Antes de nada...



Ni el Jardín de Balamb, ni Moltres ni muchos de los personajes, situaciones, lugares, objetos y conversaciones y que aparecen en este blog me pertenecen y en ningún momento doy ninguno de ellos por propio.
Por lo tanto, no plagio nada. Yo solo soy dueño de este blog.

13 de diciembre de 2010

XV: Medidas

Gris. Todo estaba gris. Lo único que veían mis ojos era un escenario descolorido y distorsionado, como si estuviera mirando una ventana empapada en un día de lluvia. Varias figuras ondeaban delante de mis ojos y morían para dar paso a otras antes de llegar siquiera a tomar forma. Sobre mi espalda caían chorros de agua que formaban charcos a mi alrededor.

Dos golpes me despertaron del trance. Absorto, enfoqué la vista y vi dos círculos de piel con pelo en mitad del paraje gris. Mis rodillas.

–¡Div! ¿Todo bien?

Era Kei, que estaba llamando a la puerta del baño. Me había quedado traspuesto en la ducha. ¿Cuánto tiempo llevaba debajo del grifo abierto?

–Sí... ¡Sí, no te preocupes!
–Se hace tarde, date vida si quieres cenar –me pareció entenderle.
–Voy.

Me levanté del suelo y empecé a frotarme con mi esponja. Evité tocarme el brazo herido para no hacerme daño, pero no notaba que me doliera al tocarme el resto del cuerpo. Eso significaba que no tenía moratones... de momento. Aun así, estaba tan cansado que hasta algo tan rutinario como ducharme me costaba esfuerzo. También me froté la cara y las uñas a conciencia, después me aclaré la espuma rápidamente y cerré el grifo.

Como no tenía tiempo de secarme el pelo, me lo recogí en una coleta con las manos, incliné la cabeza hacia atrás y lo escurrí con fuerza, como una toalla mojada. Me mareé por culpa de la postura y tuve que incorporarme para que se pasara la sensación. Después salí de la ducha, me sequé rápidamente el resto del cuerpo con una toalla y la colgué de la mampara. Me vestí, hice amago de peinarme con los dedos y me miré al espejo, pero estaba empañado y no se me veía, así que salí tal cual.

Abrí la puerta y me encontré que Kei no estaba solo. Leta estaba sentada en mi cama. Antes de darme tiempo a decir nada, se levantó corriendo.

–¡Div! ¿Estás bien? –me preguntó, claramente preocupada.
–Leta... ¿Cuándo has llegado?
–Ahora mismo. Kei me había dicho que ya habías aparecido y os estaba esperando para ir a cenar.
–Que, por cierto, hay que ir saliendo ya –dijo Kei–, a este paso nos cierran.
–Perdón por tardar tanto –me disculpé.
–No pasa nada, hombre.
–Antes de irnos tengo que deciros algo... –anuncié.

Se giraron hacia mí con la fuerza de un resorte. Sus miradas reflejaban tal expectación por mis palabras que me sentí un poco abrumado, pero no sabía ni por dónde empezar. Creo que no habría sabido qué decirles ni aunque no me hubieran prohibido contarlo.

–Estoy bien –mentí–. Todo está bien. No tenéis que preocuparos.
–Pero ¿dónde has estado todo el día? –insistió Leta.
–El director me ha prohibido decirlo. Os lo contaré en cuanto pueda, lo prometo. De momento quiero que sepáis que... Eso. Que ya estoy bien. Estoy muy cansado y he pasado...
No digas miedo, no quieres que te consideren un debilucho.
–... por una situación complicada. Pero ya está arreglado y no volverá a pasar nada parecido.
O eso espero.

No sé qué efecto tuvieron mis palabras. Estaba claro que querían una explicación de verdad, pero no estaba en posición de dársela, de modo que salimos de la habitación.
Estaba agotado y me temblaban un poco las piernas al andar. El nerviosismo se me había pasado casi por completo, pero no porque estuviera más tranquilo, sino porque el cansancio asfixiaba todas las demás sensaciones. Para darme ánimos, intenté pensar que lo del secuestro era solo el primero de muchos peligros similares a los que me enfrentaría en el futuro, cuando fuera Seed. No era una perspectiva muy agradable, pero sí realista.

