Antes de nada...



Ni el Jardín de Balamb, ni Moltres ni muchos de los personajes, situaciones, lugares, objetos y conversaciones y que aparecen en este blog me pertenecen y en ningún momento doy ninguno de ellos por propio.
Por lo tanto, no plagio nada. Yo solo soy dueño de este blog.

10 de diciembre de 2010

XIV: Sospechas

Durante unos segundos me sentí completamente perdido, intentando procesar lo que me acababa de decir el director. No sé cuánto tiempo me habría quedado plantado en el sitio si no hubiera notado su mirada clavada en mí, pero no quería hacerle esperar, de modo que me acerqué a la silla que me había ofrecido y tomé asiento. Él se quedó de pie a mi espalda.

¿Sería verdad que no se podía acceder al sótano, había quebrantado las normas del Jardín al entrar? ¿O era solo un truco para evaluar mi reacción? Me sentía tan confuso que llegué incluso a dudar de quién era y de dónde estaba.

–Esto... –balbuceé–. Comienzo mi informe.

Intenté aparentar profesionalidad. Si había realizado una prueba como si no, quería explicarle bien todo lo acontecido. Me aclaré la garganta y traté de organizar mis pensamientos.

–Esta mañana salí pronto de mi habitación. Me dirigía a su despacho para hablar con usted.
–¿Conmigo? ¿Qué he hecho ya?

–¿Usted...? Nada, solo quería... pedirle consejo con un problema.
–Imagino que te encontraste el despacho vacío y lo has ido dejando por pereza todo el día hasta ahora, ¿es eso?

–¿Cómo? No, yo... No pude venir antes.

–¿No acabas de decir que viniste por la mañana?
–No, no llegué a venir. Pasó algo y... me quedé encerrado en el sótano.

–Sí, antes has mencionado el sótano. ¿Cómo has acabado ahí abajo?

–Yo... No lo sé, señor. Me monté en el ascensor y estoy convencido de que pulsé el botón 2 para subir aquí, pero... Pero bajó en lugar de subir. No entiendo la razón.

–¿Entonces te has pasado el día entero ahí metido?
–Sí, señor.
–¿Por qué no volviste a subir en el ascensor?
–Lo intenté. Cuando se abrió la puerta y lo vi todo a oscuras, pulsé los botones para volver a subir, pero no funcionaban. Pensaba que el ascensor se había averiado y que estaba en una sala de mantenimiento que no conocía... ¡Ah, acabo de acordarme! El ascensor tardó un buen rato en venir desde que lo llamé y no había luz en el vestíbulo, por eso pensaba que se había averiado.
–Sí, Ryuzaki me ha informado de que esta mañana se ha producido un corte de luz.
–Pues tuvo que ser eso. Estuve un rato esperando ahí abajo, pero no pasaba nada, así que decidí bajarme para buscar a alguien... y entonces el ascensor subió sin mí y me quedé atrapado.
–Comprendo. ¿Qué hiciste entonces?
–Busqué un botón para llamar al ascensor, pero en la oscuridad no veía nada. Esperé por si bajaba solo, pero no, así que empecé a reconocer el terreno. Examiné el perímetro y tomé nota de todo lo que había en la sala.
–¿Para qué?
–Para buscar otra salida. Pensaba que formaba parte de la prueba.
–¿De la prueba...? ¿De qué prueba me hablas?
–Bueno... Originalmente pensé que se trataba de una prueba, como la de la Caverna de las Llamas. Pensaba que el objetivo era... investigar un lugar desconocido para ver cómo nos orientábamos y... Y que lo de hacerla sin avisar y sin armas era para... Bueno, para probar nuestra capacidad de adaptación... ¿e improvisación?

Dicho en voz alta sonaba aún más estúpido que en mi pensamiento. Había sabido desde el principio que no estaba realizando ninguna prueba, porque ni yo mismo había conseguido creerme mi mentira, pero era la única explicación que había encontrado. Si al director también le pareció estúpida o no, eso no lo sé, porque no hizo ningún comentario al respecto.

–No se trataba de ninguna prueba –explicó con calma–. No realizamos exámenes prácticos sorpresa.
–Ah... Yo pensé que...

