Antes de nada...



Ni el Jardín de Balamb, ni Moltres ni muchos de los personajes, situaciones, lugares, objetos y conversaciones y que aparecen en este blog me pertenecen y en ningún momento doy ninguno de ellos por propio.
Por lo tanto, no plagio nada. Yo solo soy dueño de este blog.

27 de mayo de 2010

IV: Entrenamiento

–Y bueno... ¿Có' se llaman...? Los... Lo' e'toicos...

Estábamos en otra insufrible clase de filosofía. Era una de las peores clases del curso, teniendo en cuenta que el profesor era gangoso y ponía el mínimo interés en que sus palabras fueran inteligibles. Aunque tampoco es que yo pusiera mucho empeño en intentar entenderlas. Se oían cuchicheos (y más que cuchicheos) por toda la clase, pero la única medida que tomaba el profesor era pedir silencio cada tres minutos, con resultados más bien nulos.
Ya llevaba una semana viviendo con Kei. La verdad es que estaba muy sorprendido con él. Le había imaginado como el típico tío inconstante, sin interés y que se dedicaba a montar bulla, pero todo lo contrario. Hablaba poco en clase, tomaba apuntes y llevaba bastante al día los deberes, cosa que no se podía decir de cierto mago negro que yo me sé.

–Psss... –me susurró –Eh, churra.
–¿Qué pasa?
–¿Cuándo es lo de la cueva?
–¿Qué cueva? ¿La Caverna de las Llamas?
–Sí.
–Pues no sé... Espera que miro –cogí mi agenda y empecé a pasar hojas–. El... viernes.
–¿Qué dices, este viernes?
–No, el de la semana que viene.
–Ah, coño. Igual nos conviene ir luego a la zona de entrenamiento, ¿te hace?
–Vale.

La prueba de la Caverna de las Llamas era obligatoria para todo aspirante a Seed de sexto grado. Se organizaban grupos de tres alumnos y el objetivo era trabajar en equipo para llegar hasta el final de la cueva y recuperar un objeto que los profesores habían dejado allí dentro. Era tan sencilla como parecía, pero a todo el mundo le ponía bastante nervioso. Es lo que tenía que fuera el primer examen práctico de nuestra vida. Nuestro grupo lo componíamos Leta, Kei y yo.

No hay nada que temer –pensé–. Entre mi magia Hielo y los golpes de Kei, podemos fundir a todo monstruo que se nos cruce por delante. Y Leta siempre puede reforzar nuestros ataques y protegernos del daño.

Después de las clases, consulté la lista de gente que iba a la caverna para confirmar que lo había apuntado bien. Efectivamente, nos tocaba el viernes de la semana siguiente. Me pasé por la zona de entrenamiento antes de comer y, por suerte, encontré un hueco disponible a las 17:30. Lo reservé sin dudarlo y se lo comenté a Leta y Kei durante la comida. Decidimos reunirnos a esa hora en la puerta de la zona de entrenamiento para entrenar durante al menos una hora y empezar a prepararnos.

Antes de que llegara la hora, ya estábamos los tres plantados y preparados en la puerta. Leta y yo llevábamos nuestros bastones. Kei iba con una espada larga y de color oscuro.

–Es nuestro primer entrenamiento los tres juntos, ¡qué emoción! –dijo Leta.
Bueno, ¿y cómo soléis hacerlo? –nos preguntó Kei.
–¿El qué?
–El combate. ¿Cómo lo hacéis?
–Pues... no sé, ¿combatiendo? No sé a qué te refieres.
–Digo que si tenéis una estrategia especial o algo.
–Ah, no. La verdad es que no...
–Div utiliza magia y yo curo siempre que hace falta –explicó Leta–. Así que los dos atacamos desde la retaguardia.
–Entonces voy yo en primera línea, ¿no? Va.

Mientras hablábamos, se abrió la puerta de la zona de entrenamiento y salió el conserje.