Por el camino me avasallaron algunos compañeros de clase e incluso de cursos inferiores para tocarme las narices. Lo último que quería era soportar la falsa modestia de una gente que sabía que nunca se había preocupado por mí, pero, por desgracia, había que guardar las formas.

–¡Eh, Div! ¿Dónde estabas?
–Belazor te estaba buscando, ¿has hablado con él?
No, ni quiero.
–Estoy bien –contestaba yo.
–¿Qué te ha pasado?
–Nada.
No solo no os habéis preocupado por mí en todo este tiempo, sino que ahora también sé que uno de vosotros ha colaborado para secuestrarme. ¿No habéis tenido suficiente, que ahora también venís a reíros de mí en mi propia cara? ¡Largaos de aquí! Menudos compañeros.

Parecía que después de cenar no tuvieran nada mejor que hacer que venir a incordiarme. Si me hubieran quedado energías, me habría sentido furioso con ellos, más aún porque hacía meses que muchos de ellos no hablaban conmigo. Por suerte, todos se fueron sin repetir la pregunta, murmurando excusas y palabras de ánimo. Se les quitaban las ganas de insistir, ya fuera por mi aspecto cansado o por mi falta de disposición a iniciar una conversación.

–Solo se preocupan por ti... –les justificó Leta.
–Que se hubieran preocupado antes –respondí, tajante.

Puso cara de tristeza y me sentí mal por haberla ofendido, pero al momento vi que se acercaba otra chica más y suspiré con tal desánimo que Kei se adelantó para despacharla por mí. Le di las gracias, porque no habría sido capaz de rechazar a toda esa gente como hacía con Belazor. Hablando del tío pelma, ¿a santo de qué me estaba buscando ahora? Me sorprendía no haberme topado aún con él, pero intenté no pensar en el tema para no gafarlo.

Tuve que llegar al comedor para darme cuenta de que no tenía hambre. Bebí mucha agua para reponer líquidos, pero apenas probé bocado, tenía el estómago cerrado. Para colmo, se me había olvidado llevarme el tarro de blisseminas y ya no me daba tiempo a volver a por él. Leta y Kei terminaron rápido de cenar porque no querían dejarme solo. Fue una comida tan breve como insulsa, no presté atención a lo que decían. Ni siquiera sé si hablaron de algo o no.

Después de aquella deprimente cena, salimos del comedor y apenas habíamos dado dos pasos cuando una mano se posó en mi hombro. Pegué un respingo y maldije por lo bajo. Me giré para ver que era Ryuzaki.

–¿Tan pocas ganas tienes de verme? –preguntó.
–No... Pensaba que eras otra persona.
–Vengo a comunicarte las instrucciones del director.
–¿Cuáles son?
–Te las contaré en privado –se dirigió a Leta y a Kei–. Si no os importa, yo le acompañaré a su habitación más tarde.
–Entonces, hasta mañana –se despidió Leta–. Me gustaría que habláramos esta noche, pero necesitas descansar, así que mejor mañana.

Se acercó y me dio un beso en la mejilla.

–Que duermas bien –me dijo.

–¿Tienes llave? –me preguntó Kei.
–Sí.
–Pues luego me cuentas.
–Sígueme –me llamó Ryuzaki.

Me llevó en dirección contraria a los dormitorios y dimos toda la vuelta al vestíbulo, pero no nos dirigimos a las escaleras, como yo pensaba, sino que entramos en el pasillo de la biblioteca, que ya estaba cerrada a esa hora.

–¿No vamos al despacho del director? –pregunté.

–El director está ocupado determinando las futuras medidas de seguridad del Jardín. Por eso he venido en su lugar.
–Entiendo...

