Antes de nada...



Ni el Jardín de Balamb, ni Moltres ni muchos de los personajes, situaciones, lugares, objetos y conversaciones y que aparecen en este blog me pertenecen y en ningún momento doy ninguno de ellos por propio.
Por lo tanto, no plagio nada. Yo solo soy dueño de este blog.

14 de diciembre de 2010

XVI: Confianza

Aquella noche apenas dormí. No tardé en caer presa del agotamiento, pero, en cuanto descansé lo suficiente para que mi cerebro reaccionara, volvió la sensación de miedo y no era capaz de cerrar los ojos. Perdí la cuenta de las veces que me giré en la cama para asegurarme de que la puerta seguía cerrada y de que no había entrado nadie.
En mitad de la noche me levanté para deshacer la cama y poner la almohada en el lado contrario, para poder vigilar la puerta en todo momento. Usé el collar de Moltres para iluminarme y no tener que encender la luz y despertar a Kei. Aun así, en mi nueva posición seguía intranquilo. Me fijaba en cada sombra de la habitación, en cada objeto: el armario, la espada de Kei, mis zapatos... ¿Se había movido el pomo? ¿Esa mancha del suelo estaba ahí antes?
Estaba exhausto, no paraba de dar cabezadas y me dolían los ojos de tenerlos tanto rato abiertos, pero el miedo me impedía cerrarlos más de unos segundos. Sacaba y volvía a guardar constantemente el collar de Moltres como si fuera un amuleto protector. Al final me quedé sentado en una esquina de la cama y dormitaba a ratos, cada vez que el sueño podía más que el miedo, pero el descanso siempre era breve y estaba lleno de pesadillas.

Cuando los rayos del sol empezaron a colarse por la ventana, yo ya llevaba un rato tumbado bocarriba, con los brazos en cruz y la vista fija en el techo. Estaba claro que no iba a descansar, así que decidí levantarme. Me metí en el baño y al otro lado del espejo me saludó un zombi. Estaba pálido, despeinado, tenía los ojos enrojecidos y me habían salido unas ojeras que poco tenían que envidiar a las de Ryuzaki. Me lavé la cara, me peiné como pude y volví a la cama, sin dejar de bostezar en ningún momento del proceso.
Me fijé en el brillo del collar asomando por detrás del colchón. Era la oportunidad perfecta para esconderlo sin tener que salir de la habitación y sin hacer partícipe a Kei, aunque, por desgracia, ya sabía que tenía el collar... Pero eso era lo de menos.
Empecé a pensar. Para empezar, el brillo podía delatar su posición, así que tenía taparlo por todos los ángulos. La idea era no volver a utilizarlo salvo casos de extrema necesidad, por eso no quería tirarlo detrás del armario y que quedara fuera de mi alcance, pero tampoco quería esconderlo en lugares muy evidentes, como debajo de mi cama.

Ahora me vendría muy bien que los cajones de la mesa tuvieran doble fondo, como en los libros de misterio...

Eso me dio una idea. Abrí los cajones tan en silencio como me fue posible y rebusqué hasta que encontré una grapadora. La abrí y me aseguré de que tuviera grapas. También saqué unas tijeras. Después abrí mi cajón de las camisetas y las fui sacando hasta que encontré una bastante vieja que se me había quedado pequeña y no me dejaba mover bien los brazos. Además, era de color negro, así que me venía de perlas. Guardé todas las demás y me metí en el baño con esa, cerré la puerta para tapar cualquier posible ruido y corté una de las mangas. Ahora tenía un pequeño rollo de tela. La siguiente parte era la más complicada: separarme del collar.
 
–Aquí estarás a salvo– le susurré a Moltres.
 
Lo acaricié con cuidado, limpié bien la joya y la metí en la manga cortada. Doblé los bordes hacia dentro y los grapé varias veces para asegurarme de que el collar no se pudiera caer. Una vez hecho esto, apagué la luz y comprobé que la tela tapaba el brillo por completo. Aún se podía entrever un poco, como cuando enciendes una linterna y la tapas con la camiseta, pero el lugar donde pensaba guardarlo disimularía ese pequeño brillo.

Salí del baño y volví a asegurarme de que Kei seguía durmiendo. Me agaché delante del armario con el trozo de tela en las manos. El armario de nuestra habitación no estaba empotrado y tenía un hueco vacío por debajo, entre las patas. Mi objetivo era grapar la tela en la parte de abajo, pero no lo conseguía porque se me caía todo el rato, así que me acabé tumbando bocarriba, como un mecánico con un coche. La habitación seguía en penumbra, así que tuve que acariciar el fondo del armario y el borde de la tela con los dedos para asegurarme de que la dejaba fija donde yo quería. Cuando lo conseguí, puse una grapa a cada lado y paré en seco por si despertaba a Kei. No se inmutó, de modo que puse varias grapas más, hasta que comprobé que la tela no se caía.

Ahora espero que no me vuelvan a secuestrar –pensé.