–Os ha sido asignada la zona D1 –nos dijo–. ¿Cómo queréis que la configure?
–Es para practicar la prueba de la Caverna de las Llamas –expliqué.
–Entendido, os programaré el recorrido estándar. Tened cuidado dentro.
–Que tenga cuidado él, a ver si se va a romper –susurró Kei.
–Descuida, lo tendré. Tomad esto –le entregó a Leta tres botellas diminutas con un líquido verdoso–. Son pociones, por si surge la necesidad.
–No te preocupes, sé usar Cura –dijo Leta.
–Más vale prevenir –insistió él.
–Gracias, este... Eh... –me quedé cortado–. No me acuerdo de tu nombre.
–Dirígete a mí como Ryuzaki –contestó–. Es por precaución.
–¿Eh? –no sabía cómo tomarme eso–. Está bien... Gracias, Ryuzaki.
–De nada. Ya sabéis que tenéis interruptores rojos a la entrada de cada zona. Pulsadlos si tenéis problemas.
–Muy bien.

Volvió a entrar en la zona de entrenamiento y me sorprendí mirándole ensimismado durante más tiempo del debido. Cuando desperté del trance, seguí a los tres al interior.

Nada más entrar, había un pasillo estrecho prácticamente a oscuras, como el de las antesalas de los cines. En mitad del color negro que nos rodeaba, destacaban unos pequeños carteles del tamaño de la palma de una mano que brillaban en la oscuridad para indicar los nombres de las salas.

–Vaya sitio más raro, tú –comentó Kei.
–¿No es como te lo esperabas? –preguntó Leta–. Las salas de entrenamiento del Jardín funcionan con hologramas.
–¿Y no es más fácil poner una zona de entrenamiento de verdad?
–No, porque entonces habría monstruos en el Jardín. Habría que darles de comer y podrían reproducirse y escaparse.
–Además, los hologramas son mucho más avanzados de lo que piensas –intervine–. Pueden simular cualquier tipo de escenario y condición, como desiertos, montañas, lluvia, nieve... Así se puede entrenar para cualquier circunstancia.
–Bueno, ya veremos. ¿En cuál nos tocaba?
–D1.
–Entonces es esta.

Ahora que se me habían adaptado los ojos a la oscuridad, pude ver el contorno de Kei delante de mí, que señalaba uno de los letreros. Puso la mano en el pomo, pero le detuve.

–Espera a que el conser... A que Ryuzaki nos dé la señal.
–¿Que también es el jefe de esto o qué?
–No, solo el supervisor –contestó su voz desde un altavoz que me imaginé que estaba en el techo–. La sala está lista, podéis comenzar.
–No jodas, ¿nos va a estar mirando o qué?
–Bueno, alguien tiene que vigilar –contesté–. Hay muchos grupos a la vez aquí dentro, es por nuestra seguridad.

No sabía exactamente qué tamaño tenía cada sala, pero podían simular sin problema entornos tan grandes como el Jardín entero. Incluso imitaban la temperatura y la humedad. Los sensores y la maquinaria que hacían funcionar la zona de entrenamiento estaban tan avanzados que era fácil perder la noción de la realidad y pensar que estabas en un barco hundiéndose, en mitad de una montaña o en cualquier otro lugar.
En aquel momento, la sección D1 de la zona de entrenamiento replicaba la Caverna de las Llamas a la perfección. O eso suponía, porque nunca había estado en la caverna real. Ante nosotros se abría una cueva de roca cobriza con un camino estrecho que avanzaba en medio de un río de lava. Había distintas formaciones rocosas a nuestro alrededor, sobre todo estalagmitas con las puntas cortadas. Lo único en la sala que recordaba que no estábamos en una cueva de verdad era un diminuto botón circular de color rojo disimulado entre las rocas de la pared por la que acabábamos de entrar. El calor que desprendía la lava era tan real que empecé a sudar casi al instante.

–Pero esto no tiene gracia si sabes que no es real –dijo Kei.
–Sí, pero no te fíes –le advirtió Leta–. El daño sí es real.
–Prueba a darle a esa roca con la espada –le reté.

Señalé una roca alta que había a su lado. Kei, sin pensárselo dos veces, sacó la espada y le asestó un golpe fuerte. Noté su sorpresa cuando la espada impactó contra roca sólida y empezó a tambalearse.

–Eso es que aquí hay una columna –razonó Kei.
–Entonces mira esto –le dije.

Me saqué un pañuelo de papel del bolsillo, estiré el brazo sobre la lava y lo dejé caer. En cuanto entraron en contacto, el pañuelo desapareció con una combustión espontánea.