Ryuzaki sacó la llave para abrir la puerta, encendió el interruptor de la luz y volvió a cerrar con llave cuando entramos.

La biblioteca estaba dividida en dos secciones: primero había una zona de estudio, llena de mesas y sillas, y con un mostrador desde donde se gestionaba el préstamo de libros. Por todas las paredes se alzaban varias estanterías de madera, repletas hasta los topes de libros y revistas, y tan altas que hacía falta una escalera para llegar a los tomos de más arriba. En el centro de la sala había varias estanterías colocadas en horizontal para dividir las dos secciones: al otro lado había una zona más pequeña, con mesas individuales y ordenadores.

Me resultaba extraño visitar la biblioteca yo solo y de noche, estando acostumbrado a encontrármela llena y a plena luz del día. Ryuzaki se colocó junto a una mesa alejada de la puerta y nos sentamos al mismo lado. O me senté yo, porque él apoyó los pies descalzos en su silla y después se puso en cuclillas para bajar la cabeza hasta dejarla a la altura de la mía. Le miré a los ojos, esperando a que empezara a hablar, pero su mirada fija empezó a ponerme nervioso y dirigí la vista al suelo.

–Te escucho –dije para iniciar la conversación.
–Esta mañana, a primera hora –empezó–, te surgió un imprevisto.
–¿Cómo que un imprevisto? Me han secuestrado.
–Estamos hablando de tu coartada –me cortó.
–Ah. Vale. ¿Qué tipo de imprevisto?
–Eso es irrelevante –dijo, tajante–. Te fuiste del Jardín antes de desayunar y no has vuelto hasta bien entrada la tarde. No avisaste a nadie antes de salir y, como consecuencia, algunos de tus compañeros se han preocupado y te han buscado hasta que has aparecido.
–¿Me estás diciendo... que el director quiere echarme la culpa de lo que me ha pasado? –pregunté atónito.
–Es la opción más creíble, dadas las circunstancias. Que sea culpa tuya o no... es cuestión de perspectiva.
–Pues hablas como si lo fuera.
–Sea como sea, es la forma más sencilla de justificar tu desaparición.
–Pero no podéis ocultarlo como si nada, ¡hay un secuestrador aquí dentro!
–Aún no tenemos la certeza de que haya sido un secuestro.
–Da igual, puede haber más gente en peligro.
–Al contrario: ahora que estamos advertidos podremos imponer una vigilancia mayor. Se restringirán los horarios de entrada y salida del Jardín. Además, esta misma noche cambiaré el mecanismo del ascensor para que no sea posible volver a bajar al sótano.
–O sea, que se me va a echar encima todo el mundo porque van a pensar que no pueden salir por mi culpa.
–Es un sacrificio menor por la seguridad de todos.
Y solo ha hecho falta que me secuestren para que os deis cuenta de los fallos de seguridad –pensé con ironía, pero no lo dije.
–Está bien –refunfuñé–. Sería una buena excusa, pero tiene un fallo. He aparecido en jefatura, no por la puerta del Jardín. La profesora Flora lo sabe, es la que me encontró.
–Flora está al corriente de la situación y no hará comentarios al respecto. Mañana hablaremos con el personal pertinente: considerarán este acontecimiento un caso especial y no harán preguntas.
–Así que mi coartada es que soy un irresponsable.

No me molesté en expresar mi desagrado. Después de aquel día de suplicios, lo último que quería era que mis compañeros se pusieran en mi contra por algo que no había hecho. No me caían bien, pero tampoco quería que se enfadaran conmigo. ¿Era la venganza del director por no entregarle el collar de Moltres o de verdad era así de incompetente? No obstante, la cara de Ryuzaki seguía imperturbable.