Dejé caer las manos a los lados y de repente me sentí muy cansado, aunque supuse que se debía más al bajón de adrenalina que a lo poco que había dormido. Me levanté, guardé la grapadora y las tijeras y enrollé la camiseta vieja para tirarla luego.
 
Una vez recogido todo, me senté en la cama. Me tumbé un momento, cerré los ojos y me dormí sin darme cuenta, pero esta vez sí conseguí descansar. Cuando me desperté, el reloj ya marcaba casi las ocho.

La enfermería tiene que estar a punto de abrir. Es mejor que no vaya solo, pero... ¿Le digo algo a Kei? No quiero despertarle, pero seguro que si se entera de que he ido yo solo me echa la bronca.

Llegué a pensar en ir a la habitación de Leta para pedírselo a ella, pero, si no quería despertar a Kei, mucho menos a ella y a su compañera. Me vestí y me quedé sentado en el borde de la cama por lo menos diez minutos más, por si daba la casualidad de que se despertara justo en ese rato, pero finalmente tomé la decisión de ir sin compañía. Caminaría rápido y así nadie tendría tiempo de atacarme. Pero...
Para no arriesgarme, cogí a Estrella Fulgurante. Me guardé la llave de la habitación en el bolsillo y abrí la puerta.

–Creía que las instrucciones habían sido claras –dijo una voz al otro lado.
–¡Ryuzaki! –grité. Apreté los labios para no hacer ruido y cerré la puerta–. Vaya susto, joder.
–Te dije que no salieras solo –insistió.
–Lo sé, pero no quería despertar a Kei. Y solo voy a la enfermería, no me va a pasar nada.
–El camino al ascensor fue más corto.
–¿A qué has venido, a regañarme?
–Deja eso donde estaba –señaló mi bastón.
 
Volví a entrar en la habitación y lo dejé sobre la cama, pero pensé que si Kei lo veía fuera de su sitio podría preocuparse, así que lo metí en su funda. Cerré en silencio y salí.

¿Cuánto tiempo llevará detrás de la puerta? ¿¿Habrá oído la grapadora?? Espero que no... Por si acaso, mejor no le pregunto nada, que se le da muy bien extraer información.

Ryuzaki se colocó a mi espalda y yo comencé a andar. Aun contando con su protección, caminé despacio, mirando bien en todas direcciones para asegurarme de que no nos cruzábamos con nadie. No sabría decir si estaba cómodo o no con Ryuzaki detrás. Durante un segundo se me pasó por la cabeza el pensamiento de que habría preferido ir yo detrás para poder mirar su pelo, su figura...

La doctora Kadowaki estaba abriendo la enfermería cuando llegamos. Me indicó que me sentara delante de su mesa y esperé unos minutos en lo que encendía las luces y abría las ventanas. Luego se sentó delante de mí, me limpió la fosa del codo con un algodón con alcohol, ató con fuerza una tira de goma unos centímetros más arriba y finalmente me clavó la jeringuilla para sacarme sangre. Relajé el brazo y miré hacia otro lado. No me dan miedo las analíticas, pero son muy desagradables.
Al cabo de unos segundos sacó la jeringuilla, me colocó una gasa doblada sobre la zona del pinchazo, la apretó con fuerza y la sujetó con una larga tira de esparadrapo. Me dijo que tendría los resultados en una hora y me dejó irme con la condición de que volviera también en ayunas por si había que repetir la analítica.

Volví a mi habitación escoltado de nuevo por Ryuzaki. Esta vez no tuve ocasión de pensar en su imagen, porque iba concentrado en apretarme el esparadrapo. Cuando llegamos a nuestro destino, le di las gracias por acompañarme y estaba seguro de que seguiría esperando hasta que tuviera que regresar a por los resultados.

Kei seguía como un tronco. Quién pudiera... Pensé en dedicar un rato en silencio a adelantar con los deberes, así que saqué la silla sin arrastrarla y abrí un cuaderno. Intenté que fuera una mañana tranquila, pero entre el secuestro y la mala noche que había pasado apenas podía concentrarme. Temblaba al escuchar cualquier ruido.
 
Cuando se despertó Kei, esta vez sí le pedí que me acompañara a la enfermería.

–¿Te has ido tú solo, loco? –me preguntó señalando la gasa de mi brazo.
–No. Me ha acompañado Ryuzaki.
–Va.

Se metió al baño y mientras tanto guardé mis cosas. Empecé a tirar de los bordes del esparadrapo con la uña para levantarlo poco a poco. Maldita doctora, ¿por qué me había puesto tanto? Se pegaba a los pelos y así dolía más quitárselo.
Oí la cadena del váter, luego el grifo y salió Kei.

