Antes de nada...



Ni el Jardín de Balamb, ni Moltres ni muchos de los personajes, situaciones, lugares, objetos y conversaciones y que aparecen en este blog me pertenecen y en ningún momento doy ninguno de ellos por propio.
Por lo tanto, no plagio nada. Yo solo soy dueño de este blog.

28 de mayo de 2010

V: La Caverna de las Llamas

La alarma del despertador comenzó a sonar. Era el día de nuestra prueba.

Kei y yo nos vestimos y preparamos nuestras armas. Al ponerme la camiseta, me rocé las heridas del brazo. Habíamos ido a la zona de entrenamiento todos los días que encontramos huecos libres y, como consecuencia, más de un arimán y más de dos habían acabado hincándome las garras. Por mucho que fueran hologramas, el daño era de verdad, pero las heridas no eran tan graves como para molestarme ni impedirme usar magia.
Kei había demostrado una gran habilidad y resistencia física en los combates. Dominaba las técnicas rompedoras y daba unos golpes de miedo. Parecía capaz de tirar abajo una pared de un solo espadazo.

Habíamos practicado lo del Sable Mágico y nos salía relativamente bien, pero solo me atrevía a probarlo con el hechizo Hielo. Aún no me veía capaz de usar Electro por si el calambre le llegaba a Kei hasta las manos, ni con Hielo+, por si no conseguía contener un hechizo tan fuerte y le acababa haciendo daño. Ya me costaba concentrar toda la energía de un hechizo de nivel básico sin llegar a lanzarla...
Además del Sable Mágico, había dedicado un rato de práctica cada día para todas las magias que conocía. Ya había dominado Piro, Hielo+, Electro+, Aqua, Aero y Aspir. No esperaba necesitar nada más que Hielo, pero Aspir me podía servir para recuperar mi energía mágica en caso de necesidad. Era una suerte que nos tocara ir a la Caverna de las Llamas y no a una "Caverna de los Hielos", porque mi punto fuerte era precisamente Hielo, mientras que Piro era mi punto débil.

Leta había resultado completamente ilesa tras los entrenamientos y era muy rápida lanzando Coraza, Escudo y Pestañeo para protegernos y, sobre todo, Esna y Cura, para posibles heridas y aturdimientos. También conocía Libra, para identificar enemigos, y en caso de necesidad podía defenderse usando el bastón como si fuera un bate.
Confieso que estaba nervioso, más de lo que quería admitir. Antes de salir de la habitación, Kei dedicó un rato a sacar brillo a su espada y, para intentar calmar los nervios, yo hice lo mismo con el cristal de mi bastón, Estrella Fulgurante. Era hermano del bastón de Leta, que se llamaba Estrella Angelical. Los compramos juntos, el mismo día, en la misma tienda. Qué recuerdos. Le conté a Kei el origen de nuestros bastones.

–El día que lo compré pensaba que se rompería si daba golpes fuertes con él. No es que lo use demasiado en el cuerpo a cuerpo, pero los pocos golpes que ha dado los ha aguantado bien.
–Pues Blackrose, mi espada... es una herencia familiar. Tiene más años que mi padre y yo juntos, pero nunca se ha desgastado, mellado ni oxidado.
–Eso mola. ¿Es mágica o algo?
–No que yo sepa.

Nos reunimos con Leta para desayunar. También se la veía nerviosa, pero estaba más impaciente que otra cosa. Por su parte, Kei parecía muy tranquilo.
Después del desayuno, nos reunimos en el vestíbulo con Ryuzaki y el director Cid. Era la primera vez que le veía desde que empezó el curso. Normalmente se encerraba en su despacho y se pasaba días o semanas enteras sin salir. O eso, o salía cuando nadie se daba cuenta.

–Buenos días, alumnos.
–Buenos días, director –le saludamos y nos pusimos firmes.
–Comencemos pasando lista. ¡Mago blanco!
–Maga –puntualizó Leta–. ¡Presente!
–¡Los otros dos!
–Presentes –contestamos Kei y yo.
–Hala, pues ya estamos. Ahora a esperar a que llegue vuestro escolta.
–¿Vamos a tener un escolta? –preguntó Leta.
–Pues claro, pequeñaja. ¿Qué quieres, que me denuncien por falta de seguridad en el Jardín?

