Antes de nada...



Ni el Jardín de Balamb, ni Moltres ni muchos de los personajes, situaciones, lugares, objetos y conversaciones y que aparecen en este blog me pertenecen y en ningún momento doy ninguno de ellos por propio.
Por lo tanto, no plagio nada. Yo solo soy dueño de este blog.

4 de noviembre de 2010

XII: Desolación

Bip... Bip... Bip...

Estaba sonando el despertador. Me levanté para pararlo, bostecé con fuerza y estiré los brazos. Empezaba un nuevo día.


–Buenos días, Lisander –saludé a mi compañero de habitación.


Llevé las manos a mi mesilla para ponerme las gafas. Las limpié con el pañito para quitarles el polvo que les había caído encima durante la noche. Mi compañero no contestaba y empezaba a preocuparme.


–¿Lisander? –insistí–. ¿Estás bien?

–¿Mmm?
–¿Qué haces?
–¿Qué te parece que hago?
–No sé, como no contes-contestabas...
–Estaba durmiendo...
–¿Qué vas a hacer hoy?
–Seguir descansando.
–¿Estás bien? Parece que, que tienes la voz un poco...
–Déjame dormir, por favor.
–Vale, lo capto... Ya me voy.

Ignorado por mi compañero de habitación, entré al baño. Me quité las gafas para lavarme la cara y me miré en el espejo. Me devolvió una mirada triste y cansada. Me acordé de ti...

–Me pregunto qué estarás haciendo... Voy a ir a verte, a ver si hoy por fin lo arreglamos.


Me sequé la cara para ponerme otra vez las gafas, después me cambié de ropa y salí de la habitación. El pasillo estaba un poco oscuro, había mucha luz del sol, pero las bombillas estaban apagadas, aunque no entendía por qué.

Recorrí el pasillo. Estaba vacío porque todavía era muy temprano. Fui hasta tu habitación... Antes, también la mía. Acaricié el marco de la puerta con cariño, rememorando los momentos que había pasado dentro contigo. Llamé a la puerta.

–Dívdax... ¿Estás ahí? Soy Belazor... ¿Puedes abrirme y... hablamos...?


No contestó nadie. Volví a llamar.


¿Dívdax? Contesta, por favor.
–Div, abre y mándale a la mierda de mi parte –dijo una voz desde dentro.

Parecía su nuevo compañero de habitación. Cerré los puños con furia al oír sus comentarios, pero intenté ignorarle. Esperé un poco más para dar tiempo a Div de vestirse y salir, pero no oí ningún ruido de dentro de la habitación. Cuando volví a llamar, un tío de casi dos metros y con cara de mala uva me abrió la puerta. Era el nuevo amigo de Dívdax, con el que siempre estaba ahora, por el que me había cambiado. Intenté que no se me notara mucho el odio cuando le miré a los ojos.


–Bu-buenos...
–No está aquí, vete a la mierda y no llames más –dijo con brusquedad.

Me asomé a la habitación. Vi que la cama de Div estaba vacía y la puerta del baño abierta, parecía verdad que no estaba ahí dentro. El tío borde empezó a cerrar para que no pudiera seguir mirando.

–¿Cuando vuelva le pu-puedes decir que...? –me cerró la puerta en las narices–. Gracias...

Ya me habían vuelto a dejar con la palabra en la boca. Esa era una especialidad de Dívdax. Pero no tenía tiempo para enfadarme. ¿Cómo es que no estaba en su habitación, dónde podía haber ido tan temprano? A la noche anterior estaba en su habitación, lo sabía porque hablé con él para pedirle que viniera a cenar conmigo. ¿A lo mejor estaba desayunando?


Salí al vestíbulo y justo se encendieron las luces del Jardín. Nunca me había dado cuenta de que se activaban exactamente a esa hora.
Entré en el comedor. Las mesas todavía no estaban servidas y no había ni un alma, ni siquiera olía a pan recién hecho. Me acerqué a la cocina para hablar con las cocineras. Parecían muy atareadas, llevaban cestos de un lado a otro y preparaban bandejas con cubiertos. Llamé a una para que me hiciera caso.

–Hola...

–¡Arceus bendito! –chilló la que estaba más cerca–. Qué susto me has dado.
–Perdón... No era mi... intención.
–No hemos terminado todavía, vuelve en un rato.
–No, es que... estoy buscando a alguien... ¿Ha venido un chico de...?
–Aquí no ha venido nadie. Y déjanos trabajar, que bastante tenemos ya con el corte de luz.
–¿Se ha ido la luz?
–¿No has visto que estaba todo a oscuras hasta hace nada?
–Es verdad... Por eso no había luz en el pas-pasillo.