–En teoría son ejercicios útiles, pero acaban siendo una catástrofe. En el pasado tuvimos varios casos de ataques de pánico y ansiedad. De ahí que termináramos por cancelarlos.
Pues, si esa gente no era capaz de trabajar bajo presión, será que no estaba preparada para ser Seed. Claro, que yo he estado al borde de lo mismo...
–¿Cómo has conseguido salir? –continuó el director–. La puerta debería estar cerrada para impedir accidentes.
–Pues verá, señor... Como le decía, lo examiné todo para buscar una salida. No encontré el botón para llamar al ascensor desde abajo, así que busqué puertas, rejillas de ventilación... Cualquier cosa. También... manipulé un panel de control. Espero que no haya causado problemas en el Jardín...
–Por eso no te preocupes; todo lo que hay en el sótano lleva años desconectado.
–Oh, menos mal. Pensaba que por lo menos me serviría para encender la luz del sótano, pero... Bueno, conseguí encenderla, pero parece que las bombillas eran muy viejas, porque estallaron todas.
–¡Caray!
–Así que tuve que usar magia para iluminarme y...
–¿Magia?
–Sí.
–¿Pero no habías dicho que no decías que no llevabas armas?
–No, no tenía armas...
–¿Entonces cómo hiciste magia?
–Sin mi bastón.
–¿Has realizado magia pura? ¡¿Es que no te han enseñado lo peligrosa que es?!
–Sabía lo peligrosa que es, señor –le enseñé el brazo herido–, pero no tenía otra opción. No quería andar a oscuras y tropezarme o clavarme cristales.
–Mmm... –observó el estado de mi brazo con detenimiento–. Debiste ser más precavido, pero comprendo que no tenías otra opción. Continúa.
–En realidad... no hay mucho más que contar. Podría hacerle un informe completo con todo lo que hice ahí abajo, pero creo que eso no importa. El caso es que al final conseguí salir y me encontré con Flora, la profesora de albhed. Le pedí pasarme por el comedor antes de venir aquí. Necesitaba comer, porque ni siquiera desayuné antes de subirme al ascensor...
–Y entonces fue cuando envié a Ryuzaki a buscarte, ¿correcto?
–Sí.
–De modo que fue Flora quien te abrió desde fuera, ¿no es así?
–Ojalá... Verá, intenté todo lo posible para abrir la puerta. La golpeé, pedí ayuda, pero nada dio resultado, hasta que al final...

Me quedé callado unos segundos. Estaba muy cansado y solo quería poner fin a aquella conversación, irme a mi habitación y olvidarme de aquel horrible día. Además, se acercaba el momento de hablar de Moltres y aún no estaba seguro de cómo quería abordar el tema, pero había llegado el momento de tomar una decisión.

–Señor... Necesito hablarle de mi problema.

Como si estuviera esperando a que lo dijera, el director se dirigió a su silla y se sentó frente a mí. Apoyó los codos en la mesa, entrelazó los dedos bajo la nariz y me estudió con sus ojos grises. No le consideraba una figura paternal al mismo nivel que a Redea, pero nunca le había sentido tan cercano como en aquel momento.

–Cuéntame lo que te ocurre.
–El motivo por el que quería venir a hablar con usted esta mañana es... Porque tengo un espíritu legendario.

Esperaba algún tipo de reacción por su parte, pero su expresión no cambió. Únicamente dijo:

–Explícate.
–Verá, ocurrió en la prueba de la Caverna de las Llamas. Nos enfrentamos a una criatura que, según el resto de grupos, no debería haber estado allí. Era Moltres, el pájaro de fuego –el director asintió–. Mi grupo perdió la consciencia en el combate. Cuando se despertaron, encontraron un collar y me lo dieron. Les quemaba al tocarlo, pero a mí no, por eso decidieron que lo tenía que guardar yo. Pensaban que... Que la criatura estaba dentro del collar.

–¿Y sabes si de verdad está ahí?
–No... Bueno, no estaba seguro. Yo pensaba que sí, pero no tenía forma de saberlo hasta... hasta ayer.
–¿Qué ocurrió ayer?
–Hablé con Seymour, el guardaespaldas que nos acompañó en la prueba. Vino al Jardín para disculparse con mi grupo y... vio el collar.
–¿Qué te dijo?
–Solo que sabía lo que había pasado con Moltres en la cueva y que tuviera cuidado con el collar. Lo he tenido escondido todo este tiempo por precaución, pero cuando me dijo aquello pensé que era real. Por eso decidí que lo mejor era deshacerme de él antes de que ocurriera algo... y por eso vine a verle.
–De modo que has tenido un espíritu legendario bajo tu poder todo este tiempo. ¿Es eso?
–Yo... –empecé a pensar alguna excusa, pero no había hecho nada malo con Moltres, de modo que fui sincero–. Sí, señor. Quise hablar antes con usted, pero no encontraba el momento. Me daba miedo que el collar fuera de verdad y que tener un espíritu legendario fuera contra las normas. No quería que me expulsara.
–Esperar tanto tiempo solo agrava las cosas.
–Lo sé, señor –agaché la cabeza y apreté los puños–. Lo siento.
–¿Quién más conoce la existencia del collar?
–Solo mis compañeros de grupo y yo, además de... –no estaba seguro de si mencionar a Ryuzaki; si me había guardado el secreto, no quería meterlo en un lío–, bueno, además de Seymour –improvisé.