Leta se rio. Kei tenía cara de estar flipando un poco con el director.

–No te lo he dicho, pero es un poco peculiar –le susurré.
–Ya me estoy dando cuenta, ya.
–No os preocupéis –continuó el director–. El escolta que ha contratado el Jardín es un mago rojo profesional. No corréis ningún peligro. Mientras no os tiréis de cabeza a la lava o algo así, claro. ¡Jo, jo, jo!
–Te noto nervioso –susurró Ryuzaki a mi espalda.
–Lo estoy –contesté.
–No tienes nada que temer. Si ahora estás así, te dará un ataque con el examen de graduación.
–No me lo recuerdes.
–Supongo que no sirve de nada insistir, pero, a menos que no sepas lanzar Hielo, no deberías tener ningún problema.
–¿Hielo? Sé lanzar Hielo+ –presumí.
–Atención, aspirantes, vuestro escolta ha llegado –nos informó el director.

Oí que algo se deslizaba a mi espalda y me giré para ver qué era. Era un hombre que vestía con una larga túnica de color añil que se arrastraba por el suelo. Llevaba una cinta verde muy ancha atada sobre la cintura y una gruesa chaqueta negra que dejaba su pecho al descubierto. Se veían caracteres tatuados en sus pectorales y un extraño collar con varias cuentas. Y después vi su cara. Era pálido, con los ojos azules y las venas de la frente muy marcadas. Tenía el pelo del mismo tono azul gélido y formaba tres extraños ganchos: dos le caían a los lados de la cara, y el tercero, mucho más pequeño, hacia delante. Me recordó un poco al mechón de Kei, aunque salvando las distancias.
Hizo un extraño saludo al director girando los brazos e inclinándose. Lanzó una curiosa mirada a Ryuzaki y después nos miró a nosotros. Sentí un escalofrío.

–Mi nombre es Seymour Guado –se presentó–. Es para mí un honor el poder escoltar a tres de los futuros aspirantes a Seed, la élite de nuestro ejército.

Tenía una voz suave, fría y muy artificial, como si intentara hipnotizarnos al hablar. Me daba la impresión de que era una persona que medía muy bien sus palabras para decir exactamente lo que quería decir.
 
–Es un profesional de eficacia probada, chicos –nos aseguró el director mientras le daba unas palmadas en la espalda a Kei.
–Partiremos en cuanto estéis preparados –dijo el tal Seymour.
–Pues... ¿Estamos, chicos? –dijo Leta.
–Sí. En marcha.

Noté que me metían la mano en el bolsillo y moví la mía como defensa por acto reflejo, aunque no me podían estar robando, porque no tenía nada dentro. Sentí una mano muy fría al tacto. Era Ryuzaki, que estaba depositando dentro un objeto.

–Úsalo si estás en apuros –susurró.
–¿Qué?
 
Me palpé el bolsillo para confirmar que había algo dentro, pero no me detuve a mirar lo que era.
 
–¡Partid ahora, mis vaLIENtes aLUMnos! –gritó el director Cid, enfatizando especialmente en ciertas sílabas y levantando los brazos como si le hablara al cielo–. ¡En busca del poder y la valentía! ¡MIS LIBERI FATALES! Pua, ja, ja, ja, ja, ja...
–Ese tío está ido de la olla –me dijo Kei mientras salíamos.
–A ver, tiene sus cosas, pero mala persona no es.

Salimos del Jardín y comenzamos a recorrer las vastas praderas de color verde que rodeaban el paraje. Se veía Balamb unos kilómetros al oeste, pero caminábamos en dirección contraria. La Caverna de las Llamas se encontraba al este del Jardín.

–¿Has escoltado a todos los que han hecho la prueba? –preguntó Leta a Seymour.
–Así es, y ninguno ha sufrido accidentes ni heridas dignas de mención. Vosotros sois el último grupo que realiza la prueba.
–¿Qué hay que hacer? –preguntó Leta, pícara, aun sabiendo que no obtendría información nueva.
–Completar la prueba. Me temo que no puedo hablar de los detalles.

Tardamos unos veinte minutos en llegar. A medida que nos acercábamos, el verde que cubría el suelo empezaba a desaparecer y daba paso a un terreno completamente rocoso. Más adelante, al llegar a la apertura a la cueva, el calor del interior nos arrolló. Tuve que apartar la cara y frotarme los ojos.