–¿Cómo que Ryuzaki? –preguntó como si hubiera procesado ahora mi respuesta.
–Pues eso.
–No, pues eso no. ¿Dónde le has visto?
–He salido y estaba en la puerta esperándome.
–¿Le has llamado?
–No.
–¡O sea, que te ibas a ir tú solo!
–¡A ver...! ¡Sí, pero no quería despertarte!
–Pues me despiertas, que pa' eso estoy. Menuda gracia si hoy vuelves a desaparecer el día entero.
–Lo siento...
–¿Y entonces estaba en la puerta?
–Sí.
–¿Qué lleva, toda la noche en vela ahí fuera?
–Buena pregunta... No lo sé.
–No me mola que nos esté vigilando, me da mal rollo.
–Ya, a mí tampoco me hace mucha gracia.

Mientras se vestía, yo cogí el frasco de blisseminas, porque imaginé que después de la visita a la enfermería iríamos directamente a desayunar. Abrimos la puerta. Ryuzaki ya no estaba al otro lado.

–Pues aquí no está –dijo Kei. Se giró con cara de enfado–. No me estarás engañando y te has ido tú solo.
–¡Que no! De verdad que estaba aquí. Será que nos ha oído hablar y se habrá ido por eso.

Me miró con cara de no creerme, pero no podía demostrarle que tenía razón. Si nos cruzábamos con Ryuzaki, le preguntaría para que viera que le estaba diciendo la verdad.
A esa hora ya empezaba a haber gente por los pasillos. Yo caminaba con la cabeza agachada para intentar pasar desapercibido y que no me preguntaran nada, pero odiaba darle al secuestrador la satisfacción de verme cohibido.
La doctora Kadowaki me dijo que mi analítica estaba bien, que podía irme y me animó a “no volver a necesitar ayuda médica en unos meses”. Desde ahí nos fuimos al comedor y tomamos asiento. Saqué una pastilla y me la tomé con un trago de leche. Después empecé a removerla con la cuchara, sin muchas ganas de tomar nada más, cuando se nos acercó alguien.

–Ya está aquí la primera pesada del día –dije con desgana.
–Tío, relaja, que es Leta.
–¿Eh?

Efectivamente, la chica que se nos acercaba era Leta, pero no parecía contenta de vernos. Puso los puños en las caderas y nos miró con cara de enfado, aunque conociéndola sabía que como mucho solo estaría molesta.

–¡Os parecerá bonito! –dijo–. ¡Yo llamando a vuestra puerta y vosotros aquí, desayunando sin esperarme!
–¿Habíamos quedado? –le pregunté, completamente descolocado.
–No, pero estaba preocupada después de lo de ayer.
–Pues perdón.
–Estábamos en la enfermería –le explicó Kei.
–¿Qué ha pasado? –preguntó Leta, su enfado ahora convertido en preocupación.
–Nada, tranquila –aclaré–. Ayer me mandaron hacerme un análisis por precaución, pero está todo perfecto.
–Jo, me había preocupado...
–Perdón... –repetí.
–Por lo menos tienes mejor cara –me dijo.
–¿Tú crees? –repliqué con incredulidad–. Apenas he dormido.
–Estás mejor que ayer, hazme caso.
–Si tú lo dices...
–Bueno... –empezó Kei–. Pues ahora estamos los tres juntos. ¿Nos cuentas lo que te pasó?
–¿Qué? ¿Ahora?
–¿Qué mejor momento?
–Solo si tú quieres –terció Leta–. O sea, me gustaría saber lo que pasó, pero no quiero que te sientas obligado.
–Mejor luego. A la hora de comer, que tenemos más tiempo. ¿Os parece bien?
–¿Vas a hacerte de rogar? –me picó Kei.
–No es eso. Es que no quiero ir con prisas y no me da tiempo a contarlo en el desayuno. Después.
–Bueno... ¿Y qué vais a hacer hoy? –preguntó Leta.
–Estudiar –gruñó Kei.
–Yo también debería –suspiré.
–¿Cómo lleváis el examen de filosofía?
–¿Pero que hay otro? –pregunté–. ¿Tan pronto?

La conversación con Leta me vino bien para desconectar de mis problemas... y reconectar con mis clases y estudios. En días como aquel, pensaba sinceramente que no estaba hecho para estudiar en el Jardín, en vista de mi falta de organización y de planificación. Intenté hacer lo posible por solventarlo a lo largo de la mañana, repitiendo y memorizando el temario, pero parándome cada dos por tres para mirar a las patas del armario cuando Kei no estaba atento, para asegurarme de que el collar no se hubiera caído al suelo. Sabía que era imposible con la de grapas que le había puesto, pero... por si acaso.
 
Cuando dieron las dos, me liberé de la carga de los estudios y me dirigí al comedor con Kei. Nos sentamos en una mesa de cuatro a la espera de que llegase Leta. No habían pasado ni diez segundos cuando se nos empezó a acercar con pasos torpes la compañía indeseada de Belazor.