El director se quitó las gafas, cerró los ojos y se los frotó con los dedos. Se quedó en silencio, como pensando qué decir a continuación. ¿Estaría considerando mi castigo, buscando las palabras más amables para comunicarme mi expulsión?
¿Qué iba a hacer si me expulsaba? ¿Dónde iba a vivir a partir de ahora, sin familia y sin estudios? ¿Quién me iba a dar trabajo? Si no encontraba nada, ¿podría volver al orfanato? Mi inquietud iba en aumento con cada segundo que pasaba.
Me miré las manos. Estaba tan tenso que las había cerrado en puños y los apretaba con tanta fuerza que tenía los nudillos blancos. Miré al director, temeroso de su reacción, pero su rostro no mostraba nada. Seguía con los ojos cerrados.

–Veamos –dijo al fin–. Me estás contando que llevas un mes con un espíritu legendario en tu poder, pero que no has sabido lo que era hasta ayer mismo y que esta mañana has intentado traérmelo, pero el ascensor te llevó al sótano y te has pasado encerrado el día entero.
–Correcto, señor. Pensaba que el collar estaría a buen recaudo con usted... ¿Hay algún problema?
–¡Naturalmente que lo hay! –se puso de nuevo las gafas y clavó sus ojos en los míos–. Si lo que dices es verdad, has tenido en tu poder un objeto que entraña un gran peligro no solo para ti, sino para todos tus compañeros del Jardín, el personal docente y las mismas instalaciones.
–Lo siento mucho, señor –bajé la vista al suelo y apreté aún más los puños, hasta notar que me clavaba las uñas en las palmas.

–Debiste venir y entregármelo de inmediato. Pero no sabías lo que era ese objeto y, por tanto, no eras consciente del peligro que entrañaba. Además, no has llegado a invocarlo ni puesto en peligro a nadie –levantó una ceja–. Porque no lo has invocado, ¿verdad?
–No, señor. Bueno... No hasta hoy.

Pareció asustarse ante mi comentario. Antes de que volviera a gritar, me expliqué.

–¡Ha sido antes, en el sótano, y no ha pasado nada! Como le estaba contando, no encontraba la forma de salir de ahí y probé a invocarlo, ¡no sabía qué otra cosa hacer! Llevaba el collar conmigo porque quería entregárselo, ¡solo por eso, nunca antes lo había invocado ni sacado de mi habitación!

En realidad, sí que lo había sacado; justo la noche anterior, cuando lo vio Seymour, pero fue por un descuido y no por decisión consciente. Como no me apetecía puntualizar ni dar más explicaciones de las necesarias, no lo mencioné.

–¿Puedo asumir entonces que tu espíritu es lo que te ha permitido salir del sótano?
–Sí, señor. Ha... derretido la puerta, me temo. Lo siento mucho, no sabía que tenía tanto poder, ¡pagaré la reparación si es necesario!, puede descontármelo de mi futuro sueldo de Seed...

–No es necesario.
–Oh... Vale. Menos mal...

Me quedé callado un momento. Había evitado un problema económico importante, pero sabía que ahora me iba a preguntar por el collar, así que tenía que improvisar algo rápido. Pero ¿por qué me estaba comportando de esa forma? ¿De dónde había salido ese empeño tan repentino por ocultar el collar y quedármelo, cuando esa misma mañana estaba deseando desprenderme de él? ¿Tanto me había cambiado la invocación?

–No eras consciente de la naturaleza del collar –declaró el director–. Tampoco hay documentos sobre espíritus legendarios que pudieras consultar para salir de dudas y, lo que es más importante, nadie ha resultado herido. Por lo tanto, haré la vista gorda en esta ocasión. Has tenido un artefacto sumamente peligroso en tus manos, pero no conocías su poder ni lo has utilizado con fines peligrosos. Incluso has mantenido el secreto y evitado así una posible alarma en el Jardín. Has demostrado ser una persona responsable. Por lo tanto, no te impondré castigo alguno.
–¿Está seguro, señor? Quiero decir, yo se lo agradezco, pero...
–No, me parece que ya has aprendido la lección. Entrégame el collar y podremos olvidarnos de este asunto.

–Me encantaría, señor... pero... no puedo dárselo. Ya no lo tengo.

Al decir aquello, la serenidad del rostro del director se rompió en mil pedazos; con un movimiento brusco apoyó las manos en la mesa y se levantó de la silla.

–¡¿Te lo han robado?! ¿Quién ha sido, y cuándo?
–¡Nada de eso, señor! No me lo ha quitado nadie, soy yo quien se ha deshecho de él.
–¡¿Cómo dices?! ¿Es que no eres consciente del peligro que supone si acaba en las manos equivocadas? ¡Y más después de ver con tus propios ojos el poder que posee! ¡Ahora mismo podríamos estar ante una alarma sin precedentes en la historia del Jardín...!
–¡No, señor...!
–Tanto guardar el secreto, ¿y luego para qué? ¡Para fastidiarlo todo en un segundo!

