Antes de nada...



Ni el Jardín de Balamb, ni Moltres ni muchos de los personajes, situaciones, lugares, objetos y conversaciones y que aparecen en este blog me pertenecen y en ningún momento doy ninguno de ellos por propio.
Por lo tanto, no plagio nada. Yo solo soy dueño de este blog.

16 de junio de 2010

VII: Llamada

Lo que yo quiero es...

Abrí los ojos y volví a cerrarlos al momento porque había demasiada luz. Los abrí lentamente, hasta que se acostumbraron, y me encontré tumbado sobre un colchón blando en una sala muy iluminada.

Miré a mi alrededor e identifiqué el lugar. Estaba en la enfermería del Jardín. Por la luz interior parecía que era de día, pero la ventana que había detrás de la cama indicaba que fuera había oscurecido.
Me palpé el cuerpo para comprobar cómo de herido estaba. Moví un poco los brazos, los doblé y los estiré para examinarlos en busca de heridas. Destacaban un par de ampollas por encima de la piel enrojecida. Mi vello brillaba por su ausencia. Menuda forma de depilación... No llevaba puesta la camiseta, debía de haber quedado destrozada. Así vi que tenía una ampolla más en el pecho, justo debajo del cuello.
Noté que una mano me pesaba más que la otra. La giré y vi que tenía puesto un anillo. Era un sencillo aro de plata con una joya naranja de forma redonda. Volví a cerrar los ojos y me tapé la cara con el brazo para que no me molestara la luz. Fue así como noté que tenía húmedas las mejillas. ¿Había estado llorando?

La doctora Kadowaki se dio cuenta de que me había despertado, porque se levantó y se acercó a mi cama. Era una mujer entrada en los cincuenta, de rostro severo. Llevaba recogido en un moño el pelo, de color castaño oscuro, pero que ya empezaba a clarear. Me incorporé un poco para hablar con ella.

–¿Qué tal te encuentras? –me preguntó.
–Me... Me duele la cabeza –pude decir, no sin cierta dificultad.
–Te dolerá unos días –aseguró ella–, alguien te ha clavado las garras con mucha fuerza. Intenta no tocarte la venda. Hiciste un gran esfuerzo, pero ya tienes mejor aspecto –sacó una pequeña linterna del bolsillo y me examinó los ojos–. Mm, pupilas normales... Te llamas Dívdax, ¿verdad?
–Sí, Dívdax Palazzo. Sexto grado.
–¿Y se puede saber qué has hecho para quedarte inconsciente todo el día?
–Yo... recuerdo la prueba y... ¡AH! ¡Leta! ¿Leta y Kei están bien?
–¿Tus compañeros? Sí. Tenían quemaduras de primer grado como las tuyas, pero nada grave. Te digo yo que lo de las pruebas físicas no nos trae más que disgustos...
–¿Dónde están?
–Eso ya no lo sé. Espera, avisaré a alguien.

Se acercó a su mesa y marcó un número.
Al mismo tiempo, escuché sonar un teléfono móvil y vi que Ryuzaki acababa de entrar en la enfermería. La doctora Kadowaki, de espaldas a él, no se había enterado. Ryuzaki se sacó el móvil del bolsillo y contestó.

–¿Sí?
–¿Ryuzaki? Habla la doctora Kadowaki. Preséntate en la enfermería para que...
–Gracias por el consejo –colgó y se acercó a mi cama.

La doctora reparó entonces en su presencia. Suspiró sonoramente y se sentó en su puesto mientras Ryuzaki corría la cortina de delante de mi cama.

–Explícame exactamente lo ocurrido –dijo al momento.
–Leta y Kei... ¿Están bien?
–Los dos están bien. Ahora explícame exactamente lo ocurrido –repitió.
–Fuimos a la caverna... Llegamos... a la parte exterior... pero apareció...
No le puedes contar lo de Moltres –pensé–. No te va a creer. Tendrás que inventarte otra cosa.
–Apareció un monstruo gigante. No sé de dónde salió... Intentamos pedir ayuda a Seymour, pero no vino. Lancé Hielo++ al monstruo varias veces y lo derroté... Y después no recuerdo nada más.
–Excepto por la última parte, tu historia coincide con la de tus compañeros. Vayamos por partes. ¿Qué es la “parte exterior” de la caverna?
–Después de un rato dentro... el terreno se elevaba... y daba a una salida al aire libre.
–¿Dentro de la caverna?
–Sí. Era como una terraza. No salía en las simulaciones...
–Entiendo. Siguiente punto. ¿Cómo era ese monstruo gigante?
–Era... Era gigante, usaba fuego...
–Cálmate y defínemelo.
–Era un...