–Hemos llegado a la Caverna de las Llamas –anunció Seymour–. Yo me quedaré aquí. Si os encontráis en apuros, no tenéis más que avisarme, y acudiré de inmediato.
–¿Y ya está? Qué útil que eres, churra.
–Me limito a actuar como estipula mi contrato. De todos modos, aunque tuviera a bien acompañaros al interior, los pasillos son realmente estrechos. ¿Has pensado en lo que ocurriría si necesitáis retroceder? Podríais chocar conmigo y caer a la tórrida lava. Dudo que ni siquiera yo pudiera salvaros de eso.
–Ya, pero... Al menos podías seguirnos desde lejos, para vigilar y eso... –propuso Leta.
–Se consideraría una interferencia en vuestra prueba –declaró Seymour tajantemente–. Mi contrato no deja lugar a dudas: es mi obligación permanecer aquí. Ese ha sido mi modelo de actuación con todos los grupos a los que he escoltado hasta el momento.
–Bueno, vale ya de protestar –dije–. Vamos dentro.

Cogí aire y entré en la Caverna de las Llamas, seguido de Leta y detrás de Kei. La verdad es que, más que entrar, lo que quería era alejarme de Seymour y de su frialdad. No entendía que Leta hubiera estado hablando con él tan tranquilamente. A mí me ponía la piel de gallina.
La gruta era prácticamente igual que en la simulación. No tenía mucha altura, pero era tan larga que no se veía el final. Había un sendero de roca de apenas tres metros de ancho. Lava fundida descendía como un río a ambos lados del sendero, desprendiendo un calor sofocante. Enseguida me empezó a picar todo el cuerpo. A pesar de los días de entrenamiento, el calor de la caverna real parecía mucho mayor que el que habíamos sentido antes.

–Div –dijo Kei–, lánzame Aqua.
–Como si fuera tan sencillo. Puedo matarte con el impacto o llenarte los pulmones de agua.
–¿Es una amenaza?
–No, una descripción del hechizo.
–¡Revitalia! –lanzó Leta sobre Kei.
–Pero ¿qué haces? –protestó este–. ¡Guarda las fuerzas para el final!
–Pero si acabamos de entrar y ya estamos muertos... –se justificó.

También me lanzó el hechizo a mí y, por último, sobre sí misma. Una brisa envolvió mi cuerpo para refrescarme y despejarme la mente, aunque el aire caliente me quemaba los pulmones. Aguantaba el calor mucho peor de lo que pensaba. Comenzamos a avanzar, aún acalorados, y no tardó en aparecer ante nosotros un arimán, esta vez uno de verdad.

–¡Toma hostia! –gritó Kei, que se lanzó para atacarle por un lateral.
–¡Hielo! –lancé al otro lado.

El monstruo no se vio venir los dos ataques y, cuando esquivó el espadazo de Kei, se metió sin darse cuenta en la trayectoria de mi hechizo.

–¡Qué sincronización, chicos! –nos felicitó Leta.
–Pues aún no has visto nada. ¡Div!
–¿Ahora?
–Seh, vamos a lucirnos un poco.

Extendí los brazos y apunté a la espada de Kei con las manos. Comenzaron a aparecer gotas por la superficie, pero, después de unos segundos, no ocurrió nada. Kei se vio obligado a romper la conexión para darle el golpe de gracia al arimán, que aún no estaba acabado.

–¿Qué pasa, Div? ¿Algún problema?
–Eso parece... Pero no entiendo por qué. Acércame la espada.

Kei se dio la vuelta y extendió la espada delante de mí. Coloqué las manos sobre ella y empecé a canalizar magia. Una vez más, lo único que conseguí fue que aparecieran varias gotas, no la fina capa de hielo que había sido capaz de crear en nuestros entrenamientos.

–No lo entiendo –dije–. ¿Qué hay de distinto esta vez?
–A lo mejor es por el calor –opinó Leta–. Aquí hace tanto calor que el hielo se derrite.
–Sí, pero en la zona de entrenamiento también hacía calor...
–Tanto como aquí no creo –intervino Kei–. El calor de aquí es más intenso.
–Tiene razón –afirmó Leta–, en los entrenamientos del Jardín hacía calor, pero no tanto.
–Pero sí que he podido usar Hielo perfectamente...
–Porque esos bloques son más gordos, no se derriten tan fácil.
–Puede que sea eso –suspiré.