–Mierda –giré la cabeza en dirección contraria y apoyé las yemas de mis dedos en la frente–. Mucho tardaba.
–Ese plasta vino ayer preguntando por ti –comentó Kei.
–Sí, por lo visto preguntó a medio Jardín.
–Y encima me despertó, el desgraciado. Quería saber si estabas en la habitación.
–Menudo payaso.
–Hola, Dívdax – dijo Belazor, que ya había llegado a nuestra mesa–. ¿Q-Qué tal es...?
–Bien –le corté sin girarme para mirarle siquiera.
–Me alegro. Es... taba muy p-preocupado. ¿Me puedo sen...?
–No –respondí tajante.
–¡Tío, y-ya te he pedido perdón, no sé qué más qui-quieres! –dijo con impaciencia.
–Por ahora, que te largues a otra mesa.
–Pero...
–¿No has oído, churra? –se metió Kei–. Largo de aquí.
–N-No quiero ser gros-grosero, pero no estoy hablando contigo.
–Yo contigo sí. ¡Pírate!
–¿Dívdax? –me pidió Belazor con la voz.

No dije nada más y seguí mirando en dirección contraria a él. Belazor se dio por vencido y se alejó cabizbajo, con aire triste, supongo que para intentar darme pena. Por desgracia para él, esas cosas no tenían efecto en mí. Leta llegó poco después de aquello.

–¿Has hablado con Belazor? –preguntó sorprendida al verle alejándose.
–Más o menos... –contesté.
–No me gusta que seas borde con él –me riñó–. Hemos sido amigos toda la vida.
–Ya, bueno... –me rasqué la nuca y miré hacia otro lado para no discutir.
–Bueno, a ver eso que nos tienes que contar.
–Espera a que pasen las cocineras –le pedí.

Las cocineras salían en ese momento, empujando carritos llenos de platos y fuentes. Una llegó hasta nuestra mesa, nos puso platos y vasos y nos sirvió una generosa cantidad de arroz. Me rugió el estómago, que ya empezaba a despertarse del trance de las últimas horas. Saqué otra pastilla y me la tragué con un vaso de agua antes de empezar a comer.

–Bueno... –miré a mi alrededor para asegurarme de que no hubiera nadie cerca y empecé–. Como ya sabéis, ayer estuve "ausente" casi todo el día. Antes de nada, si alguien os pregunta, estuve fuera, ¿vale? Tuve que irme por una urgencia nada más levantarme y no me dio tiempo de avisar a nadie, por eso se lio en el Jardín.
–¿Y ya está? –saltó Kei–. ¿Tanto rollo pa' eso?
–No, hombre. No he salido del Jardín desde que empezó el curso. Es solo una coartada, la excusa para todo el mundo. Incluidos los profesores.
–¿Por qué necesitas una excusa? –preguntó Leta, cuya preocupación crecía por momentos.
–Pues veréis. Anoche me levanté temprano, porque tenía que... Bueno, es que... Decidí librarme de Moltres.
–¡¿Qué?! –gritó Kei.
–¿Cómo que librarte de él? –preguntó Leta.
–Decidimos que te lo tenías que quedar tú –dijo Kei, enfadado–. ¿Ahora ya no lo quieres?
–Nunca lo he querido. Pero no hables tan alto –miré de nuevo alrededor–, recordad que lo de Moltres es un secreto. Solo lo sabemos nosotros tres, Ryuzaki y ahora también el director Cid. Bueno... y Seymour.
–¿Cómo que Seymour lo sabía? –se escandalizó Leta.
–¡Y el cabrón no nos ayudó! –exclamó Kei–. Cuando le pille le voy a abrir la cabeza.
–No, a ver, eso es otra historia. El viernes por la noche me encontré con Seymour aquí, en el Jardín. Vino a disculparse por habernos puesto en peligro y me pilló con el collar en la mano.
–Ya te vale a ti también –me regañó Kei.
–¿Vino Seymour al Jardín? –preguntó Leta–. Yo no le vi.
–Ni yo.
–Tú estabas en Balamb, Kei, pero... ¿no habló contigo , Leta?
–No...
¿Solo se estaba inventando una excusa...? –me pregunté.
–Bueno –retomé la narración–, a mí me dijo que, cuando estábamos haciendo la prueba, escuchó a Moltres y que vino corriendo a ayudarnos, pero que había muchos monstruos y por eso tardó tanto en llegar.
–Sí, ya. Excusas –soltó Kei.
–Es verdad que había muchos monstruos –puntualicé–. Pero eso da igual. El caso es que ayer salí temprano de la habitación para librarme de Moltres, porque no quería seguir teniéndolo.
–Pero ¿por qué? –insistió Kei.
–¡Porque me daba...!
Miedo no, no digas miedo.
–... Porque no estaba cómodo con él, ¿vale? No sabía cómo funcionaba, pensaba que si se despertaba en mitad de la noche podía matarnos, o que a lo mejor me expulsaban del Jardín por tenerlo.
–¿Te pueden expulsar? –preguntó Leta.
–No lo sé y tampoco sé dónde buscarlo. Las últimas semanas han sido complicadas y he estado bastante paranoico con el tema... Por si acaso, no lo comentéis, ¿de acuerdo?
–Que no, tranquilo.
–Total, que decidí llevarle el collar al director. Me parecía la persona más indicada, así que me subí al ascensor para ir a hablar con él... Pero el ascensor bajó al sótano en lugar de subir a su despacho.
–¿Qué sótano? –preguntó Kei–. ¿Hay sótano y no lo sabía?
–Yo tampoco lo sabía –añadió Leta.
–Pues se ve que sí –confirmé–. El ascensor puede bajar, aunque no haya botón para esa planta. No sé cómo ni por qué acabé ahí y, según llegué, el ascensor se fue y me dejó ahí solo y a oscuras.
–¿No probaste a llamarlo? –preguntó Kei.
–¡Obviamente! Pero no había botón. O eso o no lo encontré en el rato que lo estuve buscando. El caso es que acabé pensando que era una prueba más que tenía que superar para llegar al examen de Seed. Como la de la Caverna de las Llamas y todas las que nos quedan.
–¿Que nos quedan más? –se sorprendió Leta.
–Claro, a ver si te crees que con lo de la cueva vale –respondió Kei.
–¿Y cuántas nos quedan?
–Creo que son unas... –hice memoria–. No sé. Ya preguntaré.
–En mi Jardín viejo me suena que eran seis o siete –respondió Kei.
–¿Tantas? –Leta se deprimía por momentos.
–Bueno, ya hablaremos de las pruebas otro día. Yo no tenía ni idea de lo que había en ese sótano, me acababa de enterar de que existía, así pensé que tenía que escapar y empecé a explorarlo.
–¿Entonces estuviste desaparecido porque estabas haciendo una prueba?
–Espera.