Suspiré. Tenía que contarle la verdad. Lo que habíamos visto no tenía sentido, pero era inútil intentar ocultarlo. Bajé la voz para que no nos oyera la doctora.

–Ryuzaki... ¿Puedo confiar en ti?
–Eso tendrás que decidirlo tú mismo.

Cerré los ojos. No me hacía especial ilusión recordar al monstruo que casi nos mataba, pero intenté ser profesional.

–Era un pájaro gigante con fuego en las alas. Creo que lo llaman... Moltres. Apareció cuando llegamos al exterior y nos bloqueó la salida... Pensaba que íbamos a morir.
–¿Conoces los espíritus legendarios, Dívdax?
–Muy poco. He leído sobre ellos... pero no pensaba que existieran de verdad.
–Entonces sabes lo que es Moltres. No te estoy llamando mentiroso, pero ¿estás seguro de que esa criatura era el mismo Moltres de las leyendas?
–No lo sé... Solo pudimos... Solo pudimos defendernos de sus ataques... Pero cuando le gané... No sé si fue muy difícil o muy fácil para ser un espíritu legendario.
–Y dices que lo has derrotado, ¿no es así?
–Se cayó al suelo, dejó de moverse y su cuerpo se desvaneció... Diría que sí.
–Utilizaste varios hechizos Hielo++, ¿correcto? ¿Habías hecho algo parecido en el pasado?
–No. Todavía no había conseguido usar Hielo++ ni una sola vez. A veces todavía me cuesta usar Hielo+... No entiendo cómo lo hice.
–Si lo que me dices es cierto, has estado expuesto a una gran tensión. En situaciones así, el cuerpo libera su potencial oculto y somos capaces de realizar acciones que de otra forma no seríamos capaces. Es lo que se llama entrar en Trance.
–¿Entonces... la prueba consistía en entrar en Trance? ¿Por eso estaba ahí Moltres?
–Ni lo uno ni lo otro. La prueba consistía en recoger las medallas, enfrentarse a un monstruo especial y volver al Jardín. Pero ese monstruo en nada se parece al que me has definido.
–Pero entonces...
–¿Y dices que Seymour no hizo nada? –me cortó.
–Se quedó en la entrada cuando pasamos a la caverna. Dijo que acompañarnos sería... interferir en la prueba.
–¿Le viste actuar de forma extraña durante vuestro viaje?
–Nunca antes he estado con un guardaespaldas, pero creo que no. Hablamos muy poco.
–Entiendo.
–¿Qué ha pasado, Ryuzaki? ¿Cuánto tiempo llevo aquí?
–Deja que te ponga al corriente de la situación. Salisteis del Jardín a las 0900. Debisteis de llegar a la caverna en torno a las 0930. A las 1203 exactamente, Seymour volvió al Jardín cargándote a sus hombros, con tus dos amigos a su lado. Según su declaración, tardabais demasiado tiempo en volver y decidió entrar a buscaros. Fue cuando os encontró, os curó y os trajo hasta aquí. Ahora mismo son las –miró su reloj– 1956.
–Pero ¿qué pasa con Moltres?
–Esa es la parte que me preocupa. No es lógico que te hayas inventado una mentira tan inverosímil, pero comprenderás que tampoco es fácil creerte. Ten en cuenta que la criatura que conocemos como Moltres es afín al fuego; cualquier otro enemigo de la cueva os habría podido causar los mismos daños. No obstante, si es cierto como si no, debo pedirte que no compartas esa información con nadie hasta que se la comunique al director y decidamos que decidamos cómo proceder. Es mejor que no le hables de nadie a Moltres. Es por precaución.
–De acuerdo. ¿Pero... entonces... la prueba...?
–Los examinadores han comprobado vuestras armas para determinar vuestra actuación. Tu compañera maga blanca ha demostrado un impecable dominio de magia protectora y de curación, aunque acabarais inconscientes los tres. En cuanto al guerrero y a ti, habéis hecho gala de una gran destreza al combatir, especialmente con el Sable Mágico. Pero recuerda que la prueba incluía la parte de volver al Jardín.
–Así que hemos suspendido... –me entristecí.
–Yo no he dicho eso. Me limito a recordarte las instrucciones, pero no formo parte de la junta de evaluación. Solo puedo decirte que esperes a conocer su veredicto.
–Ya...