–Es solo tu coartada para quienes no quieras que sepan la verdad –se limitó a contestar.
–¿Entonces puedo contarles a Leta y a Kei lo que me ha pasado?
–Puedes contárselo a quien tú consideres oportuno. Podrías publicarlo en el tablón de anuncios del Jardín si te pareciera bien.
Ya está con sus exageraciones...
–Pero te recomiendo ser precavido y evitar el tema en la medida de lo posible. No quieres atraer más atención de la necesaria sobre ti.
–Tampoco pensaba decírselo a nadie más que a ellos dos...
–Del mismo modo, me permito aconsejarte que no lo comentes con nadie que no estuviera ya al corriente de la existencia de Moltres.
–O sea, que solo a Leta y Kei –confirmé.
–Si lo haces así, será lo mejor para la estabilidad del Jardín.
–Vale –volví a refunfuñar.
–A propósito de Moltres, necesito respuestas sobre el tema.

Tan pronto como lo mencionó, se me aceleró el corazón. ¿Qué quería saber? ¿Ya habían examinado el metal de la puerta? ¿El director se había dado cuenta de que le había mentido y por eso quería cargarme con la culpa del asunto, como castigo?

A pesar de la crisis que estaba creciendo en mi interior, intenté aparentar normalidad y le sostuve la mirada a Ryuzaki para no dejarme intimidar.

–¿Qué quieres saber?
–Su paradero.

La velocidad de mis latidos aumentó todavía más.

–Pues ya se lo he dicho al director: está en el sótano.
–Estoy al corriente, pero aún no he tenido ocasión de bajar a buscarlo.
–¿Entonces por qué me lo preguntas?
–Quiero asegurarme de que esté de verdad ahí abajo. No me gustaría tener que mover cien kilos de metal sin motivo.
¿Lo ves? Era imposible que hubiera ido a por él. Seguro que el metal ni siquiera se ha solidificado todavía.
–¿Tanto pesaba la puerta? –intenté cambiar de tema.
–¿Qué hiciste después de invocarlo? –ignoró mi pregunta.
–Yo...

Aproveché la situación para serenarme. Cerré los ojos para fingir que hacía memoria y me los froté con los dedos. Sucumbí al cansancio durante unos segundos y tuve que reprimir un bostezo.

–La única salida del sótano era la puerta. Probé muchas cosas y ninguna dio resultado, hasta que me di cuenta de que tenía el collar encima, porque lo había sacado de la habitación para llevárselo al director. No tenía nada que perder, por eso lo invoqué. Casi me desmayo del esfuerzo.
–¿Qué le pediste que hiciera?
–Que echara la puerta abajo. La derritió, pero no podía pasar por encima del hierro fundido, así que moví unas cajas viejas para intentar asfixiar el calor. Sabía que no iban a prender porque estaban húmedas. Moltres me ayudó a moverlas. Luego volvió al collar y...

Hice una pausa. Había empezado a hablar sin pensar en qué diría después, tenía que ser coherente con la mentira que le había contado al director.

–Cuando vi lo que era capaz de hacer, me asusté –esa parte sí era cierta–. Quería alejarlo de mí, pero no sabía cuánto más tardaría en volver al Jardín... Así que lo tiré.
–¿Dónde?
–Sobre el hierro derretido de la puerta... En uno de los bordes, claro, porque el resto estaba tapado con las cajas. No sabría decirte dónde lo dejé exactamente, porque no había luz.
–No había luz –repitió–. ¿Cómo encontraste entonces la puerta y las cajas? ¿Para eso usaste la magia pura?
–Sí. Primero hice magia pura para iluminarme y luego improvisé un bastón con un trozo de madera y una bombilla rota.
–No sabía eso último... Qué inteligente –dijo y se llevó una mano a la barbilla. Parecía genuinamente sorprendido.
–No se lo conté al director porque no me parecía importante. Lo tiré a la papelera del comedor cuando me llevó Flora. Puedes ir a verlo si quieres –dije con algo de orgullo.
–No es necesario. Lo que busco es el collar, no un trozo de madera.
–Pues yo solo sé que tiene que estar en alguna parte de esa masa.
–¿Está ahí dentro? –insistió.
–Sí. Ya se lo he dicho al director y te lo repito: está en el metal fundido.