Una cocinera llegó en ese momento para retirar los primeros platos y servirnos filetes de pescado blanco hechos a la plancha. Esperé a que se fuera antes de seguir hablando.

–A ver, de entrada, el sitio era raro de cojones. Estaba todo a oscuras, pero el suelo brillaba al pisarlo. Si pisaba mucho rato la misma baldosa, la luz se empezaba a apagar. Solo veía lo justo para andar sin tropezarme, os lo juro, no había nada de luz. Había un panel de control y conseguí encenderla, pero explotaron las bombillas.

Kei se rio cuando dije eso. Le miré con mala cara, pero la verdad es que mi forma de contarlo había sido graciosa. Esbocé una sonrisa para quitarle hierro al asunto.

–Supongo que eran fluorescentes viejos, no sé. El caso es que exploré el sótano entero y la única salida que encontré era una puerta enorme como las de los submarinos, con una rueda en el centro y todo, pero estaba atrancada o algo, porque no se movía.
–Si el sótano estaba abandonado, es normal –dijo Leta–. Igual se había oxidado.
–Un rato después, encontré... Bueno, mira, no os voy a aburrir con los detalles. Si queréis os lo cuento todo en otro momento, pero eso no es lo importante. Me tiré ahí todo el día, os juro que probé todo lo que se me pasó por la cabeza, hasta me puse a gritar para que me sacaran de ahí, di la prueba por perdida y todo.
–¿Y te suspendieron? –preguntó Leta, apenada.
–No. No me suspendieron porque... porque no era una prueba.
–¿Cómo que no era una prueba? –preguntó Kei.
–El director Cid me lo confirmó después. La cosa es que no veía la forma de salir y empezaba a pensar que estaba atrapado y... decidí hacerlo.

Me callé e imaginé que entenderían lo que quería decir. Kei pareció darse cuenta, pero a Leta no le había dicho nada del tema y me preguntó.

–¿Qué hiciste?
–Eh... –miré de nuevo a los lados, acerqué la cabeza a la suya y susurré–. Invoqué a Moltres.
–¡¿Qué?! –chilló.
–A ver, los de esa mesa –nos advirtió el profesor de filosofía desde la suya–. ¿Qué son esos gritos?
–¡Perdón! –le contesté–. No chilles, por favor.
–¿Cómo que invocaste a Moltres? –insistió Leta.
–Lo llevaba encima porque pensaba dárselo al director. Saqué el collar, le pedí ayuda... y apareció.
–¿Y no te hizo daño? ¡Por eso tenías así el brazo!
 
Parecía más preocupada por Moltres que por todo lo demás, aunque tampoco podía juzgarla. Yo mismo me había pasado varias semanas...

–Lo del brazo fue culpa mía por hacer magia sin mi bastón. Moltres no me hizo daño. Si lo hubierais visto, el bicho enorme, mirándome sin parpadear, casi me da algo. Pero no me atacó ni nada. Solo esperaba a que le diera órdenes.
–Qué miedo –dijo Leta.
–Para nada. No sé explicarlo, pero... Moltres me comprendía. Era... como que ya no éramos enemigos, y él lo entendía. Estaba a mi servicio, sentía que podía confiar en él.
–Yo no me fiaría –dijo Kei.
–¿Entiendes ahora cómo me sentía al dormir encima de ese collar todas las noches?
–Dicho así suena feo, la verdad.
–¿Entonces saliste de ahí con Moltres? –preguntó Leta–. ¿Te sacó volando? No, ¿no?
–No, no había salidas, y menos tan grandes para que cupiera él. ¿Os acordáis de la puerta que os he dicho?
–¿La del submarino?
–Sí. Pues le pedí que la abriera y... la derritió.
–¿Que la derritió? ¿Una puerta de hierro?