No me estaba escuchando, de modo que agaché la cabeza y esperé a que dejara de echarme la bronca. Empezó a hablar de mi irresponsabilidad, de que lo había echado todo a perder después de haber tomado tantas precauciones, de lo difícil que iba a ser encontrar el collar si alguien se nos había adelantado... Sentí que me subía un calor bochornoso por el cuello, pero no le repliqué. Los adultos siempre se piensan que tienen razón en todo y no se paran a escucharte, y a mí no me gusta gritar para hacerme oír, de modo que me callé, apreté más los puños y esperé.

Se pasó al menos un minuto entero echándome una bronca innecesaria. Cuando por fin terminó, parpadeé varias veces para ocultar las lágrimas de culpa que estaban empezando a asomar y entonces hablé.

–Antes le expliqué... –comencé sin levantar la cabeza– que Moltres derritió la puerta. Cuando vi el poder que tenía, me entró miedo. Era más fuerte que cuando combatimos contra él y no sabía cuándo conseguiría venir a hablar con usted. No quería esperar más tiempo y por eso... lancé el collar al metal fundido.
–¿Qué...? ¿Al de la puerta?
–Sí.

–¿De modo... que ahora el collar está dentro de lo que queda de la puerta?

–Así es, señor. Y creo que es mejor así.

El director se derrumbó en la silla. La ira con la que me gritaba segundos antes se esfumó tan rápido como había surgido. Yo también me sentí más tranquilo, como si me hubiera quitado un peso de encima. Era extraño, pero, desde que había notado nuestro vínculo, sentía que Moltres... me necesitaba.

–Será difícil poner un bloque de metal bajo custodia... pero sacar el collar de su interior suena casi imposible. Así no tendremos que preocuparnos de que nadie intente extraerlo. Tu decisión ha sido más acertada de lo que parecía. Ha sido consecuencia del miedo y no de un pensamiento racional... pero segura, al fin y al cabo.
–Le pido disculpas por las molestias, señor. Ha sido un día... complicado.
–Es comprensible... ¿Dónde podemos encontrar el metal?

–Supongo que en el sótano... No lo he movido.

–No, claro... No podrías mover una masa fundida...

El director casi arrastraba las palabras, como si le costara esfuerzo hablar. La agitación había desaparecido de sus ojos y ahora parecía estar tan cansado como yo, quizá incluso decepcionado. Tal vez fuera un erudito y sintiera curiosidad por estudiar el collar de Moltres. Me sentí mal por haberle mentido, pero me lo saqué de la cabeza. No quería insistir en el tema e irme de la lengua. Le hice una pregunta, pero no solo para desviar la atención. Ya era hora de conseguir respuestas.

–Señor... ¿Por qué me ha pasado esto? ¿Sabe quién es el responsable?

–¿Te refieres a tu primer encuentro con Moltres o a lo de hoy?
–Lo de hoy.
Aunque también quiero saber por qué nos encontramos con él. ¿Sería cosa de Seymour? Ha estado presente en ambos incidentes... Bueno, en el de hoy no, pero sí que estuvo ayer en el Jardín. Está claro que sabe bastante del tema.
–Será mejor que te lo explique Ryuzaki; él dispone de más información. ¡¡Ryuzaki, pasa!! –le llamó.

La puerta del despacho se abrió y me giré para ver a Ryuzaki entrar. Se había quedado fuera durante toda nuestra conversación.

–Con permiso –dijo antes de acercarse.
–Quiere saber quién está detrás del incidente –le explicó el director cuando llegó hasta la mesa.
–Es difícil de decir, todavía hay muchas incógnitas por resolver. Comencemos por el principio. Esta mañana, en torno a las ocho, se produjo un corte de luz en el Jardín. Duró apenas unos minutos y no se han detectado daños en los sistemas electrónicos, pero fue tiempo suficiente para que algunos de ellos dejaran de responder de forma normal.
–Me lo ha dicho el director. ¿Eso incluye el ascensor? –pregunté.
–¿Llegaste al sótano a través de él?
–Sí, quería subir al despacho y... Espera, ¿cómo sabes que he estado en el sótano?

Se llevó una mano al bolsillo, sacó un trozo de metal oxidado y lo sostuvo entre el índice y el pulgar. Era la llave inglesa que le había dado antes.

–Por esto –contestó– Es una herramienta mucho más vieja que las que utilizo actualmente en el Jardín. Solo podías haberla encontrado en un sitio que llevara años sin usarse, y solo hay uno que cumpla esas características.
–Oh... Bueno, sí, bajé en el ascensor. Yo quería subir a hablar con el director, pero el ascensor bajó en lugar de subir. ¿Por eso tardó tanto en aparecer cuando lo llamé? ¿Por el corte de luz?
–Eso explica que antes no quisieras subir... Y sí, has dado en el clavo: tuviste que subir precisamente tras terminar restablecerse la energía.
–Pero entonces... –dije– habría ido más gente al sótano, ¿no? Alguien habrá tenido que usar el ascensor, y yo no he visto bajar a nadie en todo el día.

