Pasé por delante de la fuente, que ya estaba apagada, y crucé el camino de losas hasta llegar a los árboles. Me agaché para poder cruzar entre las ramas y llegué hasta mi vista privilegiada. Mi querido promontorio.
 

Me apoyé en un árbol. Me llegaban la brisa y el aroma del mar. Se podía ver Balamb a lo lejos. Era una ciudad pequeña, que había prosperado en gran parte gracias al Jardín.
Me asaltó una duda: ¿Kei había cogido su llave de la habitación? ¿Llegaría en condiciones, o habría bebido? El toque de queda en el Jardín era a medianoche, ¿lo sabría? Le amonestarían si tardaba más en volver.
No era el único que se había ido; muchos de los internos solían pedir permisos para salir, sobre todo los fines de semana. Era el caso de Schío, que tenía novia en Balamb. Tenían muy pocas horas para verse durante la semana y trataban de aprovecharlas al máximo.
Todas las parejas repetían el mismo esquema: cenaban juntos, tenían su rato personal, muchos besos, "te quiero mucho"... Todos la misma basura.

Cuando empezaba a hacer calor, y como si quisieran restregarme que a mí nadie me quiere, salían a dar paseos por la playa.
Juntos.
Dados de la mano.
Diciéndose cuánto se querían.
Y demostrándolo con caricias y frases cursis.

–Qué asco.


Era consciente de que la tirria que les tenía a las parejas venía de no haber tenido una antes, pero saber el motivo no hacía que me sintiera mejor. Me daba miedo pensar que podía quedarme solo, pero la gente a mi alrededor hacía su vida con su pareja y yo me quedaba atrás. Odiaba el amor, a las parejas y que me clavasen toda esa mierda en la cabeza a la menor oportunidad.

Se levantó una brisa fría. Pegué los brazos al cuerpo para conservar el calor y me metí las manos en los bolsillos. Al hacerlo, noté algo dentro. Era el collar de Moltres.
Me maldije a mí mismo por haberme olvidado de guardarlo de nuevo en su sitio, pero la sensación de culpa me duró poco tiempo. Lo saqué y lo sostuve delante de mis ojos, hipnotizado por su belleza. Realmente brillaba como una llama. ¿Qué era esa cosa, y por qué nos la habíamos encontrado nosotros? ¿Por qué me había elegido a mí?

¿... Disfrutando de las vistas? –preguntó una voz.

Sentí un escalofrío y pegué un respingo que hizo que el collar se me cayera de las manos. No había visto a nadie más en el patio al entrar, ¿me había seguido alguien? ¿El imbécil de Belazor? Giré la cabeza para ver quién era...

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