Seguía mirándome con la misma intensidad, pero me pareció ver un extraño brillo en sus ojos que parecía indicar sospecha. No sé si era real o solo mi imaginación, pero le aguanté la mirada con firmeza. Paradójicamente, el cansancio me dio fuerzas, porque al no tener energías para inhibirme no me importaba guardar las apariencias ni me daba vergüenza ponerme serio. Si sabía que le estaba mintiendo como si no, no tenía forma de rebatirme, y yo no tenía ganas de continuar la conversación, de modo que habíamos llegado a un punto muerto.

–Siguiente punto –cambió de tema–. En lo referente a seguridad, debes evitar en la medida de lo posible moverte tú solo por el Jardín, especialmente en días con poca gente, como los fines de semana.
Tampoco pensaba hacerlo.
–Además, tienes prohibida la salida del Jardín durante dos semanas, plazo que podría extenderse si el director lo considera necesario.
–¿Estoy castigado? –me indigné.
–Eso es lo que pensarán tus compañeros: que se trata de un castigo por tu comportamiento. Pero es todo lo contrario: aquí dentro estarás a salvo ahora que estamos advertidos.
–¿Cómo voy a estar a salvo aquí, con un secuestrador suelto?
–Ya te he dicho que no tenemos la certeza de que se trate de un secuestro.
–Ya, pues perdona que lo piense.
Míralo por el lado bueno, Div: nunca haces planes con nadie –me consolé–. No es que vayas a echar de menos salir, y ya has visto que estás igual de seguro dentro que fuera...
–El director organizará mañana una reunión de emergencia con el personal para valorar sus reacciones. Que el suceso haya tenido lugar en sábado facilita mucho nuestra labor; hay menos posibles sospechosos.
–¿Entonces en qué quedamos? –estaba empezando a perder la paciencia–. ¿Ha sido un secuestro o no?
–No lo sabemos. Tenemos que descartar posibilidades.
–¿Y además de no saber si están dentro o fuera, tampoco sabéis si hay uno o varios?
–No somos tan eficaces. Hace apenas dos horas que has venido a hablar con nosotros; no hemos tenido tiempo de investigar.

Exasperado, me crucé de brazos y miré a una esquina de la biblioteca. No quería pagar mi enfado con Ryuzaki, que no tenía culpa en el asunto, por mucho que pareciera decidido a intentar provocarme. Estaba mucho mejor informado que el propio director, eso desde luego, así que no me convenía ponerlo en mi contra.

–No te robaré mucho más tiempo –dijo al fin–. Si vas a compartir tu relato con alguien, hazlo en lugares donde estés seguro de que nadie pueda escucharos.
–Evidentemente.
–También sería aconsejable que, en caso de quedarte a solas con alguien, te asegures de que sea una persona de confianza.
–¿Como con Kei?
–¿Tu compañero de habitación? Vas a pasar con él todas las noches del resto del curso, diría que confiar en él es de extrema necesidad para ti en estas circunstancias.
–Eso parece.

No tenía problema en contarle lo ocurrido a Kei. Es verdad que nos conocíamos desde hacía muy poco, pero ya formaba parte del grupo y sentía que podía confiar en él. El combate contra Moltres nos había unido. Además, como decía Ryuzaki, no podía compartir habitación con una persona en la que no confiaba. Y que no me hubiera robado el collar era una muestra de confianza suficiente para mí.

–¿Tienes alguna duda? ¿Hay algo que no te haya explicado bien?
–A ver. Me he ido esta mañana sin avisar, he asustado a todo el mundo, una o varias personas que podrían ser o no ser mis profesores y compañeros de clase –enfaticé esa parte, aunque sabía que le iba a dar igual –me han encerrado en el sótano, solo puedo hablar del tema con Leta y Kei y no puedo salir del Jardín en dos semanas. ¿Está todo o me dejo algo?
–Diría que está todo.
–Pues bien.
–Intenta ser más prudente en el futuro.
–¡Como si hubiera sido mi culp...! –respiré hondo y bajé el tono–. De acuerdo.
–Ahora será mejor que vayas a descansar. Tu cansancio habla por sí solo.