Estaba un poco decepcionado por no poder usar nuestra técnica combinada, pero no había tiempo para lamentarse, porque en ese momento llegaban otros cuatro arimanes que emitían horribles chillidos.

–¡Coraza! –nos lanzó Leta–. ¿Por qué hay tantos?
–No es culpa suya –contesté–. Somos nosotros los que estamos invadiendo su territorio, al fin y al cabo. Mantened la calma.

Leta se apartó mientras Kei y yo despachábamos a los monstruos. Teníamos muy poco margen de maniobra, ya que un paso en falso o un golpe mal dado podrían hacernos tropezar y caer a la lava. Por suerte, el entrenamiento nos había enseñado a pelear en fila. Aun así, siempre impresiona más que el río de lava que tienes al lado sea de verdad.

–Menos mal que era una prueba sencilla –dijo Kei–. Los monstruos son unos mierdas, pero pueden matarnos con poco que nos den.
–Razón de más para salir de aquí cuanto antes –sentencié.

El calor empezaba a agobiarme de nuevo. Cuanto más nos acercábamos al corazón de la cueva, mayor calor hacía, como es natural. Estaba sudando por los cuatro costados y tenía la boca seca. Kei se encontraba en mejor forma que yo, y Leta se mantenía con fuerza. Me pareció notar una brisa de aire fresco.

–No es necesario, Leta –le dije.
–¿Qué?
–Que no hace falta que vuelvas a lanzarme Revitalia.
–No te he tirado Revitalia.
–No finjas.
–Niños, no os peleéis –intervino Kei.
–No nos estamos peleando –dijo Leta–. Pero Div, de verdad que no te he tirado ningún hechizo ahora.
–¿De verdad?
–Sí.
–Qué raro.
–¿Por qué, qué pasa?
–Es que me ha parecido notar aire fresco, como cuando has usado el hechizo antes. Bueno, fresco del todo no estaba, pero entiéndeme. Templado, por lo menos.
–Eso puede ser cualquier cosa –dijo Kei–. Igual estás sudando tanto que empiezas a tener frío.
–No sé...
–¿Qué es eso? –preguntó Leta, temerosa.

Señaló a la lava, donde algo parecía agitarse. Apareció un bulto sobre la superficie que se elevó un metro. Era una roca gigante que chorreaba lava. Pronto vimos su forma real: una roca incandescente con dos diminutos brazos y cara de pocos amigos.

–No me jodas –dijo Kei–. ¿Y eso ahora qué es?
–¡Libra! –conjuró Leta–. Es un bom, un monstruo de fuego.
–Eso estaba claro –dijo Kei.
–Si recibe muchos ataques seguidos... ¡explota! –chilló Leta.
–¡¿Qué?! –gritamos Kei y yo al unísono.

El bom se lanzó hacia nosotros y se interpuso entre Kei y yo. Le hice una señal a Kei para indicarle que iba a fingir un ataque. Envolví con la mano el bastón de mi cetro y lo levanté mientras empezaba a brillar con una luz blanca. El bom centró su atención en mí y avanzó para golpearme, y en ese momento Kei le asestó un tajo por la espalda. El monstruo chilló y se giró hacia Kei. Aproveché la distracción para liberar la magia de mi bastón y le lancé un hechizo Hielo. El cuerpo del monstruo comenzó a emitir vapor por el cambio de temperatura y se giró una vez más hacia mí, mientras su expresión se volvía aún más furiosa y... ¿aumentaba de tamaño?

–Se está haciendo más grande, ¿verdad? –comenté.
–Eso parece –dijo Kei.
–¡Espejo!

Leta me lanzó una barrera protectora en el preciso instante en el que el bom me lanzaba una bola de fuego, que rebotó en el hechizo e impactó contra él, aunque no pareció que le hiciera efecto.

–Los monstruos de fuego se regeneran con el fuego –dije–. Hay que enfriarlo.

Kei ya estaba volviendo a la carga. Intentó clavarle la espada desde abajo, pero el cuerpo del bom era demasiado duro.

–¡Quítate de debajo, loco! –le advertí. El bom estaba volviendo a aumentar de tamaño.
–Tenía que intentarlo, ¿no?