La cocinera ya había vuelto a sus tareas. Se estaban quejando en alto y hacían una lista de todas las cosas que faltaban por preparar. Parecía que tenían mucho trabajo por delante...

–¿Pu-puedo ayudar en algo? –me ofrecí.
–Sí, vete y no molestes más. Vuelve cuando sea la hora de desayunar.
–Está bien...

Salí de la cocina arrastrando los pies, sintiéndome un estorbo para todo el mundo. Ya era la tercera persona que me mandaba a tomar viento en lo que iba de día. Al menos, cuando Dívdax lo hacía, no me importaba tanto. Ya estaba acostumbrado a su forma de ser...

Salí otra vez al vestíbulo y ya volvía a mi habitación cuando oí el motor del ascensor. Fui corriendo hasta allí con la esperanza de que se hubiera bajado Dívdax. Sabía que era una estupidez, pero algo me hizo pensar que Dívdax estaba allí, por raro que parezca...
Lamentablemente, cuando llegué delante del ascensor no había nadie. Pulsé el botón para que se abrieran las puertas y comprobé que tampoco había nadie dentro. Estaba vacío... ¿Quién lo había llamado? ¿Había bajado solo? ¿No se había subido nadie?

–Si había alguien dentro, no ha podido ir lejos...

Miré los pasillos que había alrededor. No había visto a nadie entrar ni salir de ninguno, pero fui al más cercano, que era el de la biblioteca. Estaba igual de vacío que el vestíbulo, pero avancé hasta la puerta, en la que había un cartel que indicaba las horas de apertura y de cierre.


Horario

Lunes a viernes 9:00 a 19:30
Sábados 11:00 a 17:00
Domingos y festivos cerrada

Tenía que estar cerrada porque aún no era la hora de abrir, pero aun así llamé
a la puerta y tiré del pomo, por si acaso. No se abría, así que Dívdax no podía estar dentro. Si él o cualquier otra persona se había bajado del ascensor, ya no le encontraría, porque con el tiempo que había perdido en ir a la biblioteca ya podría haberse ido a cualquier parte.

Me senté en uno de los bancos del pasillo mientras hacía un plano mental del Jardín. Me olvidé de lo que había pasado con el ascensor, porque no parecía importante, y volví a pensar en Dívdax. Durante los fines de semana no se podía entrar en las aulas, y el acceso al despacho del director estaba restringido. Además, sabía que la noche anterior había estado en el Jardín, porque le estuve mirando durante la cena... así que solo podía estar en la planta baja. ¿Cuántos pasillos distintos había?

Para empezar, estaban los dormitorios, el comedor y la biblioteca, que ya estaban descartados. ¿Estaría en la zona de entrenamiento...? No, era muy temprano para que la abrieran. También estaban los pasillos de jefatura y de la enfermería... Pero Dívdax no tenía motivos para ir a ninguno de esos sitios. ¿O tal vez sí? ¿Y si estaba enfermo?

Me levanté de nuevo y fui corriendo hacia la enfermería con las esperanzas renovadas. Llamé a la puerta y la empujé, pero estaba cerrada. Eso significaba que tampoco podía estar ahí dentro. Me alegré de que no estuviera enfermo ni en peligro, pero enseguida volvió la incertidumbre de no saber dónde estaba. Apoyé las manos en las rodillas para recuperar el aliento por la carrera que acababa de dar.

–¿Debería buscar a un profesor y pedirle ayuda? Es lo que se debe hacer en estos casos...


Volví al vestíbulo cada vez más confuso y sin saber qué hacer. Me dirigí a mi habitación por instinto y pasé por delante del patio interior. Sabía que Dívdax entraba ahí a veces para estar solo, alguna vez le había seguido desde lejos para observarle en la distancia, sin que él se diera cuenta. No perdía nada por probar...


Entré en el patio. Hacía un poco de frío. Miré a lo lejos, entre los árboles, hacia el sitio en el que Div se metía siempre que quería pensar en sus cosas, pero tampoco parecía que estuviera ahí. Me senté en el borde de la fuente, que estaba apagada. El asiento de piedra también estaba frío, pero no me importaba.
Intenté ponerme en la piel de Div para saber en qué pensaba cuando se metía él solo en el patio. ¿Se acordaría de mí alguna vez? ¿Me consideraría un amigo? ¿Por lo menos pensaría en mí como algo más que una molestia? Ojalá hubiera podido estar a su lado cualquiera de esas veces para mirarle sin tener que esconderme, hablar con él y atreverme a sincerarme...