Nos levantamos y salimos de la biblioteca. Ryuzaki cerró de nuevo con llave y nos pusimos en marcha hacia mi habitación.

–Ryuzaki...
–¿Sí?
Tengo miedo –pensé, pero no lo dije.
–¿Vais a encontrar al responsable?
–Haremos cuanto esté en nuestra mano para garantizar la seguridad del alumnado. Es nuestra mayor prioridad.
–¿Cómo sabréis que lo habéis encontrado?
–No es seguro que haya sido intencionado. En cualquier caso, tienes que confiar en nosotros.
–¿Pero y si...?

Se detuvo en seco. Se giró hacia mí, puso las manos sobre mis hombros y se agachó un poco, de forma que nuestros ojos quedaron a la misma altura.

–Necesito que confíes en mí –insistió.

Jamás me había fijado en lo negros y profundos que eran sus ojos. Al verlos tan de cerca, me invadió una enorme tranquilidad. Supe con absoluta certeza que estaría a salvo mientras Ryuzaki estuviera cerca. Llegué a sentir un pequeño remordimiento por no haberle dicho la verdad sobre el collar de Moltres. Y también noté algo más: un calor extraño en el estómago, un cosquilleo agradable e incómodo a partes iguales.

Cuando me di cuenta de lo que estaba pasando, me sonrojé y aparté rápidamente la mirada, avergonzado. Él se incorporó y seguimos andando sin mediar palabra hasta llegar a nuestro destino.

–Intenta descansar –me dijo cuando llegamos.
–Hasta mañana...

Entré en la habitación. Kei ya estaba metido en su cama, así que entré derecho en el baño antes de decirle nada. Una vez dentro, me lavé la cara, me la tapé con las manos y cerré con fuerza los ojos para superar la vergüenza que acababa de asaltarme.
Durante los cinco anteriores años, el conserje me había parecido poco más que un fantasma, un hombre distante y poco amigable que se dedicaba a observarnos desde lejos. Me parecía ridícula su obsesión por vestir siempre igual: la misma camiseta blanca de manga larga, los mismos vaqueros desgastados y, para colmo, casi siempre iba descalzo, incluso en horario de trabajo. Pero ese curso, mi opinión sobre él estaba cambiando radicalmente. Me gustaba estar con él, hablarle, escuchar sus consejos... ¿Por qué ahora? Nunca habíamos hablado, no tenía nada en común con él y además parecía que intentaba responsabilizarme de mi secuestro... ¿O era solo su forma de ser? ¿Tal vez buscaba endurecer así mi carácter?

–Demasiadas preguntas por hoy, Div –me dije–. Ya vale.

Volví a lavarme la cara y, para intentar alejar de mi mente la escena que acababa de vivir, me puse a repasar la conversación que había tenido con Ryuzaki. Había tomado la decisión de contarles lo ocurrido a Leta y a Kei, pero a nadie más. Me habría gustado decírselo también a Mako, pero no quería involucrarla, y era mejor que nadie más supiera nada de Moltres. Además... sería mucho más feliz con sus nuevas amigas que con Leta y conmigo.

Salí del baño. Me quité los zapatos, me puse el pijama y me desplomé sobre la cama. Estaba tan cansado que no paraba de bostezar y se me saltaban lágrimas de sueño.

–¿Qué te ha dicho el pellejo? –me preguntó Kei.
–Ya tengo permiso para contaros lo que ha pasado.
–Te escucho.
–No, ahora no. Prefiero que esté Leta también, no quiero tener que contarlo dos veces.
–¡Pues la llamamos y que venga! ¡Fiesta de pijamas en la 215!

Me reí.