No pude ocultar mi decepción. Habíamos entrenado tanto y habíamos utilizado estrategias tan eficaces en la caverna... No era justo. Ni siquiera había sido culpa nuestra. Bajé la vista al suelo. Al hacerlo, reparé de nuevo en el anillo.

–Ah, el anillo –me lo quité y lo sostuve ante sus ojos–. Me ha salvado, pero... ¿no se supone que está mal? Es injusto. Los demás grupos no han tenido esta ventaja.
–¿Por qué iba a ser injusto? En ningún momento se estipuló que no se permitiera llevar equipamiento ni accesorios. Fuiste previsor y decidiste llevarlo contigo.
–Pero...

Recordé que, tras ponérmelo, me había alzado ante el ataque de Moltres como si no lo notara. ¿De dónde había sacado Ryuzaki un objeto así, capaz de anular la magia de un espíritu legendario? ¿Y por qué me lo había dado justo antes de enfrentarme a uno?

–Ryuzaki... ¿Por qué me has dado el anillo?
–Descansa –me cortó–. Ahora hay alguien que quiere verte.

Sin darme tiempo para responder, abrió la cortina y se dirigió a la puerta de la enfermería. Leta y Kei se acercaron corriendo. Me tapé el anillo con la mano para que no lo vieran. Cuando me quise dar cuenta, Ryuzaki ya se había ido.

–¿Estás mejor? –me preguntó Leta, visiblemente preocupada.
–Ya ves que sí. ¿Y vosotros?

Me fijé en ellos. Kei tenía rasponazos en los brazos y una venda en la frente. Leta había salido bastante mejor parada, solo le veía una ampolla en el dorso de la mano.

–Nada grave –sentenció Leta.

–Me alegro... Siento haberos preocupado.

–Que no se vuelva a repetir, soldado –dijo Kei haciendo el saludo militar, a lo que correspondí–. Descanse. Y póngase esto.

Me dio una de mis camisetas, debía de haberla cogido de mi cajón. Al recordar que no llevaba ninguna, me sentí un poco avergonzado, pero la aproveché para taparme las manos y quitarme el anillo.

–Gracias. ¿Qué ha pasado? ¿Vosotros qué recordáis?
–Todo menos lo importante –contestó Kei.
–Exacto... –comenzó Leta–. Nos acordamos de llegar a la cima de la caverna y de pelearnos con Mol...
–Con moltones de bichos –la interrumpió Kei.
–Ah, es verdad... Digo, ¡sí, eso! –rectificó Leta, que se acercó y me susurró al oído–. Ryuzaki nos ha pedido que no digamos nada de Moltres a nadie.
O sea, que habría dado igual que intentara ocultárselo, porque ya lo sabía de antes –me dije. Me sentí un poco idiota conmigo mismo.
–Nadie se lo iba a creer de todas formas –añadió Kei–. Yo lo último que recuerdo es cuando echó a volar y nos atacó desde el aire. Luego me desperté y ya no estaba, pero Leta y tú seguíais tirados en el suelo. La desperté primero a ella, porque es la que sabe curar, y se levantó enseguida, pero tú no.
–Probé con un montón de hechizos, pero no reaccionabas. Estaba muy preocupada. Entonces llegó Seymour y nos preguntó qué había pasado.
–A buenas horas llegó el amigo –intervino Kei.
–Te recogió del suelo y volvimos aquí con él.
–¿Y llevo desde entonces en esta cama?
–Sí.
–Entiendo...
–Ah, por cierto... Encontramos una cosa antes de que llegara Seymour.