Oí unas voces provenientes del pasillo de los dormitorios. Dos chicas acababan de pasar por allí. Salí corriendo del patio para hablar con ellas y las reconocí a mitad de la carrera: eran Leana y Lovrina, dos magas rojas de mi mismo curso. Eran dos chicas de estatura media, Leana era más seria y llevaba suelto el pelo, que era de color rubio platino, mientras que Lovrina era más habladora, tenía los ojos grandes y llevaba su cabellera rosa recogida en dos coletas.

–¡Chicas! ¡Perdonad...!

Se dieron la vuelta y Lovrina pegó un chillido al verme.

–¡Belazor! ¿De dónde sales? Qué susto.
–Per-perdón, no, no quería...
–¿Por qué vienes tan corriendo, qué pasa? –preguntó Leana.
–Es una lar-lar-larga histo-to-to...
–Bel, ¿estás bien? Tranquilízate, tío.

Me estaba poniendo nervioso y por eso tartamudeaba tanto y vocalizaba tan mal. Así no había forma de que me entendieran...

–Sí, perdonad... ¿Habéis vis-visto a Div?
–¿Div? –repitió Lovrina–. No me suena, ¿y a ti?
–Tampoco –respondió Leana–. ¿Quién es ese?
–Mago negro, sexto gra-grado, pelo violeta, ojos violetas... –hice una descripción de él.
–No sé, no me suena...
–Es mi antiguo compa-pañero de habi-bi-bitación.
–Ah, vale, creo que sé quién dices –contestó Lovrina–. En plan, de vista, sabes.
–¿Eso es que le has visto? –me alegré.
–No, o sea, hoy no –añadió, haciendo trizas mis esperanzas.
–¿No estará en su habitación? –intervino Leana.
–Ya he mirado y n-no está.
–Pues no sé, tío...
–¿Has preguntado al conserje? –propuso Leana–. A lo mejor él lo sabe.
–Sí, tienes r-razón... Gracias, luego nos vem-vemos.

Se fueron hacia el comedor para desayunar. ¡Qué tonto había sido por no acordarme de Ryuzaki! Él siempre estaba al corriente de todo lo que ocurría en el Jardín. ¿Pero dónde podría encontrarle? Eran menos de las nueve y ya había explorado casi todos los pasillos, pero no había encontrado rastro de él... ni tampoco de Div.

Decidí que lo mejor era ir a jefatura de estudios, el único sitio que me quedaba por mirar. Había varias puertas de distintos despachos. Llamé a la sala de profesores e intenté abrir, pero también estaba cerrada. Suspiré desanimado.

–¿Por qué hoy todo me sale mal?

Me sentía desolado. Div no estaba en ninguna parte y parecía que el mundo entero me diera la espalda. ¿Por qué nadie se tomaba en serio que no encontrara a Dívdax? ¿Por qué a nadie le importaba cómo me sentía? ¿Por qué a Div no le importaba cómo me sentía? 

En realidad, no tenía derecho a enfadarme con nadie, porque ni yo mismo estaba preocupado por él. Estaba siendo un hipócrita. Toda mi búsqueda y mi preocupación no eran más que una mentira que intenté creerme para no hacer frente a la verdad. Y la única verdad era que estaba celoso. 

Sin darme cuenta, me vinieron a la cabeza montones de recuerdos de nuestra infancia. Me acordé de cuando Div y yo éramos pequeños y jugábamos juntos en el orfanato de mamá Rede, de cuando me contaba chistes y me hablaba de sus sueños de aprender magia... Decía que iba a convertirse en el mago más fuerte del mundo. Siempre habíamos sido amigos hasta... hasta hacía muy poco... cuando empecé a ponerme más pesado de la cuenta con él... Pero no había podido evitarlo. Siempre había valorado nuestra amistad, pero ya no podía conformarme solo con ser su amigo. Me gustaba Dívdax.

No podía decirle nada porque para mí era una figura inalcanzable y, aunque lo había intentado muchas veces, siempre me lo acababa callando por miedo a perder su amistad. Pero ahora, por comportarme como un idiota, había perdido las dos cosas...

En el fondo sabía perfectamente dónde estaba Dívdax. Había tenido que pasar la noche en otra habitación. Me temblaban los puños al pensarlo, estaba lleno de furia. Por eso le estaba buscando por todas partes, porque no quería creer que estuviera con otra persona, que hubiera pasado la noche con alguien que no fuera yo. No podría soportarlo. No quería aceptarlo, pero no podía negar la realidad. Había elegido a otra persona en lugar de a mí. Pero lo peor es que no me sorprende. Yo tampoco querría estar con alguien como yo...

–Parece que necesitas ayuda.