–Si me dejas terminar... Parece que el corte de luz hizo algo más que inutilizar los aparatos electrónicos.
–¿Qué más ha pasado?
Hace años, cuando se tomó la decisión de cerrar el acceso al sótano, se optó por la opción de sustituir la placa del ascensor para eliminar el botón. Sustituir el motor entero del ascensor habría sido mucho más costoso. Por lo tanto, el mecanismo que permite bajar al sótano sigue existiendo.

–¿Y se activó durante el corte de luz?

–Algo así. El circuito del ascensor debió de recibir la orden de bajar al sótano justo después del corte de luz. Dado que no hemos tenido aviso de más alumnos desaparecidos después de ti, asumo que el circuito del ascensor se reinició después de bajar al sótano y que por eso se ha comportado de forma normal el resto del día. Sospecho que elegiste el momento equivocado y que fue así como te quedaste encerrado.
–¿Eso qué significa? ¿Qué alguien lo ha manipulado desde fuera?

–Un corte de luz que ha durado apenas unos minutos, que se ha producido cuando más vacío estaba el Jardín y que termina en el momento exacto en el que subías al ascensor... Cabe la posibilidad de que no se deba únicamente a un agente externo.

Me dio un vuelco el corazón.

–¿Eso qué quiere decir? ¿Me ha encerrado alguien de aquí dentro?
–No podemos descartar la hipótesis de que haya sido solo un fallo eléctrico –siguió pensando en alto–, porque, en caso contrario, ¿quién haría algo así? Encerrarte dentro del propio Jardín es muy arriesgado: tu secuestrador se exponía a que lo descubriéramos o a que alguien más acabara encerrado contigo. Sin ir más lejos, un compañero tuyo ha dado la voz de alarma apenas una hora después del corte de luz. Se ha pasado la mañana buscándote.
–¿Quién? ¿Kei?
–No. Tu antiguo compañero de habitación.

–¡¿Belazor?! –grité con sorpresa.

–Fue quien me hizo saber que habías desaparecido. Iniciamos la búsqueda gracias a él.

¿Qué quiere ahora ese pesado? Si pretende que le dé las gracias, lo lleva claro, porque yo no le he pedido ayuda. Además, he tenido que salir del sótano yo solito, por mis propios medios, así que de poco me ha servido su “ayuda”.

–Sea quien sea, tiene que conocer bien el Jardín, porque sabe de la existencia del sótano y que no se puede acceder a él –añadió el director–. Pero creo que, en estos momentos, es más importante determinar el motivo del responsable que su identidad.

–Correcto –respondió Ryuzaki–. No tenemos forma de saber cuánto tiempo pensaban retenerte, pero podemos asumir que iba a ser poco. De lo contrario, te habrían llevado a otro lugar en lugar de encerrarte aquí, en tu propio colegio. Es posible que lo que quisieran fuera evitar que interfirieras en algo.

Me daba miedo pensar en la posibilidad de un secuestro, pero oírlo en voz alta era aún peor. ¿Primero Seymour asustándome por la noche y ahora un secuestro ejecutado por alguien de mi propio Jardín? ¿Cuánta gente había colaborado para retenerme? ¿Qué querían de mí?

–Deberías ir a tu habitación y comprobar que esté todo en orden –me sugirió el director–. Aunque solo sea para descartar posibilidades.
–Pero mi compañero de habitación ha estado dentro todo el día y...
¿Y si Kei es el cómplice y ayer se marchó para ultimar los detalles del secuestro? Tendría sentido... Pero...

–Pero no creo que nadie quisiera robarme –añadí–. No tengo nada de valor.
–¿Y qué me dices del collar?
–Ah... Sí, eso podría ser. Pero si me vigilaban hasta el punto de saber cuándo me iba a subir al ascensor... también sabrían que llevaba el collar encima, ¿no? Me lo habrían quitado en lugar de encerrarme con él.
Y si Kei quería quitármelo no necesitaba encerrarme en el sótano, solo esperar en la habitación y aprovechar cuando yo estuviera comiendo o en la biblioteca. ¿Para qué iba a complicarse tanto? Además, es nuevo en el Jardín, así que no creo que conozca el sótano, ¡no lo conocía ni yo! No tiene sentido que haya sido él.
–Dudo que nadie pudiera ver lo que llevabas en los bolsillos –dijo Ryuzaki, como si me hubiera leído el pensamiento–. Habrían tenido que observarte desde dentro de tu habitación.
–Pero sí sabemos que ha sido alguien de dentro del Jardín, ¿no?
–Yo no he dicho que el responsable esté aquí dentro, ni siquiera que haya un responsable; solo que es una posibilidad.
–¿Y si ha sido Seymour? –les pregunté–. Anoche, cuando me habló de los espíritus, creo que quería asustarme. A lo mejor sabía que acabaría viniendo a ver al director y decidió aprovechar hoy porque era más fácil quitarme el collar a mí que quitárselo a usted.
–Seymour se fue anoche –explicó Ryuzaki– y no ha vuelto hoy. Como bien sabes, la entrada al Jardín está cerrada al público, no puede entrar nadie sin identificarse.
–Entonces... si no ha sido él...
–Aún es pronto para especular, pero tendremos en cuenta tus sospechas –dijo el director–. Investigaremos el tema de cerca.