Kei miró alrededor para asegurarse de que no había nadie cerca aparte de nosotros tres y se plantó junto a la rendija de la cortina. Leta extendió el brazo hacia mí. Entre sus dedos colgaba un collar de un hilo muy fino, casi invisible, del que pendía una joya naranja de forma ovalada. Desprendía tanta luz que parecía que hubiera encendido una cerilla.

–¿Qué es? –pregunté, perplejo.
–Estaba en el suelo cuando nos despertamos –dijo Leta–. Creo...
–Creemos que es Moltres –dijo Kei con el tono más serio que le había oído usar hasta entonces.
–¿Qué has dicho?
–Ten cuidao’, quema al tocarlo.

Leta me dio el collar. Lo sujeté por el hilo con cuidado para no quemarme y rocé la joya con la yema del dedo. No noté nada. Lo deposité sobre la palma de mi mano, pero no sentía ningún calor desprenderse del collar.

–No quema –dije.
–¿Cómo no va a quemar?
–Que no, que está normal.
–A nosotros nos quemó al tocarlo –aseguró Leta.
–Vale, te lo creo. Ahora explicadme eso de que Mo... –bajé la voz–. De que está aquí dentro.
–Mis viejos decían que los invocadores y esa gente cogían su poder de joyas o cosas por el estilo –explicó Kei–. A nosotros se nos apareció ese bicho delante y al despertarnos ya no estaba, pero sí había una joya. Blanco y en botella...
–¿Pero de verdad creéis que esto...?
–No lo sabemos –dijo Leta–. Y creo que prefiero no saberlo.
–Pero yo... Yo no quiero esto. Es peligroso.
–Lo sabemos, lo hemos hablado.

Estiré el brazo para alejar el collar de mí todo lo posible, como si fuera una bomba.

–Ha estado a punto de matarnos, no quiero que se vuelva a repetir, ¡no quiero que volvamos a estar en peligro, ni que destroce el Jardín ni que...!

Leta me tapó la boca con la mano porque había empezado a hablar muy alto. Intenté tranquilizarme, pero seguía demasiado tenso, tanto que me había incorporado de la cama sin darme cuenta.

–Ya iba a darle yo un capón –dijo Kei.
–Tranquilo, Div. A ver, tampoco es que yo sea una experta en invocación, pero se supone que hace falta una cantidad de magia muy alta para hacer invocaciones. Tan alta que hasta a ti te costaría.
–Vale... –dije, ahora más tranquilo gracias a ese dato–. Eso tiene sentido.
–Por eso. El verdadero peligro sería dejarlo tirado y que lo pueda coger cualquiera.
–¿Y a Ryuzaki le ha parecido bien que me deis el collar?
–Ryuzaki no sabe lo del collar –me susurró Leta.
–¿No se lo habéis contado? Podemos confiar en él. Me parece... Me parece que nos cree.
–Yo sí que le creo a él. Una nueva cara le creaba –declaró Kei.
–No, de momento esto solo lo sabemos nosotros tres –me confirmó Leta–. Pensábamos que era mejor que decidieras tú.
–¿Por qué tengo que decidir yo? ¿Y por qué me lo tengo que quedar?
–Porque te corresponde a ti.
–¿A mí por qué?
–A ver, el que se ha tirado todo el día inconsciente eres tú. Algo harías para cargártelo, porque supongo que no se volvió volando a su nido. Además, el collar nos quema a Leta y a mí, pero a ti no.
–Suena lógico... ¿Entonces ese monstruo... me ha elegido?
–Hablando del tema, Div, ¿qué fue lo que hiciste?
–¿Eh?
–Has estado varias horas inconsciente. ¿Qué te hizo Mol...? –Leta se llevó la mano a la boca para callarse.
–O qué le hiciste tú –puntualizó Kei.
–Bueno, yo... Ryuzaki cree que he entrado en Trance. Por eso he gastado tanta energía. Conseguí derrotar a Mol... Conseguí derrotarle, pero pagué un precio muy alto. Siento haberos preocupado.
–No pasa nada. Mañana será otro día.
–¿Sabéis algo de nuestra nota?
–No, pero más vale que no nos suspendan –dijo Kei.
–No sería justo, esto no formaba parte de la prueba –se quejaba Leta–. Tenemos que pedir que nos la repitan o algo así.
–Ya se verá –dije, tajante. No me apetecía escuchar pucheros, por muy de acuerdo que estuviera con ellos.
–Bueno, yo me piro, que pronto va a ser hora de cenar. Me alegro de ver que estás bien y eso. ¿Te espero para cenar?
–No, por si acaso tengo que pasar aquí la noche. Aunque creo que me darán el alta en breve.
–Ojalá que sí. Luego nos vemos –se despidió Leta.