Kei me miraba atónito. Acababa de darse cuenta, igual que yo el día anterior, de lo cerca que habíamos estado de morir durante el combate contra Moltres.

–La hostia –suspiró.
–Luego le pedí que volviera al collar y se metió dentro otra vez. La puerta derretida daba a unas escaleras, las subí y llegué al pasillo de jefatura de estudios. Me encontró Flora, que me trajo al comedor mientras avisaba al director, luego vino Ryuzaki a buscarme, me llevó al despacho... y el resto ya lo sabéis.

Hice una pausa mientras asimilaban todo lo que les estaba contando. Aproveché para empezar a comerme el pescado antes de que se quedara frío del todo.

–O sea... –empezó Leta–, que estuviste encerrado en el sótano todo el día.
–Sí.
–Pero no era una prueba.
–No.
–¿Entonces cómo llegaste ahí abajo? ¿El ascensor se averió?
–Eso pensé al principio, pero... la cosa es un poco más chunga. Ayer hubo un corte de luz por la mañana y justo los circuitos del ascensor empezaron a funcionar raro.
–¿Eso qué significa? ¿Que lo han pirateado desde fuera?
–O desde dentro –añadí.

Los dos me miraban con cara de aturdimiento total. Acababan de perderse, como si la última frase la hubiera pronunciado en otro idioma.

–A ver, yo tampoco me enteré muy bien de cómo va el tema, pero lo que me contó Ryuzaki es que cuando cerraron el acceso al sótano solo cambiaron el panel de los botones, no el circuito entero, así que técnicamente todavía puede bajar, y durante el corte de luz hubo algo o alguien que restableció la conexión con el sótano.
–Suena a película –dijo Kei.
–Lo sé. El director dijo que a lo mejor solo querían quitarme de medio para que no interfiriera en algo. Por ejemplo, para robarme. Pero no puede ser, porque, Kei, tú estuviste toda la mañana en la habitación.
–Hasta que me levanté a desayunar.
–Pero para entonces ya había más gente despierta, así que no era seguro colarse.
–Y que la habitación estaba sin tocar cuando volví. Vamos, ahora la registras si quieres, pero yo no he tocado nada.
–No hace falta. A lo mejor lo que querían era el collar y no sabían que me lo había llevado. Otra opción es que la encerrona fuera para asegurarse de que tengo a Moltres.
–Pero ya no te va a pasar nada, ¿no?
–Eso espero.
–Pero ¿quién querría secuestrarte? –repetía Leta–. Si tú no has hecho nada...
–No tengo ni idea. Por eso quiero pediros precaución.
–¿Y ahora qué va a pasar? ¿Te cambian de Jardín?
–¡No, qué dices! Solo tengo que tener cuidado. Ryuzaki me ha dicho que intente no ir solo a ningún sitio, que me asegure de que estoy siempre con alguien de confianza... Esas cosas. Tampoco será muy duro, espero.
–Pero ¿y el director no sabe quién puede haber sido?
–Yo sospecho de Seymour, pero no lo sabrán seguro hasta que hablen con él.
–Ese hijo de puta tenía que ser –dijo Kei.
–No lo entiendo, parecía de fiar –dijo Leta.
–Los cojones –contestó Kei–. ¿Tú le has visto la cara?
–Daba un poquito de miedo –reconoció Leta–, pero todos los magos son un poco raros... No lo digo por ti, Div –añadió rápidamente.
–No te preocupes. 
–¿Y ahora qué pasa con Moltres?
–Eh... –me puse nervioso–. ¿Con el collar, dices?
 
Fingí que tosía para ganar tiempo para pensar. No quería que Leta supiera que tenía el collar, pero ¿por qué? ¿Quería protegerla, o solo ocultárselo?
 
–Perdón, se me ha ido por el otro lado –dije cuando dejé de toser–. Puto pescado... Pues el collar... se lo di al director –moví los pies y le di dos toquecitos suaves a Kei en la pierna, ¿captaría el mensaje?– así que, si me secuestraron por eso, que no lo sé, pues... Pues ya no habría problema.
 
Quise mirar de reojo a Kei, pero no quería que Leta sospechara nada raro. Él no dijo nada y bebió un buen trago de agua. Le estaba cargando con demasiadas cosas...
 