Me callé unos segundos para intentar asimilar todo lo que me habían contado. Ryuzaki también estaba callado, parecía que tenía algo que decir pero que no encontraba las palabras. No supe si estaba buscando pruebas que le dieran peso a la opción del fallo eléctrico para dejarme más tranquilo o si buscaba una forma sutil de explicarme que la solución no iba a ser tan sencilla, pero su silencio me lo dijo todo.

–Deseo desde lo más profundo de mi corazón que haya sido algo fortuito –respondió el director, que negaba con la cabeza como si hubiera recibido una mala noticia.
–Ya... Bueno, si eso es todo, me gustaría retirarme.
–Ah, sí, por supuesto. Necesitas descansar. Pero antes que nada pásate por la enfermería y que te miren ese brazo.

–Sí, señor. Gracias por el consejo.
–Y otra cosa más. No comentes este tema con nadie hasta que lleguemos a una conclusión.
–Claro. No le contaré nada a nadie.
Sobre todo mientras no sepa seguro quién está detrás de esto.

Me levanté, incliné la cabeza a modo de despedida respetuosa y salí del despacho. La sala me pareció todavía más grande que cuando había entrado y sentí un silencio muy incómodo cuando la recorría, como si estuvieran esperando a que saliera para empezar a hablar.

Tras salir al rellano, me acerqué al ascensor por pura inercia y alargué la mano para pulsar el botón, pero, cuando me di cuenta de lo que estaba haciendo, la aparté rápidamente y decidí bajar por las escaleras. Aunque Ryuzaki dijera que ya funcionaba correctamente, y aunque ya no hubiera puerta para encerrarme, no quería volver a jugármela.


Sentía que el cerebro me iba a estallar. Había esquivado la bala de Moltres, pero ahora tenía problemas mucho más grandes de los que ocuparme. ¡Me habían secuestrado en mi propio Jardín! ¿Qué podía haber hecho para ganarme tanto odio y merecerme un secuestro? No tenía ni dieciocho años y toda mi vida había transcurrido en el orfanato y en el Jardín. ¿Quién podía estar detrás?

Es cierto que Kei parecía la opción más probable, pero no tenía sentido. Y qué coño, me daba igual que tuviera sentido o no: era mi amigo y quería confiar en él. Pese a todo, no pude evitar una punzada de miedo ante la idea de que me hubiera quitado el collar. Quise ir directamente a la habitación para asegurarme de que lo había dejado allí, pero me obligué a ir primero a la enfermería. Alimentar mi ansiedad no iba a solucionar nada. Además, si me estaba equivocando con él ya no podía hacer nada, porque se lo había entregado hacía apenas media hora. Si el cómplice era él, ya no tenía nada de qué preocuparme, ¿verdad?

Ya iba a repasar la lista de toda mi clase en busca de posibles culpables cuando me di cuenta de que estaba delante la puerta de la enfermería. Llamé antes de recordar que no hacía falta y empujé la puerta.

–Qué mal aspecto traes –dijo la doctora Kadowaki nada más verme–. ¿Qué te ha pasado esta vez?
–Es una larga historia.

–Anda, ven aquí.

Me indicó que me sentara en la misma cama en la que me había despertado tras la lucha contra Moltres. Cuando lo hice, cerré los ojos un segundo y deseé despertarme en aquel día, que el último mes hubiera sido una pesadilla y poder volver a una realidad en la que no tenía que preocuparme por espíritus ni por secuestradores.

Cuando los abrí, seguía en la misma tarde de octubre, pero vi que había alguien más en la enfermería. El dragontino estaba sentado en otra de las camas y me miraba con una expresión difícil de definir. No sabía si quería algo ni tampoco se me ocurrió qué decirle, de modo que bajé la vista para no cruzarme con la suya.

La doctora Kadowaki me examinó las pupilas, los oídos y la garganta, me pidió que me quitara la camiseta y me auscultó. Me dio un poco de vergüenza quitármela delante de un desconocido, pero parecía que no me estaba mirando en ese momento. Por último, me examinó el brazo derecho.