Me dio un beso en la mejilla y salieron de la enfermería, dejándome solo con mis pensamientos. Había preferido no contarles nada del anillo. Me daba vergüenza reconocer que había derrotado a Moltres gracias a eso... Aunque, con anillo o sin él, mi victoria ya era motivo suficiente de orgullo, ¿no? ¿Se habrían creído de verdad que había derrotado a un espíritu legendario yo solo? Y ese collar que me habían dado... ¿Era realmente Moltres?

Lo levanté para mirarlo con más detenimiento, pero escuché pasos y, como no tenía bolsillos, me senté encima del collar para esconderlo.
La doctora Kadowaki descorrió la cortina para hacerme unas pruebas. Me auscultó, me tomó la temperatura y me dio un vaso de zumo para comprobar que lo toleraba bien.
No era consciente de la sed que tenía hasta que aquel dulce líquido rozó mis labios. Quise tragarme el vaso entero de una sentada, pero al mismo tiempo tenía tanta sed que quería saborearlo y que no terminara nunca.

Después de un cuarto de hora, la doctora me hizo caminar un poco por la clínica. Coloqué el collar debajo de la almohada, porque no pensaba que las sábanas pudieran ocultar el brillo, y me calcé las zapatillas de la enfermería. No tenía problemas para moverme, así que la doctora consideró que estaba lo bastante bien como para irme. Me vestí, metí el collar y el anillo en un bolsillo de mi pantalón y salí de la enfermería. Pero no tuve tiempo de seguir pensando en el collar, porque alguien me esperaba en el pasillo.
Era una mujer sencilla, de piel pálida, cuerpo delgado y con una larguísima cabellera negra. Llevaba un vestido de color oscuro que le cubría hasta los tobillos, lo justo para dejar al aire un par de zapatos abiertos. Era mi madre.

–Hola, cariño –me saludó.
–Mamá Rede...

Sí, soy huérfano, sé que Redea no es mi madre de verdad, pero era lo más parecido a una madre que había tenido y que iba a tener nunca. Leta, Belazor y todos sus hijos adoptivos la llamábamos por aquel apelativo.
Se acercó a mí y me abrazó. Había pasado mucho tiempo desde que me abrazaban con tanto cariño (“Demasiado tiempo”, me sorprendí al pensar), pero supongo que parte de hacerse mayor es rechazar las muestras de cariño de la gente a la que quieres, de modo que me quedé plantado, con los brazos colgando inmóviles a los lados del cuerpo, por culpa de unas convicciones estúpidas que me impedían corresponder a su abrazo. Me daba... vergüenza.

