Antes de nada...



Ni el Jardín de Balamb, ni Moltres ni muchos de los personajes, situaciones, lugares, objetos y conversaciones y que aparecen en este blog me pertenecen y en ningún momento doy ninguno de ellos por propio.
Por lo tanto, no plagio nada. Yo solo soy dueño de este blog.

7 de junio de 2010

Interludio Primero: En pedazos

En este mundo no existen la piedad ni la compasión.


Corríamos en dirección a la salida a lo largo de los pasillos del que otrora fue mi hogar. Dondequiera que miraba me venían a la cabeza infinidad de recuerdos: conversaciones de juventud, risas e inquietudes, alegrías y decepciones... Un sinfín de los retazos que habían confeccionado la historia de toda mi vida.
Pero aquel enorme castillo había dejado de ser un lugar seguro y nos quedaban pocos minutos para poder abandonarlo.

–No entiendo cómo puedes correr con eso puesto –le dije a Gárland, que iba a mi lado.
–Calla y ahorra fuerzas, todavía queda lo peor.
–Bah, no será para tanto. ¡Cuidado!

Un ser alado de extraños colores se abalanzó sobre nosotros. Le apunté con mi ballesta sin frenar la carrera y le disparé a bocajarro hasta que cayó inmóvil al suelo.

–¿Ves? Las ventajas de no llevar armadura: velocidad y libertad de movimiento. Además de lo que estarás sudando.
–Ya me lo dirás cuando uno de esos te muerda.
–¿Es que no confías en el poder de mi magia de curación? Que sea mago negro no implica que no pueda lanzar Cura o Esna de vez en cuando.
–Entonces serás mago rojo, no negro.
–Digamos que soy rojo oscuro.

Abrimos unas puertas dobles y cruzamos un corto pasillo para entrar en el enorme vestíbulo. Era una sala circular de dimensiones gigantescas y con varias salidas. Desde nuestra posición se abría un corredor a izquierda y derecha, flanqueado por enormes columnas. Delante de nosotros, una escalera doble bajaba en torno a una fuente llena de motivos escultóricos y desembocaba en un amplio espacio con una puerta doble de varios metros de altura que conducía al exterior. La parte superior del vestíbulo, a la que no se podía acceder desde donde nuestra posición, formaba un corredor circular similar a una terraza que podía verse desde abajo. Imponentes jarrones y lámparas adornaban la estancia... y cientos de monstruos la llenaban y le quitaban el aspecto acogedor que había tenido en el pasado.

–Como en los viejos tiempos –dije.
–¿Crees que podrás con tantos?
–Bueno... Será duro si aparece uno más.
–Entonces yo me encargaré de él.
–¡Ja, ja, ja! Te tomo la palabra.
–Prepárate.

Pegó un fuerte tirón de su enorme espada y reveló una larguísima cadena sujeta al mango. Me abracé con fuerza a la espada, él nos levantó en vilo con el mismo esfuerzo con el que un niño levanta un lápiz y nos lanzó hacia arriba con fuerza, como si la espada fuera un arpón. Las primeras veces había sentido vértigo, pero con el paso de los años me había acostumbrado a la sensación más que de sobra. La espada cruzó limpiamente el aire hasta clavarse en el techo.

–¡Buen tiro! –grité.

Con cuidado, salté desde mi complicada posición hasta el corredor del piso superior y Gárland tiró entonces de la larga cadena, provocando que la espada se desprendiera del techo y golpeara con fuerza la lámpara, que se rompió en pequeños cristales y se estrelló con estrépito contra el suelo.
Yo me situé junto al borde del corredor, que no tenía barandilla, y me colgué bocabajo sujetándome solo con las piernas. Cargué la ballesta y, sin apuntar a ningún punto concreto del vestíbulo, grité:

–¡FULGOR!

Desaté una lluvia de proyectiles en la sala. De por sí solos, apenas habrían matado a un par de monstruos, pero estaban cargados con Fulgor, lo que provocó una cadena de explosiones cada vez que hacían impacto contra cualquier superficie o monstruo. Seguí disparando, intentando no perder el equilibrio y sin preocuparme por dónde golpearan mis ataques, ya que todo estaba perdido.
Cuando se me acabaron los proyectiles, me levanté y salté los varios metros que me separaban del rellano inferior. Intenté mantener la calma y, cuando el suelo empezó a estar cerca, grité:

–¡Lévita!

Un campo de energía apareció debajo de mí y frenó a tiempo mi caída. Mis pies flotaban a pocos centímetros del suelo, como si caminara por el aire.
Miré a mi alrededor y lo vi todo cubierto de una sustancia verde, que debía de ser la sangre de los monstruos, cuyos cuerpos destrozados se amontonaban por todas partes. Había roto también un par de columnas con las explosiones y la fuente estaba destrozada. Sabía que era inevitable, pero no pude evitar ponerme triste. Aun así, no había tiempo para lamentarse.