–Así que has estado haciendo magia pura... ¿No tienes bastón o qué?
–No lo llevaba conmigo.
–No seré yo quien os diga lo que tenéis que hacer. Para eso ya tenéis instructores. Aunque para el caso que les hacéis...

Se dio la vuelta y aproveché para hacerle una mueca de burla antes de recordar que el dragontino aún estaba ahí. Ojalá no me hubiera visto, porque menuda vergüenza. Por si acaso, me estuve quietecito y no volví a hacer nada. La doctora volvió con guantes en las manos y un bote de pomada, sacó una buena cantidad con los dedos y empezó a untármela por el brazo.

–¡Tch! –protesté. Escocía tanto que parecía que me estaba quemando la piel.
–No te quejes tanto, que te estás entrenando para ser soldado –dijo al ver que me estremecía–. ¿Has comido algo?
–Un sándwich hará una media hora.
–Pues mañana a primera hora te vienes en ayunas para que te haga una analítica. ¿Te has clavado algo?

–No.

–Mejor. Por lo demás, estás hecho polvo, pero no veo nada que no tenga remedio. Esta noche come bien, pero sin hincharte y... –se acercó a un armarito y sacó de dentro un frasco– y te tomas esto.

Mientras se daba la vuelta, me miré el brazo. Estaba completamente enrojecido, como si me lo hubiera quemado en un día de verano. ¿Tan potente era la crema? ¿Tan mal estado tenía que era necesario quemarme la piel entera para curarlo?

La doctora me entregó un frasquito de color rosa que, según la etiqueta, contenía “Blisseminas”. Parecían un complemento alimenticio.

–Una de estas con cada comida durante una semana –dijo.
–Entendido.
–Y mañana aquí a primera hora.
–Sí. Gracias, doctora.

–Y ten más cuidado a partir de ahora, haz el favor.
Como si dependiera de mí...

–De acuerdo –respondí.

Me volví a poner la camiseta y la doctora se dirigió a la cama del dragontino. Pensé en despedirme de él, pero no quería interrumpir a la doctora, así que preferí no decirle nada.

Me guardé el frasco y salí de la enfermería en dirección a mi habitación. Iba mirando instintivamente de un lado a otro, examinando todos los rostros con los que me cruzaba. ¿Quién estaría detrás del secuestro? ¿Tal vez esa chica un año menor que yo a la que solo conozco de vista? ¿La habré dejado mal en algún momento sin darme cuenta? ¿Quizás ese chaval que está sentado en el banco? Parecía muy joven para colaborar en un secuestro, pero quién sabe.
Pasé junto a un grupo de chicas que hablaban de forma animada. Una de ellas, bajita y energética, se me acercó tan rápido que me asusté y me puse en guardia.

–¡Chico, que soy yo! –me dijo.

Al verla de cerca, reconocí que era Mako. Se había hecho mechas rosas, que destacaban sobre su pelo castaño, pero no era el pelo lo que me había impedido reconocerla, sino mis ojos acusadores. Podía confiar en ella... ¿verdad?

–Me has asustado –me justifiqué.
–¡Y tú a mí! ¿Dónde estabas? Me tenías preocupada. ¿¿Qué te ha pasado en el brazo??
–Eh...
–me escondí el brazo herido en la espalda para que no se fijara en él–. No te lo puedo decir, el director me ha prohibido decir nada.
–¿Eh? ¿Pero qué movida es esa?
–Han pasado cosas muy raras y... no puedo hablar, lo siento.
–Pero ¿estás bien?
–Sí, tranquila.
–Vale, pues ya nos vemos. Y que no me entere yo de que te pasa nada, ¿eh?

Me dio un golpe suave en el hombro con el puño y volvió con sus amigas. Me quedé mirándolas un par de segundos, aunque no sé qué esperaba ver. ¿Que una de ellas me dedicase una mirada de odio y revelara ser la secuestradora? ¿Que echara a correr porque se sintiera acorralada y todo el Jardín iniciara una persecución contra ella?

No son más que crías, Div. No seas peliculero.

Retomé el camino a mi habitación y esta vez conseguí llegar sin más interrupciones. Kei estaba sentado delante de la mesa cuando entré.

–Hombre, el desaparecido en combate –me saludó.

Me puse en tensión por acto reflejo hasta que recordé que había decidido confiar en él. La paranoia me estaba empezando a pasar factura. Me senté en la cama y solté en un suspiro todo el aire que me quedaba en los pulmones.

–Bueno, ¿qué coño ha pasado? –me preguntó.
–El director no me deja contárselo a nadie.
–¿A mí tampoco?
–Son órdenes suyas.
–Va... –se dio la vuelta y volvió con sus deberes.
–No te enfades... Te lo contaré en cuanto pueda y lo entenderás todo.
–Vaaaale, vaaaale, me esperaré. ¿Lo del pájaro me lo puedes contar, o tampoco?
–¿Qué pájaro? ¡Ah!