–¿Pero qué coño...? No le habrás tirado Piro, ¿no?
–No soy tan bueno como para lanzar magia no verbal.
–¿No verbal? ¿Eso qué es?
–Hacer magia sin tener que gritar el nombre en alto.
–Entonces, ¿esto es real? ¿Y el sitio al que nos quieren mandar también es así?
–Exacto.
–Pero esto es una locura, es peligroso de verdad.
–Ya lo sabemos, no nos pongas más nerviosos –dijo Leta medio en broma medio en serio.
–Por eso hay un mago blanco en cada equipo, para que no haya accidentes –expliqué.
–Bueno... Voy abriendo camino –dijo Kei–. No os quedéis muy atrás.

Kei comenzó a caminar. Yo le seguí, Leta cerraba la marcha. Ella iba siempre la última porque era la que tenía menos capacidad ofensiva. Si los monstruos llegaban hasta mí, aún podía utilizar hechizos para defenderme, al contrario que ella.

–¿Pero hasta dónde llega esto? –preguntó Kei.
–¿Ya te estás cansando? –me reí.
–No, es que no me creo que la sala sea tan grande.

Estaba señalando el camino de delante. La senda de roca se volvía más sinuosa y estrecha a medida que avanzaba, pero desde nuestra posición no se llegaba a ver el final.

–Recuerda: hologramas. En realidad no estamos avanzando, pero esta sala llega tan lejos como la cueva de verdad.
–No te preocupes, que no te vas a dar con una pared, si es lo que te preocupa –dijo Leta.
–Bueeeno...

Nos disponíamos a retomar la marcha cuando un chillido hizo eco por la zona.

–Monstruos –dijo Kei.

No tardó en aparecer ante nosotros un arimán, una fea criatura de color verde amarillento que consistía en un ojo muy grande con alas y diminutas garras.

–¡Atrás! –nos advirtió Kei.

Espada en mano, se lanzó contra la criatura y le acertó en el ala con un golpe. La criatura chilló y se echó atrás, pero después arremetió con fuerza contra él.

–¡Hielo! –conjuré.

Un bloque de hielo salió disparado de la punta de Estrella Fulgurante contra el monstruo, que se tambaleó y perdió altura. Kei no desperdició la ocasión y le lanzó un golpe en picado con la espada, que se clavó al monstruo y lo perforó. Emitió un chillido desgarrador mientras se desvanecía.

–Ay, pobre –dijo Leta.
–¿Te recuerdo que no son reales? –soltó Kei con sorna. Los tres nos reímos.

Continuamos avanzando y al poco rato nos cortaron el paso dos arimanes más. Kei levantó la espada y arremetió contra uno de ellos, pero el monstruo lo esquivó y le lanzó un ataque sónico desde el lateral. Kei se llevó la mano libre a la cabeza, visiblemente aturdido.

–¡Aero! –lancé.

Envolví al monstruo en una corriente de aire que lo elevó sin control. Cuando Kei volvió en sí, saltó y lo golpeó con fuerza con la hoja de la espada en lugar de con el filo, como si el arimán fuera una pelota y su espada fuera un bate. Lo alejó varios metros con el golpe.

–No sabía que podías hacer eso –dije.
–Haber preguntao' –contestó.
–¡Socorro! –chilló Leta.

Me di la vuelta como un resorte. Nos habíamos olvidado del segundo arimán, que había evitado el destino de su compañero y ahora rodeaba a Leta.

–¡Electro!

De mi bastón salió disparado un rayo que impactó instantáneamente contra el arimán. Chilló mientras perdía el vuelo y Leta lo golpeó con el bastón. Kei llegó corriendo desde detrás y le propinó un corte diagonal ascendente que lo levantó por el aire y lo hizo caer contra la lava. Se consumió con un chisporroteo como el que hace la carne a la parrilla y dejó un olor a podrido en el aire.

Sin mediar palabra, Kei siguió adelante y corrimos detrás de él. El camino cada vez era más estrecho, ya no cabíamos dos juntos, sino que teníamos que avanzar en fila india.

Aparecieron tres monstruos más. Esta vez se lanzaron directamente hacia Leta, posiblemente porque la consideraban la menos peligrosa de los tres.

–¡Coraza! –conjuró ella rápidamente.