–¡Deprisa, Gárland! ¡La estructura no resistirá mucho más!

Mi compañero me deshizo de un par de monstruos con sendos golpes en lo que yo desconvocaba el hechizo Lévita para volver a pisar el suelo. Gárland bajó corriendo la escalera para unirse a mí y echó abajo la puerta principal con su arma, que ahora había adoptado la forma de un hacha gigante.
Al otro lado nos esperaba Rosso, una mujer elegante con una larga cabellera de color carmesí y una larga cola peluda del mismo color.

–Ya iba siendo hora. ¿Habéis sido vosotros los de las explosiones?
–Solo yo –dije.
–Supongo que era inevitable –suspiró–. El dispositivo está listo. Vámonos.
–Pero espera, ¿qué pasa con los demás?
–Dívdax... No podemos esperarles.
–¡¿Qué?! No habrás pensado en serio que vamos a abandonarles...
–Ya lo habíamos hablado, y solo quedan dos minutos. No va a llegar nadie.
–¡Pero...!
–¡No hay tiempo! ¡VAMOS!

Corrimos tras Rosso por la terraza, esquivando a los monstruos que aparecían, hasta llegar al transportador, una plataforma circular que nos sacaría de allí. Gárland y Rosso subieron de un salto, pero yo me detuve para girarme y eché un último vistazo al formidable castillo.

–¿Qué crees que estás haciendo? ¡Sube!
–Mientras quede tiempo, queda esperanza.
–Dívdax, no hagas locuras y sube.
–¡No! ¡Tienen que venir!

Cerré los puños con tanta fuerza que me clavé las uñas en las palmas de las manos. Miraba las puertas como si me fuera la vida en ello, esperando la más mínima señal que me diera una excusa para echar a correr y salvar a uno de los nuestros. No quería creer que no fuera a venir nadie. No podía darles por muertos.

–¡Quince segundos! ¡Gárland!
–¡Se acabó! ¡Adentro! –rugió Gárland, que me cogió por los hombros y me subió al transportador sin que pudiera resistirme.
–¡No, Gárland! ¡Tenemos que ayudarles! ¡¡¡SUÉLTAME!!!

La bomba estalló en ese instante y no pude contener las lágrimas mientras veía los bloques de piedra volar por los aires, los muros hundiéndose, los tejados desmoronándose, los cristales estallando y, en definitiva, todo vestigio de mi vida anterior desapareciendo en pedazos.
Gárland me soltó. El castillo y sus alrededores comenzaron a desfigurarse hasta que su figura desapareció por completo. Nos movíamos por una vorágine de luces naranjas y amarillas. O eso creía, porque las lágrimas me hacían verlo todo borroso. Me sobresaltó el contacto de la mano de Rosso sobre mi hombro.

–Nuestra venganza se verá cumplida, que no te quepa duda de ello.
–No le prometas lo imposible –intervino Gárland–. Poco podemos hacer tres personas solas. Quizá haya llegado el momento de hacer lo razonable y...
–No somos solo tres –le interrumpí.
–Sé realista, Dívdax. Ya sabes que las probabilidades de que hayan sobrevivido son...
–¡¡¡Cállate!!! ¡No lo digas! ¿No te enseñó tu abuela que...?
–¿Que no hay que decir cosas malas porque se hacen realidad? –recitó Rosso–. Yo también me niego a creerlo, Dívdax. Deseo que mi hermana y que todos los demás hayan sobrevivido... pero...
–Hemos hecho cuanto estaba en nuestra mano –declaró Gárland–. La alternativa era quedarnos a esperar la muerte. Nadie puede juzgar nuestros actos.

El transportador se detuvo. A nuestro alrededor se materializó un extenso y vasto campo.

–¡¡¡No están muertos!!! –insistí–. ¡Volveremos y les encontraremos!
–No creo que sea aconsejable volver en un tiempo.
–¡Pues iré yo solo! Son demasiado fuertes, no pueden haber... –se me rompió la voz –. No pueden haberse ido...
–De seguir vivos, nos encontrarán.
–Y, de no seguirlo, nos cobraremos nuestra venganza.
–¡No es venganza lo que quiero! Lo que yo quiero es...
 
Una luz muy fuerte comenzó a brillar. En esa luz se encontraba la respuesta.

1 comentario:

  1. Sinceramente, me he enterado de la mitad del capítulo ._. supongo que habrá sido una clase de sueño o miles de años después... no sé xD

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