–Me he enterado de tu accidente. Estaba a punto de entrar en la enfermería para verte. No te pregunto si estás mejor porque salta a la vista.
–Gracias. Siento que hayas tenido que venir por mi culpa...
–No digas eso. Hoy venía al Jardín de todas formas, pero no me habría importado venir solo por ti. Me alegro de que te hayas recuperado tan rápido.
–Yo también.
–¿Qué tal está Belazor?
–No lo sé. Ya no es mi compañero de habitación.
–Ah, es cierto, me lo comentó Cid. ¿Y qué tal con tu nuevo compañero?
–Bien. Es un poco gamberro, pero es buen chico.
–Me alegro. ¿Y cómo está la pequeña Leta?
–Bien, como siempre. Es increíble con la magia curativa.
–Siempre habéis tenido mucho talento mágico, tanto ella como tú. De hecho, estoy notando que tu magia ha subido de nivel –dijo, genuinamente sorprendida.
–¿Qué? ¿De verdad?
–Quizá no te des cuenta, pero las magas experimentadas podemos sentir el poder mágico de la gente que hay a nuestro alrededor. Y el tuyo, Dívdax... ha aumentado en gran medida desde la última vez que nos vimos. Te lo garantizo.
–Vaya, gracias... –sonreí de forma inconsciente.
–Siento especialmente un gran aumento de afinidad por el elemento fuego. Es... abrumador, cariño.
–¿Fuego? Pero si Piro es...
–Sí, sé lo que vas a decir. Piro es el hechizo que peor se te ha dado siempre. Pero noto que ahora lo dominas mucho mejor, y eso me reconforta. Has sabido compensar tu punto más flaco.
–¿En serio? Pues no he...
Moltres. El poder que siente es el de Moltres –me dije, y con ello volvió la decepción.
–Oh. Sí, claro. He practicado mucho en los entrenamientos.
–Y ha dado fruto. Voy a subir a ver a Cid. Espero tener tiempo de ver a Leta y a Belazor más tarde. Si no, dales recuerdos de mi parte.
–Se los daré.
–Gracias. Me alegro de haber tenido tiempo de verte, aunque hayan sido solo unos minutos.
–Yo también, mamá.

La acompañé hasta el vestíbulo, me dio un beso en la mejilla y subió las escaleras con elegantes pasos. Pulsó el botón del ascensor y se montó.

–Nos vemos pronto, tesoro.
–Sí. Hasta pronto.

Me quedé mirando las puertas cerrarse hasta que su sonrisa dejó de ser visible y me quedé solo.

Me invadían tantos sentimientos que no sabía por dónde empezar. Tenía el orgullo henchido y herido a partes iguales, me sentía decepcionado conmigo mismo a varios niveles, estaba preocupado por mi nota en la prueba, satisfecho y triste a la vez por la visita inesperada de mi madre, aterrado por culpa del collar de Moltres...

–Será mejor que te tranquilices, Div –me dije–. Ha sido un día muy largo y estás hecho un lío. Tienes que poner en orden tus pensamientos si no quieres volverte loco.

Me acerqué a un banco libre del vestíbulo y me senté. Hice un repaso mental de todo lo que había ocurrido a lo largo del día.

Esta mañana salí de mi habitación con Kei, nos reunimos con Leta y nos preparamos para la prueba de la Caverna de las Llamas. El director Cid nos despidió aquí mismo, en el vestíbulo. Apareció un mago llamado Seymour, que tenía el pelo azul y las venas de la cara muy marcadas. Se suponía que iba a ser nuestro escolta para la prueba. También estaba Ryuzaki, que me dio un anillo especial.
»Fuimos andando hasta la caverna, Leta pidió a Seymour que nos acompañara dentro, pero dijo que su contrato no se lo permitía. Dentro, nos enfrentamos a varios arimanes e incluso a un par de bom, unos monstruos de roca ígnea que no había visto antes y que explotan después de atacarlos. Se acumularon tantos que tuvimos que huir, fue entonces cuando encontramos un camino que daba a la cima de la caverna.
»En el exterior nos esperaban las medallas de la prueba. Descansamos un poco antes de volver, pero quizá no deberíamos haberlo hecho, porque apareció Moltres... o algo que pensamos que era Moltres. Aquella criatura, que se supone que es un espíritu legendario, nos atacó sin que pudiéramos defendernos ni huir. Me puse el anillo que me había dado Ryuzaki y me volví inmune al fuego. Cuando vi que Leta y Kei estaban inconscientes, entré en Trance y derroté a Moltres con magia más fuerte de la que he usado nunca. Luego estaba en un castillo que... No, aquello era parte de mi sueño. No era yo quien corría.
»Me he despertado en la enfermería, donde Ryuzaki me ha pedido que le explicase lo que nos había pasado. Leta y Kei ya habían hablado con él y le habían contado lo de Moltres, pero nos pidió que guardáramos el secreto. No ha querido hablar más del tema ni decirme por qué me dio el anillo.
»Mis compañeros están bien, y al salir he hablado con mamá Rede, que había venido a verme porque estaba preocupada. Me ha dicho que notaba un aumento enorme de energía de fuego en mi interior, pero sé que es imposible. Tiene que ser el poder de Moltres lo que ha notado.
»Hoy han pasado varias cosas extrañas. Primero, la Caverna de las Llamas no era igual que en las simulaciones. Había monstruos distintos y hasta el recorrido era distinto del que teníamos practicado. Nadie nos había hablado de la salida al exterior.