El bom ya medía aproximadamente un metro cúbico o, mejor dicho, esférico. Parecía capaz de explotar a la menor oportunidad a pesar del daño nulo que le habían hecho nuestros ataques. Leta utilizó Espejo también en Kei y sobre sí misma, por precaución.

–¿Qué hacemos?
–Tengo una idea –intervino ella–. Kei, cuando yo te diga, le atacas.
–¡Pero si le ataco va a explotar! –dijo mientras bloqueaba con la espada una nueva carga del bom.
–¡Confía en mí! Div, tú en cuanto veas que se hincha, usa Aero.
–De acuerdo.

Me eché un paso atrás mientras el bom comenzaba a brillar para utilizar un nuevo hechizo de fuego.

–¡Ahora, Kei!
–¡Gerónimo!

Kei pegó un salto y descargó un golpe en diagonal contra el bom. Su cuerpo volvió a hincharse, parecía estar llegando al límite.

–¡Te toca, Div!
–¡Aero!

Puse todas mis fuerzas en generar una corriente de aire que empujó al bom sobre la lava y lo apartó de nuestro lado.

–¡Coraza!

Solo alcancé a ver a Leta lanzar una barrera antes de tener que apartar la mirada y cubrirme la cara con el brazo para protegerme de la explosión. El estruendo llenó la caverna y todo se quedó en silencio durante un segundo. Abrí los ojos para ver qué había pasado.
Sorprendentemente, tanto Leta como Kei habían salido ilesos de la explosión.

–Pero, ¿qué? ¿Cómo lo has hecho? –pregunté a Leta.
–Muy fácil. Sabía que con un ataque más iba a explotar, por eso le he dicho a Kei que atacara y a ti que usaras Aero para alejarlo.
–Y nos has protegido con Coraza, ¿verdad?
–No. Le he tirado Coraza al bom para contener la explosión al otro lado.
–Qué buena, tú –dijo Kei, que se acercó y le chocó la mano.
–Fantástico, Leta. Eres la mejor.
–Ji, ji. Gracias –se rio.

Como respuesta al ruido de la explosión, varios arimanes empezaban a acercarse. Comenzamos a combatir contra ellos y habíamos despachado a la mitad cuando una nueva figura comenzó a surgir de la lava.

–¿Otro? –me quejé.
–No protestes, que ahora tenemos estrategia –dijo Kei.
–Es cierto.

Rematé a los dos arimanes que aún revoloteaban a nuestro alrededor con un hechizo Electro directo a sus alas que les hizo perder el equilibrio y caer a la lava. Puse cara de disgusto al ver la suerte que corrieron. Por su parte, el bom ya estaba junto a nosotros. La forma de derrotarle era hacer que explotara y evitar el daño, porque la alternativa era derribarlo en tres golpes, pero eso era imposible con nuestra fuerza actual.

–¡Rompeespíritu! –gritó Kei.

Al impactar contra el bom, el golpe le quitó el color, como si hubiera apagado su fuego. La técnica Rompeespíritu reduce la resistencia mágica del objetivo. A pesar del cambio, el bom no parecía haber sufrido graves daños y empezó a hincharse.

–¡Pues claro! –dije–. ¡Kei! ¡Levanta tu espada!
–Estaba esperando a que lo pillaras –alzó la espada en el aire.
–¡Hielo!

Una vez más, intenté concentrar toda mi magia en el filo de su hoja.

–¡Está funcionando, Div, sale escarcha! ¡Sigue así!
–¡Hielo! –repetí.

Sentía que la capa de hielo se hacía cada vez más gruesa y cubría una mayor parte del arma. Contuve el hechizo hasta que se produjera el impacto. Kei se lanzó contra la criatura y en ese momento liberé la magia. El hechizo Hielo tuvo el mismo efecto que uno de mis hechizos, pero sumado a la fuerza física de Kei y a su técnica rompedora, el daño era más del doble. Esta vez el bom sí parecía dolorido y se echó atrás mientras aumentaba de tamaño por segunda vez.

–Así sí –dijo Kei.
–Hay que repetirlo. ¡Vamos!
–¡Hielo!

El bom no parecía dispuesto a permitirnos repetir el golpe, porque se lanzó hacia Kei, pero rebotó en el último momento contra una Coraza de Leta. Cuando arremetió contra ella, lo único que golpeó fue una copia de luz.