–En fin, lo último es que anoche Ryuzaki me dio las instrucciones del director. No puedo contarle nada de esto a nadie que no supiera ya de la existencia de Moltres, así que no hace falta que os diga que NO lo podéis hablar del tema con nadie.
–Tranqui.
–Lo prometo.
–Además, tengo prohibido salir del Jardín en dos semanas mínimo –añadí.
–Putada –dijo Kei.
–No te creas, salgo tan poco que me da bastante igual. Ya te digo que no he salido desde que empezó el curso...
–No lo decía por eso. Es que iba a deciros de salir el finde que viene a Balamb.
–Oh...

Aquello me pilló por sorpresa. Nadie me había ofrecido nunca quedar y me hizo mucha ilusión que Kei me lo propusiera. Por primera vez me fastidió estar “castigado”.
 
–No pasa nada, ya iremos cuando todo esto se pase –comentó Kei.
–Por mí no os cortéis. Podéis ir vosotros dos y ya iré yo en otra ocasión.
–Pero no sería lo mismo sin ti... –dijo Leta.
–¡Qué va! Seguro que lo pasáis mejor sin mí.

Leta bajó la vista a su plato y Kei se rascó la nuca y miró a otro lado. Parecía que la sugerencia les incomodaba, así que cambié de tema.

–Bueno, pues... ahora ya lo sabéis. Alguien me encerró en el sótano, pero no sabemos quién ni por qué, ni tampoco si va a volver. Así que tened cuidado vosotros también. A lo mejor intentan atacaros para llegar a mí. O igual me han atacado a mí para llegar a vosotros, aún no hay nada claro.
–Como que yo me iba a dejar en un sótano –soltó Kei.
–No es una broma. Si no iban a por Moltres... a lo mejor querían sacarme de la habitación para atacarte a ti y luego acusarme a mí. Tened cuidado, por favor.
–Jope, casi prefería creer que habías desaparecido y no que te habían secuestrado... –dijo Leta–. Ten mucho cuidado, ¿vale?
–Lo tendré.
 
Dijimos poco más hasta terminar el segundo plato. Estaban demasiado impactados ante la noticia de que alguien tramaba algo malo contra mí o contra ellos. Tal vez habría sido mejor no decírselo y evitarles esa carga, pero me había parecido mejor ser sincero y que vieran que confiaba plenamente en ellos. Al menos, en lo que no respectaba a Moltres...
Cuando nos retiraron el plato, Leta se levantó, dijo que no le apetecía comer postre y volvió a su habitación. Kei gruñó por lo bajinis.
 
–¿Os ha pasado algo? –pregunté.
–¿A quién?
–A Leta y a ti.
–No. O sea, no sé... Como se ha puesto así, parece que se ha pensado otra cosa.

Me acordé de la reacción que había tenido Leta cuando sugerí que quedaran sin mí. Los dos se habían puesto a la defensiva.

–¿Te gusta Leta? –le pregunté.
–¡¿Qué?! No. Además, no... No es mi tipo. Es muy...

Empezó a hablar muy deprisa, como si estuviera inventándose excusas, y le corté.

–No hace falta que digas nada. Si es por mí, soy gay, no me gusta Leta.
–Ah... No lo sabía.
–Y aunque fuera hetero, me he criado con ella, es prácticamente mi hermana. Sería un poco raro.
–Sí, visto así, sí.
–¿Entonces qué, te gusta o no te gusta?
–¡Que no! De verdad. Está apañada y es muy mona, pero no. Solo quería deciros de quedar porque el viernes pensé en la gente de mi Jardín viejo y quiero llevarme mejor con vosotros que con ellos.
–Me encantaría... Siento que las circunstancias no lo permitan.
–Nada, hombre, no es culpa tuya. Pero si tú no puedes... y ella parece que no está por la labor, pues nada. Otro día será.
–Es una chica fantástica –dije–. Lo que más me gusta de ella es que es todo lo contrario a lo que aparenta. La ves tan pequeña y piensas que es la típica niña miedosa que se esconde detrás de ti... Pero no: es protectora, atenta, sensata... Es la que cuida de todo el grupo, no al revés.
–¿Estás seguro de que no te gusta? –se pitorreó.
–Sí –le fulminé con la mirada–. Solo digo que es muy importante para mí. Quizá la persona más importante de mi vida. Tenemos que intentar cuidar de ella tanto como ella de nosotros.
–Hombre, somos un equipo, es lo suyo. Pero... ¿no le vas a contar lo de Moltres?
–¿El qué? ¿Que me lo he guardado?
–Digo.
–Es mejor que no lo sepa. Si se entera de que lo tengo, pensará que sigo en peligro y me obligará a deshacerme de él. ¿Puedo contar con que me vas a guardar el secreto?
–Mis labios están sellados –declaró.

Di un trago a mi vaso de agua. Me empezaba a doler un poco la garganta de tanto hablar, así que me puse a pensar. Hice un repaso mental de todo lo que me había ocurrido en los últimos días.
 