»Tampoco sabemos de dónde ha salido Moltres ni por qué Ryuzaki quiere que no hablemos del tema. Probablemente no quiere que cunda el pánico en el Jardín. Aun así, es muy extraño que me diera un anillo con tanto poder, y precisamente hoy. ¿Sabía lo que iba a pasar? Y, si lo sabía, ¿por qué no nos advirtió en lugar de darme un anillo?
»El collar de Moltres también me preocupa. Me he puesto muy contento al ver a mamá Rede, pero me preocupa que lo que haya detectado en mí sea el poder de Moltres. Eso me entristece, como si le estuviera ocultando algo, y también me decepciona, porque significa que el aumento de poder que ha notado no es cosa mía, sino de Moltres. Pero sobre todo me da... miedo. Significa que Moltres está de verdad dentro del collar. No sé cómo se hace para invocarlo, pero pensar que Moltres pueda salir de la joya en cualquier momento y atacarme, arrasar el Jardín y provocar el caos no es una imagen que me guste mucho. Por ahora haré caso de lo que me ha dicho Leta y pensaré que hace falta mucha magia para invocarlo. Intentaré documentarme sobre el tema y, si no encuentro nada, tal vez le entregue el collar a alguien más responsable que yo.

En ese momento volvió a venirme mi sueño a la cabeza. Había sido muy perturbador, una historia en la que casi me moría... ¿O no era un sueño? Recordaba detalles que lo hacían parecer muy lejano e irreal, pero al mismo tiempo una parte de mí lo revivía como si hubiera sido de verdad... ¿Por qué me sentía así al recordarlo? Tanta pena... y tristeza... Las imágenes del castillo explotando flotaban ante mis ojos con total claridad y me inspiraban ese sentimiento.

Después de lo de Moltres, es normal que haya tenido una pesadilla así. Seguro que estoy en shock y mi cerebro ha convertido el combate en esas imágenes. Eso será: estuve a punto de morir al enfrentarme a Moltres y eso me aterra, por eso creo metáforas inconscientemente en forma de pesadillas.

A veces me asombraban mis propias conclusiones, no por lo acertadas o no que pudieran ser, sino por lo disparatado. En cualquier caso, tenía cosas más importantes de las que preocuparme que un sueño. Por lo pronto, tenía que regresar a mi habitación. Tal vez consiguiera descansar un poco después de aquel horrible día.

Volví en mí y me encontré en un Jardín de Balamb que parecía estar completamente desierto. Nunca me había fijado en lo vacío que estaba sin gente. No había absolutamente nadie en los pasillos, ni siquiera se oían voces, y eso que tenía que ser casi la hora de cenar. Volvió a entrarme miedo, como si alguien me estuviera observando. Empezaba a pensar que se trataba algún tipo de broma pesada.
Crucé el vestíbulo tan tenso que seguro que habría pegado un salto solo con escuchar una mosca. Volví a mi habitación y casi me sorprendió ver a Kei dentro. Pensaba que también se habría esfumado.

–¿Ya estás aquí? –me saludó–. Justo iba a ir a cenar. ¿Estás bien? Parece que has visto un fantasma.
–No lo descarto –dije.
–¿Eh?
–Nada... Vamos a cenar.

Estaba tan cansado que apenas tenía hambre, solo me apetecía tumbarme en mi cama y dormir diez horas del tirón... pero confieso que me daba un poco de miedo quedarme solo. Prefería ir a la cafetería con Kei y asegurarme de que había más gente, de que no fueran a desaparecer. A lo mejor estaba siendo paranoico, pero ¿qué culpa tengo? Después de aquel día de locos, me habría esperado cualquier cosa.

Por suerte, la gente del comedor me demostró que el silencio de antes eran imaginaciones mías. La noche transcurrió sin incidentes y conseguí dormir sin pesadillas.

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