–Qué rápida es esta chica –decía Kei.
–Chicos, cuidado, un golpe más y explota –nos avisó Leta.
–O uno más y muere –contesté.
–Así se habla –terció Kei.
–¡Ataca, vamos! –le grité.

Pegó un rugido salvaje y cargó por tercera vez contra el bom. Ante el impacto, su cuerpo de roca comenzó a agrietarse y se le cayeron pequeños fragmentos mientras se hinchaba por última vez. Su expresión de furia aumentó y puso los ojos en blanco.

–No jodas, ¿no ha sido suficiente? –temió Kei.
–¡A cubierto! ¡Coraz...!
–¡No, mirad! –dije.

El bom había perdido toda la vitalidad y su cuerpo cayó inerte al suelo con un fuerte impacto. Empezó a desvanecerse ante nuestros propios ojos y en su lugar solo quedó una pequeña piedra de color rojo. La recogió Leta, que era la que estaba más cerca.

–Es un trozo de bom, ¿no? –pregunté.
–Eso creo –dijo Leta.
–Quédatelo –la invité–. Tiene el mismo efecto que un hechizo Piro, así podrás defenderte.
–De poco le va a servir rodeada de monstruos de fuego –dijo Kei.
–Bueno, pues guárdatelo para cuando lo necesites.

Leta se guardó la piedra en un bolsillo.

–Lo que no entiendo es por qué salen de repente dos bom si no había ninguno en los entrenamientos –dijo Kei.
–Bien pensado –contesté–. A lo mejor es para reservarnos alguna sorpresa y que no lo pudiéramos practicar todo de antes...
–Pues macho, son jodidos de matar y encima explotan, más valía que hubieran puesto como entrenamiento a estos y no a los ojos con alas.
–Hablando de ojos con alas...

De uno de los rincones de la cueva se nos acercaba volando una nueva bandada de arimanes. Había más de diez. No pude ocultar un poco de miedo en la cara.

–Son muchos, corred –les advertí.
–Pero qué dices, si nos hemos cargado muchos más de esos –contestó Kei.
–Sí, pero no tantos a la vez. ¡Corred!
–Creo que estás exagera...

Las palabras no llegaron a salirle de la boca porque vio cuatro nuevos bom emerger de entre la lava.

–Una polla –fue su respuesta.
–¿Corremos ahora o no?

Empecé a correr sin esperar a su respuesta, pero me siguieron enseguida. Leta nos cubrió de barreras protectoras, pero había tantos monstruos que no pudo evitar que varios llegaran a atacarnos. Uno de los arimanes me clavó sus garras en la cabeza y tuve que apartarlo de un puñetazo. Me hizo bastante daño, pero no me noté sangrar.
Intenté identificar la zona en la que nos encontrábamos. No podía detenerme a mirar porque nos perseguía más de una docena de monstruos, pero ya deberíamos haber recorrido más de la mitad de la cueva. Me pregunté si a Leta y Kei les alegraría saber que ya llevábamos la mitad o si les deprimiría escuchar que aún quedaba otra mitad, así que no dije nada.
Volví a sentir la misma brisa fresca de antes. Ya iba a decirle algo feo a Leta cuando me pareció ver un resplandor a lo lejos que pensé que podría ser el cráter.

Pues sí que me oriento mal –pensé–. Resulta que estamos en el final.

Ya estaba pensando en plantarme en seco con Kei para defendernos del ataque y que Leta avanzara sola hasta el final, cuando me di cuenta de que no era el cráter lo que teníamos delante, sino una elevación del terreno. El camino empezaba a ganar altura y se veía un boquete en el techo de la cueva.

–Eso es... ¿una salida? –pregunté.
–Pero si no había salida –dijo Leta.
–¡Da igual, es nuestra única oportunidad! –grité–. ¡Vamos, deprisa!

Leta fue la primera en salir, yo la seguí y Kei se quedó en la salida para contener a los monstruos.

–¿Una ayudita?
–Tengo una idea –dije.

Me acerqué y lancé un hechizo Electro que me aseguré de que golpeara a todos los monstruos, incluidos los bom.

–¿Tú estás seguro de esto? –me preguntó Kei.
–No, así que mejor apártate. ¡Otro Electro! Y ahora... ¡Aero! ¡Leta, barrera!
–¡Coraza!