–El viernes por la noche tuve una conversación con Seymour en la que me habló de los espíritus legendarios... y me acojonó vivo, hablando mal y pronto. Como consecuencia, tomé la decisión de desprenderme de Moltres y llevárselo al director Cid para que lo custodiara él.
»Al día siguiente, cuando fui a verle, el ascensor me llevó a un sótano que ni siquiera sabía que existía. Estuve atrapado ahí dentro gran parte del día sin que nadie supiera nada, hasta que decidí invocar a Moltres, que derritió una puerta de metal para dejarme salir. En ese momento, mi opinión de Moltres cambió y decidí quedármelo en lugar de dárselo al director.
»Salí del sótano y Ryuzaki me llevó al despacho del director. Antes de ir, me crucé con Kei y conseguí que llevara el collar a la habitación para ponerlo a salvo. El director me interrogó y se enfadó mucho conmigo cuando le dije que había tirado el collar al metal fundido de la puerta. Ryuzaki me explicó que el acceso al sótano está cerrado desde hace años, pero que algo o alguien provocó que el ascensor bajara al sótano durante el corte de luz que hubo por la mañana. Supongo que no es imposible que fuera solo un accidente...
»Como precaución, no puedo salir del Jardín en un par de semanas ni ir solo a ninguna parte. El director intentará ponerse en contacto con Seymour, que es mi principal sospechoso, pero también está interrogando al personal del Jardín. Yo de momento sospecho hasta de mis compañeros de clase.
»He escondido el collar de Moltres en mi habitación sin que Kei lo sepa, pero Leta piensa que me he deshecho de él. Esperemos que no hable del tema con el director... Y, para rematar, he descubierto que Ryuzaki me resulta atractivo. Menudo momento...

Respiré hondo después de terminar el resumen. Había tanta información que asimilar en tan poco tiempo... Todavía no me creía que mi vida hubiera pasado de la rutina al peligro de muerte de la noche a la mañana.
 
–Cambiando de tema –me dijo Kei–. Ahora que me has contado lo tuyo, yo también puedo contarte lo mío –dijo.
–¿Qué pasa?
–Han secuestrado a mi viejo.

Lo soltó tan de golpe, sin rodeos, que escupí el agua. La situación acababa de invertirse: ahora Kei era la víctima de una situación que escapaba a su control y yo el anonadado oyente.

–¿Qué? ¿Cómo...?
–No es la primera vez que le pasa. Es militar y le destinan por todo el mundo, pero siempre se libra de todas. A eso fui el viernes, me dieron la noticia.
–Lo siento muchísimo... No sé qué decir, se me dan mal estas cosas. Pero, si de verdad es tan bueno como dices, entonces no hay de qué preocuparse, ¿no?
–Los secuestradores dicen que quieren como rescate una espada de oscuridad de nuestra familia. Saturos, el compañero de mi padre, pensaba que podía ser Blackrose. Me llevé para que la mirara, pero dijo que esa espada no era, y mi familia no tiene más, que yo sepa.
–¿Y para qué quieren una espada de oscuridad?
–¿Me preguntas a mí? Ellos sabrán. La cosa es que he pensado algo con lo que has contado de Moltres.
–¿El qué?
–Pues que igual tienes razón y que cuando te secuestraron querían quitarte de en medio para venir a por mí.

Aunque parezca raro, la verdad es que me alivió que dijera aquello. Si estaba en lo cierto, eso significaría que no corría peligro por culpa de Moltres, de Seymour ni de nadie de dentro del Jardín, sino solo por ser el compañero de habitación de Kei. No es que la cosa mejorara mucho si estaba en el punto de mira de un grupo militar, pero por lo menos sabía a quién responsabilizar.

–¿Crees que han sido ellos? –le pregunté.
–Ni zorra. Pero a partir de ahora te acompaño a todas partes te guste o no. No quiero cargar con la culpa si te pasa algo.
–Tampoco te pongas así, no es culpa de nadie. Solo tengo que tener cuidado, nada más.

Nos levantamos de la mesa y me sacudí las migas del regazo.

–Pero bueno, no todo son malas noticias –añadió.
–¿Cuáles son las buenas?
–Saturos me dijo que igual puede enchufarme.
–¿Sí? Me alegro, tío.
–Pero solo si paso el examen de Seed. Si no...
–Bah, claro que aprobarás.
–No sé yo... Si fuera todo práctica, vale, pero lo que me mosquea son los exámenes.
–Se hincan codos y listo. Y si no, invoco otra vez a Moltres y que mate a los profes.

Se rio y le imité. Con tantas malas noticias y un enorme peligro acechándonos a su padre y a mí, aquellas carcajadas eran una bendición. Una renovada alegría me llenó el pecho, un potente optimismo que me hacía sentir invulnerable, aunque solo fuera durante unos segundos.

Unos metros por detrás de nosotros, una figura se había quedado paralizada. Kei y yo salimos del comedor sin darnos cuenta de que Belazor se había acercado a nosotros de nuevo. Se había detenido en seco, incapaz de asimilar la última frase que acababan de captar sus oídos.

–¿Ha dicho... invocar otra vez a Moltres?

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