Señaló a mi almohada. La levanté y vi que el collar estaba escondido debajo. Kei no me había robado el collar. No era el cómplice.

–Menos mal que has aparecido antes –le dije–, me has salvado de tener que dárselo al director.
–¿Por qué se lo ibas a dar? ¿Y qué hacías que lo llevabas encima? No me jodas que te has ido esta mañana para invocarlo.
–No, para todo lo contrario. Es... muy largo de explicar y prefiero no decirte nada hasta que el director me dé permiso –no quería que se sintiera rechazado, así que añadí–. Lo que sí te puedo decir es... que sí. Lo he invocado.
–¡Y será verdad! –gritó y se giró para mirarme.
–¡Pero que quede entre tú y yo! Te contaré todo lo demás cuando me dé permiso... y cuando descanse un poco.
–Sí, falta te hace descansar, que estás hecho mierda.
–A mí me lo vas a decir...

Me levanté y cogí ropa limpia. Me metí en el baño para ducharme, pero antes asomé la cabeza para decirle algo más a Kei.

–Si vas a ir a cenar... espérame, ¿vale?
–Sí, señor.

Cerré la puerta y me acerqué al espejo.

Me miré. Parecía que acabara de salir de un combate: tenía el pelo revuelto, la frente sucia, los labios agrietados, las uñas ensangrentadas... Me daba vergüenza que me hubieran visto por el Jardín con esas pintas.

Me desvestí y miré mi cuerpo esmirriado y completamente pálido, excepto por el brazo enrojecido. Nunca había sido especialmente fuerte, apenas había entrenado el físico a lo largo de mi vida porque mi especialidad era la magia... ¿O había decidido usar la magia porque mi cuerpo no valía para el combate físico?

Me senté en el váter y me sujeté la cabeza con las manos. Mi cerebro reproducía a velocidad vertiginosa una lista de nombres y rostros de personas del Jardín e intentaba analizar quién habría sido capaz de participar en un intento de secuestro. Pensé en la gente de mi clase. Quitando a Leta y a Kei, ¿quién me parecía más sospechoso?

Estaba Arnal, un bardo con el que hablaba de vez en cuando. Cícar, un guerrero con el que no tenía relación. Danika, que era una tiradora y una pija. Garbel era maga negra, parecía maja pero tampoco la conocía mucho. Luego estaba Gawain, que era un chulo de mierda, pero intentaba evitarle para no discutir. Schío, un monje, que era compañero del orfanato, aunque en los últimos años pasaba de mí.
Nunca me había llevado verdaderamente mal con ninguno de ellos... Pero ese era mi punto de vista, claro. No tenía forma de saber lo que opinaba de mí la otra persona.
Empecé a recordar miradas, comentarios, gestos de muchas personas distintas, y a interpretarlos de otro modo. ¿Y si Schío no me había contestado aquella vez en clase de filosofía hacía año y medio porque me odiaba? ¿Y si Leana, esa chica dos años más pequeña, apartaba la mirada cuando nos cruzábamos porque se sentía resentida conmigo? ¿Le había hecho algo y no recordaba el qué?
Los rostros de Leta y de Kei sobresalieron entre todos los demás y conseguí tranquilizarme un poco. Si no quería volverme loco, necesitaba alguien en quien confiar. Por el momento, eran mi mayor apoyo. No; mi único apoyo. Lo que tenía que hacer no era buscar a la persona de la que tenía que esconderme, sino rodearme de personas con las que sabía que podía contar.

Cuando los pensamientos empezaron a agobiarme, abrí el grifo de la ducha para acallarlos. Esperé unos segundos a que se calentara el agua y entré. Me senté en el plato de ducha, pegué la espalda a la pared... y comencé a llorar. Me abracé a las rodillas y descargué todo el miedo que había sentido en las últimas horas. Me habían secuestrado, había estado en peligro y no habría podido escapar si no se hubiera dado la casualidad de que llevaba encima el collar de Moltres. Sin él, tal vez seguiría encerrado.

Después de la primera prueba, me había esforzado más que nunca en los entrenamientos para no volver a estar nunca tan indefenso, pero no había sido suficiente. Ni siquiera el combate contra Moltres había sido tan peligroso como tener que defenderme de una soledad y una oscuridad abrumadoras, rodeado de cristales y dándome golpes contra el suelo. Mis esfuerzos no bastaban. Sentí rabia e impotencia.

Me mordí el puño para que Kei no me escuchase y lloré con más fuerza aún. Por suerte, todo aquello ya había pasado. Puede que hubiera un secuestrador más cerca de lo que pensaba, pero por fin estaba en mi hogar. Por fin me encontraba a salvo.

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