El hechizo de Leta tapó la apertura un segundo después de que mi hechizo de aire empujara a los monstruos hacia abajo. Se oyeron varias explosiones y, de nuevo, silencio. Después de asegurarme de que el suelo no se fuera a venir abajo, me asomé a la cueva. Parecía que mi estrategia había funcionado: los bom se habían llevado a todos los arimanes con su ataque kamikaze. Una vez supe que estábamos a salvo, me giré para ver dónde nos encontrábamos.

La luz del sol me deslumbró al principio, pero comencé a respirar con más calma. El aire puro del exterior me refrescó los pulmones, que los notaba en carne viva.
Estábamos en una plataforma circular de unos cinco metros de diámetro. De ahí tenía que venir la brisa que había notado dentro de la caverna. Apuntando al mar había un pequeño altar de piedra sobre el que descansaban tres objetos. Kei se acercó y levantó uno en el aire. Eran medallas con la insignia del Jardín de Balamb.

–¿Esto significa que hemos ganado?
–Supongo que sí... –me acerqué y cogí la mía. Leta hizo lo mismo.
–Pues entonces, misión cumplida. Podemos volver cuando queráis.
–Ay, espera un poco, que estoy agotada.
–Ja, ja, vale. Sin prisas.

Nos sentamos en el suelo unos minutos.

–Pues no entiendo lo de la salida –dijo Leta.
–¿Qué no entiendes? –preguntó Kei.
–Les estuve preguntando a Garbel y Danika, que hicieron la prueba la semana pasada, y no me han dicho que hubiera ninguna salida –dijo Leta–. Había que meterse hasta el fondo de la cueva y luego darse la vuelta, pero sin descansos en medio.
–En las simulaciones igual, era todo recto.
–A lo mejor nos hemos desviado –dije.
–Pero si solo había un camino –argumentó Kei.
–Pero las medallas están aquí –dijo Leta–, así que este tiene que ser el camino correcto, ¿no?
–Igual cada grupo tiene que recorrer un camino distinto. ¿No se supone que los profes son magos expertos? A lo mejor pueden cambiar la estructura de la cueva, o vete a saber.
–Eso también explicaría que los monstruos estén tan alterados.
–Joder, ya ves. Menudo cambio de pegarnos con cuatro arimanes a huir de diez.
–¿Y los bom? –añadió Leta–. Eso sí que era peligroso, pensaba que nos iban a matar.
–Pues ya sabéis: hay que estudiar más biología –me reí.
–Luego en cuanto vuelva –dijo Kei con sarcasmo.
–Bueno, creo que ya estoy mejor –anunció Leta mientras se ponía en pie–. ¿Nos vamos, o alguien necesita curación?
–Yo no –dijo Kei.
–Yo sí, que me han clavado las garras mientras escapábamos. ¿Te importa?
–Claro que no. ¡Cura!

Noté un cosquilleo desagradable en las partes donde había clavado las garras el arimán seguido de una sensación de bienestar. Me palpé con la mano; aún me dolía un poco al tacto, pero no me había manchado las manos de sangre, así que la herida no parecía grave.

–Gracias, Leta.
–¿Cómo lo hacemos para volver? –preguntó Kei–. ¿Seguimos corriendo o luchamos?
–Buena pregunta... Espero que los monstruos no sigan ahí –Leta se asomó a la apertura de la cueva.
–Supongo que depende de cuántos haya –dije.
–Vale, entonces, si son menos de cuatro, luchamos. Si aparece un cuarto o un bom, salimos por piernas. ¿Va?
–Va –contestamos Leta y yo.

Cogimos nuestras armas y dimos un paso hacia la entrada, dispuestos a cruzar la cueva a toda velocidad, cuando se escuchó un chillido a nuestras espaldas que me puso los pelos de punta.

–Mierda. ¿También hay monstruos aquí arriba? –protesté.

No era un grito como el de los arimanes, sino algo más grave y que provenía de una criatura más grande. Me giré rápidamente, bastón en mano y confirmé que lo que había a mi espalda no era un arimán ni tampoco un bom. Era una criatura tan grande e inesperada que, por primera vez en mi vida, me sentí completamente insignificante.

1 comentario:

  1. Te odio, ¡sigue de una puta vez la historia! xD

    Y si siguen aprendiendo magias a tanta rapidez, seréis más que libros andantes XD

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