Me habló una voz que me resultaba conocida, pero no reconocí quién era porque veía borroso. Había empezado a llorar sin darme cuenta y las lágrimas me tapaban la vista. Me quité las gafas para secarme los ojos y me las volví a poner. La persona que me estaba hablando era Ryuzaki, el conserje. Me había puesto tan triste que ni siquiera me alegré de verle, aunque le estaba buscando hacía un momento.

Ryuzaki tenía la piel tan pálida y las orejas tan marcadas como siempre. Había extendido una mano hacia mí, me estaba ofreciendo un pañuelo.

–N-no hace falta, gra-gra-grac...


El conserje dobló el pañuelo y se lo guardó con un gesto muy rápido.


–Como quieras. He oído que me estabas buscando, y es innegable que te ocurre algo. ¿Puedo saber qué ha pasado? 

–Estoy b-b-bus... Estoy bus...
–Necesito que respires hondo. En este estado, no te puedo ayudar.

Ryuzaki se acercó a mí, pero, en lugar de sentarse a mi lado, se subió al banco y se puso en cuclillas encima de él. Intenté calmarme un poco y volví a pensar que Dívdax estaba desaparecido y no enrollándose con alguien que no era yo.

–Ryuzaki, estoy b... buscando a Dívdax... ¿Le has vis-visto?

–No, hoy no le he visto, a pesar de que llevo despierto desde las seis.
–¿De verdad?
–¿Te has puesto así solo porque no le encuentras? No es propio de un Seed dejarse llevar por sus emociones.
–No, yo... No es eso.

No quería decirle a Ryuzaki cómo me sentía, por mucho que necesitara compartirlo con alguien. Ese sentimiento era personal y nos pertenecía solo a Div y a mí.

Es sábado por la mañana y me consta que se esfuerza más de la cuenta en sus entrenamientos –continuó Ryuzaki. Sería natural que esté aprovechando el día para descansar.
Es que no está en su habitación...
–¿Y has pensado que podría estar desayunando? Sería lo más normal, a estas horas. 
–No, el comedor... acaba de, de abrir y las cocineras me han dicho que no había lle-llegado nadie más cuando he ido a pre-preguntar... No está en ninguna pa-parte y ya no sé dónde más buscar...
–¿A qué te refieres con ninguna parte? –ahora tenía la voz más seria–. ¿Dónde le has buscado?
–En s-su habitación, la cafetería, el patio... También he ido a la bi-biblioteca y a la enferme-mería, y ahora he venido a la sala de pro, de pro, de profesores, pero todo estaba cerrado o vacío...
–¿Y no estaba en ninguno de los sitios que mencionas?
–No... Su compañero d-de habitación dice que n-no estaba, la habitación estaba vacía y...
–¿A qué hora has salido de tu habitación?
–Pongo siempre el despertador a las o-ocho los sábados...
–¿Y ha ocurrido algo fuera de lo común en el tiempo que llevas despierto? Aparte de lo de no encontrar a Dívdax.
–No... Bueno, no había luz en el pasillo, se encendió m-más tarde... Las co-cocineras me han dicho que había un corte de luz...
–Eso pensaba. Debo hacer unas comprobaciones –dijo, levantándose de golpe–. Entre tanto, te aconsejo que vayas a desayunar. Parece que no has comido aún, y un Seed profesional nunca descuida su salud.
–¿Pero le ha pasado algo...?

Ryuzaki desapareció de mi vista más rápido de lo que había aparecido. Se había puesto muy serio, ¿eso es que ocurría algo grave? ¿O solo estaba jugando conmigo para intentar distraerme?


Ya no sabía qué pensar. Seguía un poco preocupado, pero no sabía si era una preocupación auténtica o solo parte de mi paranoia. Aquel fin de semana, el día en el que iba a reconciliarme con Div, había empezado de la peor forma imaginable. No le había encontrado, me sentía rechazado por él y ni siquiera podía ayudar a nadie con sus cosas... Nadie me necesitaba. No sirvo para nada.

Volví directamente a mi habitación porque no quería desayunar. Lisander seguía en su cama. Me metí en el baño y abrí el grifo de la ducha para que con el ruido del agua no me escuchara llorar. Solo podía pensar en Div, en mí y en lo patético que era por haber perdido a mi mejor amigo. Por culpa de mi actitud y de lo pesado que había sido con él, Div ahora estaba en los brazos de otra persona. Me había olvidado para siempre... Nunca iba a estar con él...
Sentía que sobraba en el mundo. Pegué la frente a las baldosas del suelo y me apreté contra ellas con toda la fuerza que pude. Quería desaparecer, convertirme en una baldosa más, quería que me tragara el suelo y dejar de existir. No tenía sentido vivir en un mundo en el que no podía estar con Div.

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