–Nah, hoy quiero dormir. Mañana en la comida hablamos.
–¿No puedes darme ni siquiera un adelanto?
–No es para tomárselo a risa. Ha sido muy serio.
–Vale, vale.
–Pero de mañana no pasa, prometido.
–Eso espero.

Abrí las sábanas y me arropé. Me acordé de la noche anterior, parecía que hubieran pasado semanas desde entonces. Metí las manos por debajo de la almohada y toqué una piedrecita. Recordé que el collar de Moltres estaba ahí debajo y lo envolví con el puño, como para protegerlo. Me puse de cara a la pared y lo miré con detenimiento.

Estaba seguro de que Ryuzaki no se había creído que el collar estuviera en el sótano. Tal vez sería capaz de registrar mi habitación si fuera necesario. ¿Tendría autorización para hacerlo? Tenía que buscarle un escondite, por si acaso... Pero ¿podía contar con la ayuda de Kei? Estaba dispuesto a contarle todo lo que me había pasado en el sótano, porque le afectaba de forma bastante directa: era mi amigo, mi compañero de habitación y también había tenido contacto con Moltres y con Seymour, a quien seguía responsabilizando de lo que me había pasado a falta de un sospechoso mejor. Pero ¿podía decirle que quería esconder a Moltres y quedármelo? Había mentido a un superior y estaba ocultando un arma de gran poder. No quería hacerle cómplice de aquello.
Por lo pronto, hundí la mano en el lateral de la cama y dejé el collar entre el colchón y la pared. Al día siguiente le buscaría un escondite, uno de verdad.
Volví a tumbarme bocarriba y miré al techo.

–Ahora que me acuerdo –dije–, tú anoche saliste. ¿Qué tal la cita?
–Que no era una cita... –repitió con pesadez–. Estuve con un compañero de trabajo de mi padre, nada más.
–¿Y eso?
–Pues que no pudo venir él, así que mandaron su compañero.
–¿Y cómo le va? ¿Todo bien?
–Te lo cuento si tú me cuentas lo de hoy.
–¿Me vas a hacer chantaje? –me reí.
–Lo de mi padre también es serio.

No supe si tomarme ese comentario a broma o no. Por el tono de voz parecía bastante serio. Me incorporé y le miré, aunque él tenía la vista fija en el techo.

–¿Le ha pasado algo? –me atreví a preguntar.
–Sí.
–¿Qué? Pero... eh... ¿Está bien?

No me contestó y me temí lo peor. Me parecía muy insensible quedarme callado, pero no me atrevía a preguntar nada más para no parecer un entrometido.

–Espero que esté bien –dije al fin.
–No te preocupes, lo estará.
–No te preocupes tú, que eres su hijo. O sea, quiero decir, que yo también me preocupo, pero que...
–Te he entendido. Te lías tú solo hablando.
–Sí, mejor me callo.
–Buenas noches.
–Igual.

Apagué la luz. ¿Qué le habría pasado al padre de Kei? A juzgar por lo que había dicho, pensé que había tenido un accidente. Ojalá se recuperara pronto...

Suspiré. Había sido un día de locura. Me habían intentado secuestrar encerrándome en un sótano que ni siquiera sabía que existía, había invocado por primera vez a Moltres, había temido una posible expulsión y puede que me hubiera metido en un lío aún mayor al quedarme el collar.

Pero los problemas de uno en uno. Por la mañana tenía que ir a la enfermería y, durante los días siguientes, seguir las instrucciones que me había dado Ryuzaki y andarme con cuidado. ¿Cuánto duraría esa situación? ¿Semanas, meses? ¿Hasta terminar el curso?

Bueno, no hay de qué preocuparse –pensé–. Los profesores son guerreros excepcionales y el director se toma muy en serio la seguridad del Jardín y de sus estudiantes. Encontrarán enseguida a Seymour o a quien sea que me haya encerrado y yo estaré fuera de peligro en menos que canta un chocobo.

Solo el tiempo diría si estaba en lo cierto o si me equivocaba.

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