Un escudo protector apareció alrededor de su cuerpo y repelió a los monstruos. Volví sobre mis pasos y lancé dos hechizos Hielo contra ellos mientras Kei descargaba sobre un golpe vertical que partió en dos al tercero.

–¡Pestañeo! –gritó Leta.

Esa era una de las magias que más gracia me hacía. Pestañeo creaba ilusiones ópticas y hacía que el enemigo se confundiera al atacarnos. Ahora teníamos delante a tres falsas Leta, además de la original. Los monstruos a los que había atacado con Hielo ya se habían recuperado del impacto y atacaron a las copias falsas, que se desvanecieron con el ataque. Aproveché su confusión para repetir el hechizo contra uno de ellos mientras Kei despachaba al que quedaba.

–Leta, has estado muy rápida lanzando Coraza. Bien hecho.
Je, je, gracias... Kei, tú eres un bestia con la espada.
–¿Verdad? ¡Venga, a por más bichos de esos! –gritó antes de echar a correr eufórico.

Después de más de media hora de combates, terminamos por abrirnos paso hasta llegar a lo que parecía el final de la cueva. El camino terminaba en una plataforma circular con un cráter en el centro que resplandecía tanto que había que apartar la vista. De su interior irradiaba un calor aún más intenso que el del resto de la cueva. Enormes picos de roca de hasta cinco metros lo rodeaban, lo que le daba un aspecto imponente. Me sequé el sudor de la frente con la mano: estaba empapada.

–Pues... ya está, ¿no? –dije.
–Sí, esto tiene que ser el final –opinó Leta.
–Pues na', nos damos la vuelta cuando queráis. Podemos cargarnos a unos cuantos más por el camino.

Habíamos acordado entrenar durante una hora, pero no había más reservas, así que estuvimos hasta pasadas las 19:00. Cuando nos dimos cuenta de la hora que era, nos dimos prisa en volver a las habitaciones, pues aún teníamos deberes pendientes antes de la cena.
Las pociones de Ryuzaki no fueron necesarias después de todo, así que nos guardamos una por cabeza para futuras necesidades. Al final, los únicos daños que hubo que lamentar fueron un par de arañazos que me había hecho en el brazo por no medir bien las distancias, y que a Kei le dolía la cabeza por los ataques sónicos, pero Leta nos había sanado con Cura y Esna, respectivamente.

–Buen entrenamiento, soldados –nos felicitó Kei–. ¿Mañana más?
–¿Tan pronto quieres repetir? Yo estoy molida –se quejó Leta.
–Bueno, podemos volver en dos días si queréis.
–Kei tiene razón. Tenemos que prepararnos bien para la prueba.
–Vaaale... Pero mañana no, por favor, que voy a tener agujetas de hoy –cedió Leta–. Me voy a pegar una ducha. ¿Nos vemos en la cena?

Nos despidió con la mano y se nos adelantó en dirección a los dormitorios.

–Oye, Div, se me ha ocurrido una cosa que podíamos probar.
–Dime.
–He pensado... ¿Se puede hacer que lances un hechizo contra mi espada para que cuando yo ataque se suelte tu hechizo y hacer el daño de los dos ataques a la vez?
–¿Cómo? ¿Sable Mágico?
–Exacto.
–Bueno... No suena imposible. Lo que me preocupa es no poder contener la magia el tiempo suficiente y acabar haciéndote daño a ti.
–Mañana volvemos tú y yo y probamos, ¿va?
–Venga. Pero no prometo nada.
 
Reservamos hora para el día siguiente y volvimos a nuestra habitación. Echamos a suertes quién se iba a duchar primero y pasamos el resto de la noche con nuestros respectivos deberes hasta que llegó la hora de cenar. Me sentía realizado con el entrenamiento. Nunca estaba de más la oportunidad de volver a practicar los hechizos.

1 comentario:

  1. ¡Jo, qué corto! >_< yo quería más =(

    Muy buena la parte del entrenamiento, todo con mucha acción.

    - Oye, Dív, he tenido una idea.
    - Dime.
    - ¿No podrías... concentrar tu magia en la hoja de mi espada?
    - ¿Cómo? ¿Sable Mágico?- Exacto.
    - Bueno... lo intentaré.

    ¡Steiner y Vivi! LOL

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